Para evangelizar a millones de personas en América, los frailes decidieron aprender los idiomas indígenas e imprimir una importante cantidad de gramáticas, vocabularios y obras de doctrina cristiana en las lenguas más importantes. Esta fue una verdadera revolución del conocimiento de la humanidad y de sus lenguas.
Con la bula papal de 1493, el reino de Castilla contrajo la obligación de emprender la conversión de los “indios” recién encontrados navegando hacia el occidente en el Mar Océano (el actual Atlántico). Y si bien la evangelización de los “indios” antillanos no se produjo, pese a los esfuerzos de los dominicos, debido a la voraz explotación española sin freno y a las mortíferas epidemias, la conquista comenzó en México con la conversión religiosa y con la resolución de ponerle freno a la voracidad española.
La evangelización llegó a Yucatán en 1511 con el náufrago Jerónimo de Aguilar (1489-1531), que era diácono. Y desde 1519, cuando Hernán Cortés arribó a la isla de Cozumel y rescató a Aguilar, siempre selló su pacto de dominación política con el de la dominación religiosa, bajo los principios de la Santa Fe, la veneración de la Cruz y de la imagen de la Virgen María puestas en los templos de los señoríos, y pronto también con la destrucción de sus ídolos.
Desde 1523 llegaron los primeros frailes franciscanos a México para emprender la “conquista espiritual” de los naturales y se dieron cuenta de que difícilmente podrían enseñar la lengua castellana a millones de gentes para poderlos evangelizar, por lo que decidieron aprender ellos mismos sus lenguas, para cristianizarlos en su propio idioma. Las lenguas eran muchas, una Babel –diría la historiadora extremeña y mexicana Ascensión Hernández Triviño de León-Portilla, por lo que los frailes comenzaron con las más “generales”, como la náhuatl, entonces llamada “mexicana”, pero continuaron con las demás lenguas de la Nueva España, de toda América, las Filipinas y aun Japón.
Primero de manera manuscrita en los conventos y después publicados por las imprentas de Ciudad de México, los frailes franciscanos, dominicos y agustinos, a los que se sumaron los padres jesuitas, realizaron una importante cantidad de gramáticas, vocabularios y obras de doctrina cristiana en las lenguas más importantes. Esta fue una verdadera revolución del conocimiento de la humanidad y de sus lenguas, parte sustancial de la revolución científica europea. El cuerpo de conocimientos generados en este campo durante el periodo colonial en América fue aprovechado a partir del siglo XVIII por lingüistas europeos para elaborar teorías sobre la diversidad de las lenguas, sus orígenes y relaciones; aunque en el XIX adoptaron una actitud más prudente, descriptiva y clasificatoria.
Nebrija y las lenguas americanas
Para la realización de las gramáticas, llamadas “artes”, el orden básico vino de la gramática latina, por lo que resultó fundamental la de Antonio de Nebrija (1441-1522), al igual que sus Introductiones latinae, de 1481, y sus reediciones. Si bien se orientaron por las categorías básicas del latín, los frailes pronto se dieron cuenta de la especificidad del náhuatl y de las lenguas americanas, en las que la composición predomina sobre la sintaxis, como lo advirtieron Ascensión y Miguel León-Portilla.
Para la realización de los vocabularios de las lenguas americanas, los frailes se basaron en el Vocabulario castellano-latino (o español-latino) de Nebrija, publicado hacia 1495, que, por cierto, incluye ya la palabra canoa, de origen americano, como voz castellana (“nave de un madero, monoxylum”). En su Vocabulario en lengua castellana y mexicana (1455), fray Alonso de Molina (1513-1579) retomó la lista de palabras castellanas de Nebrija, eliminó muchas y agregó pocas, y cada una fue traducida al náhuatl. Más trabajo le costó la parte mexicana-castellana de la versión bidireccional de su Vocabulario, de 1571. En su Vocabulario en lengua de Mechuacan, de 1559, fray Maturino Gilberti (1498-1585) retomó la lista de Nebrija a través de la selección de Molina en su Vocabulario de 1455. Y lo mismo hicieron los frailes autores de vocabularios de otras lenguas.
Aparentemente la lista de palabras latinas del Vocabulario latino-castellano de Nebrija, de 1492, tuvo poco uso en América. En cuanto a su Gramática de la lengua castellana, también de ese año, desatendida y tardíamente reimpresa, parecería que no tuvo trascendencia en este continente, como sí la tuvieron sus Introductiones latinae y su Vocabulario castellano-latino. Pero debe tomarse en cuenta que la Gramática castellana definió un nuevo paradigma en el que era posible hacer gramáticas de lenguas vulgares, vivas, no solo del latín, griego y hebreo, sino también del español, francés, inglés, italiano y otras lenguas europeas, así como de las lenguas americanas y del resto del mundo.
Es notable la afirmación profética hecha por Nebrija en 1492 en su Gramática castellana –sin haber regresado la expedición de Cristóbal Colón (1451-1506) a las Indias–, de que “la lengua es compañera del Imperio”, que anticipa que el español llegaría a ser la lengua oficial de la monarquía hispánica en las Indias, aunque, como vimos, la castellanización de los indios fue un proceso lento, no propiamente impuesto.
La mayoría de la población americana fue indígena hasta el siglo XVIII, y la mayoría de esta era monolingüe, aunque con conocimientos de expresiones españolas y préstamos lingüísticos incorporados a sus lenguas. Entonces, podría decirse, parafraseando a Nebrija: “El conocimiento de las lenguas fue compañero del imperio”.