1946. Domingo 24 de noviembre. El historiador cubano Manuel Moreno Fraginals dio un hondo y decidido barretazo: la losa adosada al muro izquierdo del altar mayor de la iglesia de Jesús Nazareno e Inmaculada Concepción, contigua al Hospital de Jesús, finalmente cayó por los suelos. Tras el polvo que desató el derrumbe de la lápida apareció el tan buscado tesoro: una caja descansaba debajo de un arco de ladrillo, recubierta con un terciopelo ennegrecido por los años y bordado en sus comisuras con hilo de oro. Todos los que presenciaron el descubrimiento estaban perplejos. ¡Era verdad lo que indicaba el recién hallado documento fechado en 1836, 110 años atrás!
En punto de las seis de la tarde ocurrió el histórico hallazgo. Los improvisados barreteros, Fernando Baeza Martos (intelectual español exiliado en nuestro país), Francisco de la Maza (historiador experto en Nueva España), Alberto María Carreño (historiador y miembro de la Academia Mexicana de la Lengua), Benjamín Trillo (médico y presidente del patronato del Hospital de Jesús) y Manuel Moreno Fraginals (becario, en ese momento, de El Colegio de México) no caían en la cuenta de tan notable suceso. Baeza Martos y María Carreño, fieles a sus creencias, comenzaron a orar. Acababan de encontrar los restos mortales de Hernán Cortés, hasta entonces extraviados. O, mejor dicho, extraviados para la mayoría de los mortales, porque para algunos iniciados el paradero de los despojos del controvertido conquistador nunca se perdió de vista.
La historia de los entierros, exhumaciones y traslados de los restos de Cortés daría para escribir un libro. Así que, aquí, sólo diré que suman nueve los sitios en los que han “descansado”. Cortés manifestó en su testamento que su voluntad era ser enterrado en Coyoacán, en un monasterio que para dicho fin se construiría. Pero eso nunca sucedió y sus restos deambularon de aquí para allá hasta que, en 1794, llegaron al altar mayor de la iglesia ya mencionada, perteneciente al Hospital de Jesús (fundado por el mismo Cortés en 1524), recinto ubicado en el sitio donde, dice la tradición, se conocieron por vez primera el capitán español y Moctezuma.
Tras la consumación de la independencia de México, y con la creciente hispanofobia que se respiraba en el país, en 1823 los herederos de Cortés decidieron llevarse a Palermo el monumento que fungía como tumba del conquistador, por temor a que fuera ultrajado o destruido. De tal modo que, desde esa fecha, se creyó que sus restos descansaban en el cenotafio de su familia, en esa ciudad italiana; sin embargo, aquellos despojos nunca abandonaron la iglesia del Hospital de Jesús. Secretamente, Lucas Alamán, administrador de los bienes de los herederos de Cortés, ese mismo 1823 escondió la urna mortuoria debajo de la tarima del altar mayor de la iglesia.
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