“Para algo nací, algo he de ser”

Breve introducción al cardenismo

Marco A. Villa

Para cuando la expropiación petrolera ocurrió en 1938, el presidente Lázaro Cárdenas estaba a punto de cumplir 43 años, como relata el documental La era de Cárdenas, que bien puede considerarse una breve introducción a su vida desde sus primeros años en Jiquilpan, Michoacán, cuando convivía con sus ocho hermanos bajo el cuidado de Felícitas, su devota madre. Dámaso, su padre, era un “típico pequeño burgués rural” –según el historiador Luis Prieto Reyes, quien coordinó y dirigió el Centro de Estudios de la Revolución Mexicana “Lazaro Cárdenas” por casi treinta años– que atendía un negocio de abarrotes que daba sustento a la familia y en el que bien puede imaginarse a un pequeño Lázaro colaborando en las tareas cotidianas.

Por esta vida permeada de ese ambiente de campo de principios del siglo XX, Lázaro Cárdenas siempre estuvo vinculado a un pasado indígena de fuertes raíces, al que se sumaba un profundo arraigo religioso, ambas características de muchos de estos lugares, como también lo eran la pobreza y la injusticia, a las que se propuso combatir desde temprana edad, oportunidad que le llegaría muy pronto, cuando decidió unirse a la Revolución: “El día 16 de junio de 1913 hablé a mi madre, diciéndole que me iba a Apatzingán a pedir trabajo a mi tío. Ella me respondió: ‘No vas con José María, te vas a la Revolución. Aquí estás en peligro, hay orden de detenerte’. El 18 de junio me despedí de ella y el 3 de julio me incorporé a las tropas del general Guillermo García Aragón, en Buenavista, Tomatlán”.

Con el apoyo de imágenes y secuencias fílmicas de aquellas lejanas épocas, La era de Cárdenas recuerda también el paso del joven por diversos episodios de esta lucha armada entre 1914 y 1920, así como su acercamiento a los líderes que a la postre guiarían su carrera política y militar: “Una mañana de marzo de 1915, en Agua Prieta, Sonora, conocí al general Plutarco Elías Calles; yo tenía 19 años y por entonces era teniente coronel. Una semana después de ese encuentro, tuvo el gesto de regalarme su caballo negro, en reconocimiento a mi desempeño en el asalto a Anivácachi. Poco después me convertí en su cercano colaborador y de él recibí importantes enseñanzas en lo militar y en lo político”.

Más adelante, el sinaloense Rafael Buelna hizo todo por salvar la vida de Cárdenas cuando, en 1923, este cayó herido en una acción de armas contra la rebelión delahuertista, en la que inicialmente tuvo al joven general michoacano como su persecutor. El relato de estos sucesos es puntilloso: dado el estado de gravedad de Cárdenas, el Granito de Oro –como apodaban a Buelna– ordenó que se alistara un carro especial para llevarlo a Guadalajara y salvarle la vida en un hospital.

Luego de ello, Cárdenas continuaría su ascenso militar como jefe de Operaciones Militares en la Huasteca y el Golfo, donde una de sus principales tareas fue controlar a las empresas petroleras, inconformes con lo estipulado en la Ley del Petróleo de 1925, promulgada por el presidente Calles, la cual vaticinaba el fin de las empresas particulares.

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