Una alianza oportuna

La batalla por Tlaxcala
2 de septiembre de 1519

Gerardo Díaz Flores

En 1519, el arribo de Hernán Cortés y su grupo a la costa del actual estado de Veracruz fomentó una serie de decisiones improbables de realizar por los caciques locales sin la influencia de los españoles. En un breve lapso, los europeos intimidaron y persuadieron de tal forma que partieron junto a un importante contingente indígena hacia tierras de Moctezuma II, con la intención de enfrentar a los mexicas.

En el trayecto, los diferentes pueblos los observaron con suspicacia e incluso los enfrentaron –como fue el caso de los otomíes–, aunque sin mayor inconveniente. Pero, al llegar a la frontera tlaxcalteca, la violencia fue ilimitada por parte de ambos bandos. Por un lado, los de Cortés quemaron pueblos indiscriminadamente y mutilaron a personas para escarmentar, mientras que los tlaxcaltecas organizaron un ejército que acosó la marcha española con repetitivos ataques que arrebataron vidas de soldados y corceles.

Fue tanta la presión que varios hombres solicitaron a Cortés que dieran marcha atrás. El capitán desestimó esta propuesta argumentando que eso los mostraría vulnerables frente a los de Tlaxcala y débiles ante sus aliados. Los enfrentamientos más cruentos, de acuerdo con Bernal Díaz del Castillo, fueron entre el 2 y el 5 de septiembre.

Los tlaxcaltecas arrojaron sobre los españoles todo tipo de piedras y flechas, y sus hombres arremetieron con los famosos macuahuitl (arma de madera y con navajas de obsidiana) en mano. Ante su indudable superioridad, Cortés ordenó mantener un cuadro cerrado que permitiera recargar a los ballesteros y arcabuceros guarnecidos con las tropas de lanza y espada. De acuerdo con Díaz del Castillo, la estrategia funcionó, pues “los tiros les debieron hacer mucho mal, porque como eran muchos andaban tan juntos, y por fuerza les habían de llevar copia de ellos; pues los de caballo y escopetas y ballestas y espadas y rodelas y lanzas, todos a una peleábamos como varones, por salvar nuestras vidas”.

Los diversos choques estuvieron a punto de romper la formación española. Entre los tlaxcaltecas se discutió la conveniencia de continuar sin importar las pérdidas o aceptar el diálogo con los extraños. La diplomacia de Cortés funcionó finalmente.

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