Una ciudad dentro de la ciudad

Memorias de la Villa de Guadalupe

Parte I

Marco A. Villa

Los murmullos de los feligreses enmudecieron de tajo para dar lugar al pánico, que se esparció rápidamente tras la sorpresiva detonación que hizo retumbar el antiguo templo de la Villa de Guadalupe, justo en el momento en que actuaba el coro en aquella concurrida ceremonia con la que se recibía a un nuevo canónigo.

Y es que nadie hubiera imaginado que dentro de aquel ramo de flores se ocultaba una carga de dinamita… excepto, claro, el autor del ataque, quien aquella mañana del 14 de noviembre de 1921 se acercó al altar de la Virgen para depositárselo. Los daños fueron notorios: las gradas de mármol del altar, los candeleros con latón, la mano mutilada de la estatua de fray Juan de Zumárraga y la “Sagrada Imagen de Ntro. Señor Crucificado, que retorcida cayó al suelo”, según el relato del suceso exhibido en la Basílica de Guadalupe. La efigie quedó para la posteridad como el “Santo Cristo del Atentado”. Por su parte, el presunto culpable Luciano Pérez, un hombre “densamente pálido y excitado” que trabajaba como garrotero en los ferrocarriles, fue salvado por los gendarmes de un linchamiento a manos de la turba enardecida.

Las movilizaciones en apoyo a la Iglesia que ocurrieron en los días siguientes en diversas ciudades del país, así como las visitas de miles de fieles tanto a la Villa de Guadalupe como a la Catedral Metropolitana, dan cuenta de la relevancia de esta localidad del norte de la Ciudad de México, incluso más allá del culto religioso, pues a lo largo de su historia ha sido sede de incontables sucesos políticos, diplomáticos y más. Sin lugar a duda, su importancia empezó a aumentar desde diciembre de 1531, con el denominado milagro guadalupano ocurrido en el cerro del Tepeyac.

El origen de una ciudad
Dicho milagro refiere las apariciones al indio Juan Diego de la “Perfecta Virgen Santa María Madre de Dios”, como es llamada en el Nican mopohua (documento en náhuatl de mediados del siglo XVI cuya autoría es atribuida al indio Antonio Valeriano). A pocos años de haber iniciado el proceso de evangelización en Nueva España, el acontecimiento dio un impulso inmediato a los propósitos de conquista españoles, y los poblados asentados en las inmediaciones del cerro del Tepeyac pronto experimentaron un vital desarrollo gracias al milagro guadalupano, al punto de que dos años después, en 1533, fue fundado ahí el pueblo de Guadalupe.

Al tiempo, Guadalupe fue cabecera de más poblados, como San Pedro Zacatenco, Santa Isabel Tola y otros que aún permanecen, aunque con límites diferentes. El tránsito de fieles que querían atestiguar y rendir culto al milagro de Juan Diego se intensificó, por lo que hubo que erigir una ermita que en el siguiente siglo sería reemplazada por un templo. También fueron construidos los quince monumentos que evocan hechos del rosario, los cuales perviven hasta hoy flanqueando la calzada de los Misterios, aunque quizá las aglomeraciones actuales ya no permitan meditar ni rezar los ave maría mientras se camina junto a ellos, como fue su propósito.

Tal auge derivó en su elevación a categoría de villa en la primera mitad del siglo XVIII, cuando ya daba visos de ser una pequeña ciudad que marcaba la entrada por el norte a la capital novohispana. Entonces, decenas de familias españolas e indígenas convivían, y la mayoría subsistía en torno a actividades relacionadas con lo religioso; desde servicios mercantiles, comida o transporte, hasta los del novedoso acueducto de alrededor de 2,300 arcos y doce kilómetros, o el panteón que alojaría los restos de aristócratas y otros personajes de la época (ver Relatos e Historias en México, núm. 190).

En ese mismo siglo experimentó un nuevo impulso de la fe católica con la edificación de su primera basílica, cuya ostentosidad reafirmaba la riqueza y fuerza política de la Iglesia, así como con la icónica iglesia del Pocito. Tan importante era que, a su llegada, los virreyes solían visitar a la Virgen del Tepeyac antes de instalarse en la sede de su mandato, con la finalidad de pedir su protección.

Para conocer más de esta historia, adquiere nuestro número 192 de octubre de 2024, impreso o digital, disponible en la tienda virtual, donde también puedes suscribirte.