UN SINGULAR EMPRESARIO EN COSTA RICA

La vida en el exilio de Tomás Garrido Canabal

Ricardo Lugo Viñas

Al mediodía del 1 de agosto de 1935 dos aviones aterrizaron en el aeropuerto La Sabana, en la ciudad de San José, Costa Rica. Uno de esos aviones llevaba el jocoso nombre de El Guacamayo, pues compartía algunos de los vistosos colores de esa especie de aves: rojo y negro. En la pista de aterrizaje una pequeña comitiva de funcionarios costarricenses esperaba al distinguido pasajero que venía a bordo de él: se trataba de un inminente y a la vez controvertido político mexicano, héroe vencido de la Revolución, enemigo de Dios, senador de la República, exministro de Agricultura y cacique –o mejor dicho, una especie de dictador– que gobernó, con subidos tintes autoritarios, ideológicos y totalitarios, el estado de Tabasco durante más de 15 años: Tomás Garrido Canabal.

La llegada de un ministro mexicano
Garrido Canabal llegaba a Costa Rica con la pomposa comisión de representar a México ante aquel país en una misión en materia agrícola. Por ello lo recibieron –a él, a su familia y a su comitiva, que viajaban en esos dos aviones– autoridades y representantes del provecto y varias veces presidente costarricense Ricardo Jiménez Oreamuno, quien había sido en su juventud, en 1886, ministro plenipotenciario de su país en México.

Sin embargo, la realidad era otra. Resulta que el estrenado presidente mexicano Lázaro Cárdenas había “invitado” a Garrido Canabal –su antes gran y elogiado amigo– a abandonar el país en medio de la crisis política que vivía México tras el rompimiento entre el llamado Jefe Máximo, el expresidente Plutarco Elías Calles, y Cárdenas, quien cortó de tajo con aquel periodo conocido como Maximato, en el que Calles se mantuvo ejerciendo el poder detrás del poder durante las presidencias de Emilio Portes Gil, Pascual Ortiz Rubio y Abelardo L. Rodríguez.

Aunque en un primer momento Cárdenas había apoyado a Garrido Canabal, e incluso lo incluyó en su gabinete como ministro de Agricultura, la fidelidad del exgobernador de Tabasco hacia Calles lo colocaba en una situación incómoda ante el nuevo gobernante. Aunado a esto, un incidente ocurrido meses atrás –sólo un mes después de la toma de posesión de Cárdenas como presidente de la República– había provocado que el mandatario comenzara a tomar distancia del radical y fanático Garrido Canabal.

Trifulca en Coyoacán
El incidente tuvo lugar en la entonces municipalidad de Coyoacán. La tarde del 30 de diciembre de 1934 un grupo de alrededor de setenta jóvenes se apostó en el atrio de la iglesia de San Juan Bautista y comenzó a organizar lo que nombraron un “acto cultural”. En realidad, esos jóvenes pertenecían a las llamadas Camisas Rojas, una especie de juventudes hitlerianas que Garrido Canabal había organizado en Tabasco mientras fue gobernador.

Los Camisas Rojas, cuyo nombre oficial era Grupo de Jóvenes Revolucionarios, era una organización estudiantil y paramilitar que había surgido en 1932 y que se dedicaba a difundir y propagar la ideología garridista; una ideología con tintes socialistas, puritanos, pero sobre todo mesiánicos, pues Garrido, en su rabiosa postura anticlerical, estaba convencido de que él rescataría a las mentalidades juveniles que el clero tanto había dañado.

En su estado, Garrido aplicó todo el poder en contra de sus dos enemigos públicos: Dios y el alcohol. Derrumbó iglesias para convertirlas en escuelas; persiguió curas –aquí cabe recordar la novela El poder y la gloria del escritor inglés Graham Greene–; quemó lo mismo santos y vírgenes que botellas de whisky o aguardiente; mandó a bajar y destrozar a punta de hachas a todo Cristo que se encontrara; organizó corridas en donde los toreros eran una especie de bufones disfrazados de obispos; bautizó a un burro como El Papa… A todo esto, Canabal y sus Camisas Rojas lo llamaban “actos culturales”.

De esta forma, con la inminente llegada de Garrido Canabal a la capital –pues, como ya se mencionó, Cárdenas lo había nombrado ministro de Agricultura–, los Camisas Rojas se le adelantaron y quisieron hacer aquí algo similar a lo que hacían en su estado, y difundir propaganda anticlerical. Eligieron la iglesia de Coyoacán porque esa municipalidad era gobernada por un paisano suyo, el tabasqueño Homero Margalli, pero, a diferencia de Tabasco, en esa población los jóvenes revolucionarios se toparon con una fuerte resistencia.

Los feligreses de la iglesia de San Juan Bautista rodearon a los jóvenes rojinegros, y comenzó la trifulca. Palos, piedras y, finalmente, balazos. El saldo fue de dos muertos, uno de cada bando: Ernesto Malda, del lado de los Camisas, y la joven  María de la Luz Camacho, a la que los católicos convirtieron en mártir. El presidente Cárdenas que, como se dijo, llevaba apenas un mes en el poder, titubeó. En un primer momento apoyó a los Camisas Rojas, pero muy pronto comenzó a tomar distancia de esa organización, y en general de Garrido Canabal.

Meses antes, durante su campaña presidencial, Cárdenas, que había visitado Tabasco, derramó lágrimas ante el milagro social y revolucionario en el que parecía vivir aquella entidad. Elogió a Garrido y, ante el entusiasmo de los jóvenes revolucionarios que desfilaron ante él, declaró: “Tabasco es el laboratorio de la Revolución mexicana”. No obstante, para junio de 1935 las cosas habían cambiado y, cuando Cárdenas rompió con el Jefe Máximo, tangencial y simbólicamente también tuvo que romper con Garrido y todos los fieles al expresidente Calles.

De dictador a empresario
Bajo ese contexto, Garrido Canabal arribó a Costa Rica en agosto de 1935, exiliado, con la intención de pasar al menos seis años en ese país, los seis años del sexenio de Cárdenas. Por ello llevó a Costa Rica todo lo que apreciaba o poseía: su familia, su esposa Dolores Llovera, sus hijos Mayitzá Drusso, Soyla Libertad y Lenin –nombres laicos y alejados del santoral que claramente mostraban el anticlericalismo casi religioso del padre–; algunos de sus colaboradores más cercanos: Amado Caparroso y el senador Ausencio C. Cruz, dos profesores normalistas, un veterinario, un agrónomo y tres oficiales administrativos; cerca de un millón de pesos y El Guacamayo, avión de su propiedad con el que había recorrido parte de México cuando fue gobernador de Tabasco.

En Costa Rica no desconocían el férreo anticlericalismo de Canabal y desconfiaban de su ideología de corte “socialista”, por lo que un grupo de católicos ticos se manifestó en contra de la presencia del mexicano en su país. Sin embargo, la cosa no pasó a mayores: Garrido Canabal se comprometió a no inmiscuirse en asuntos políticos locales y a dedicarse a su vida privada.

Y así sucedió.

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