Novaro: el coloso de la historieta nacional

Marco A. Villa

Esta aventura continuará próximamente, ¡no se la pierdan!”, decía en una de sus últimas viñetas el Superman número 1537, a pesar de que sería la última edición que saldría de las máquinas de Editorial Novaro. Era agosto de 1985 y el fin de esta prolífica casa editorial estaba a punto de consumarse por malos manejos financieros. Sus más de tres décadas en la preferencia del público, millones de escenas dibujadas por sus talentosos historietistas y el tesón de sus primeros dueños, son algunas directrices que suman a la nostálgica reconstrucción de su historia, plasmada en el documental Novaro: el coloso mexicano.

 

Aquellos niños y jóvenes que nacieron entre los cincuenta y setenta, invariablemente conocieron las entrañables historietas producidas en esta empresa que Luis y Octavio Novaro fundaron en 1949 después de salir de La Prensa, pues sus variados títulos y coloridas portadas asomaban en los quioscos callejeros de muchas ciudades del país. Así, las aventuras de Archie, Kalimán, el Correcaminos, la Pantera Rosa, Tarzán, Superman (su primer cómic), Capitán Marvel y Batman, o títulos como Titanes Planetarios, Domingos Alegres (de origen francés), Chiquilladas o Dana en el Mundo Perdido, enriquecieron la ilusión de millones de menores que anhelaban que cada historia fuera interminable.

Editorial Novaro dedicó también cientos de páginas al exitoso personaje creado hacia 1911 en Europa, Fantomas, quien terminó siendo uno de los más representativos y longevos del sello editorial. Tal cual ocurrió con otras historietas, Fantomas. La amenaza elegante tuvo un talentoso equipo que la hizo posible, desde el escritor Julio Cortázar que aparece por primera vez en la edición 201, la cual presentó el capítulo “La inteligencia en llamas”, hasta los maestros Jorge Chargoy y Alfredo Cardona Peña, quien lideró la División de Cómic de Novaro por más de veinte años y que creó más de un ochenta por ciento de las aventuras de Fantomas.

Para el público infantil mexicano, las historietas de Novaro tuvieron un valor que iba más allá del ser solo productos para el entretenimiento. Fueran de drama, aventura o comedia, no pocos se pulieron en la práctica de la lectura mientras se divertían con las andanzas de sus personajes favoritos. Fueron también objeto de enseñanza, pues la casa produjo sus propias creaciones, algunas encaminadas a tratar temas de historia y ciencia, como fueron los casos de Epopeyas, Vidas Ejemplares o Vidas Ilustres, generalmente acompañadas de las obras de grandes historietistas, como Sixto Valencia, después dibujante de Memín Pingüín, o Fernando Llera, quien dio vida a la Pantera Rosa.

Asimismo, las traducciones y adaptaciones bien cuidadas, la pulcra ortografía y la creatividad de los contenidos hicieron de cada historieta un producto con calidad que terminó por derribar mitos, como el de que eran dañinos para el desarrollo del lenguaje y la enseñanza de ciertos valores que otras series, como La Familia Burrón o Lágrimas y Risas, se “encargaban” de empañar, a decir de las buenas conciencias de la época; pero esto fue, desde luego, un comportamiento prejuicioso que terminó por ceder a la masificación de la historieta con las decenas de títulos que llegó a tener en el mercado, y que gracias a su impresión en ófset, tuvo en algún momento el mayor tiraje para el género en el mundo hispano.

Y es que las tiras cómicas mismas habían sido, desde que comenzaron a aparecer en los periódicos hace alrededor de un siglo, principalmente en sus suplementos culturales, un producto “de cierto nivel” por estar dirigidas a la clase media, para en la década de los treinta convertirse en un fenómeno de lectura popular gracias en buena medida a su bajo costo, así como objeto de encono y vergüenza entre algunos sectores sociales que veían en las historietas populares, como los Pepines o Los Chamacos, un producto apto solo para los estratos sociales más bajos, lo que orillaba a otros a consumirlo a hurtadillas.

Como se expone en el archivo fílmico incluido en este documental –que fue comprado en un mercado de la CDMX en marzo de 2011–, la historia de Novaro terminó en medio de una profunda crisis económica que apremiaba al país, y no por el terremoto de 1985, como suele decirse. Repartición de archiveros y escritorios, así como liquidaciones de miles de ejemplares por cabeza que al tiempo permitió la circulación de historietas en el mercado de segunda mano –muchas de ellas hoy cotizadas a precios desorbitantes–, más una misa el 12 de diciembre de este año, pusieron punto final a esta empresa que inició actividades en Donato Guerra 49 y terminó en Naucalpan.

 

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