Quiero una imprevisible historia como lo es el curso de nuestras mortales vidas; una historia susceptible de sorpresas y accidentes, de venturas y desventuras; una historia sin la mortaja del esencialismo y liberada de la camisa de fuerza de una supuestamente necesaria causalidad; una historia solo inteligible con el concurso de la luz de la imaginación; una historia-arte, cercana a su prima hermana la narrativa literaria; una historia de atrevidos vuelos y siempre en vilo como nuestros amores; una historia espejo de mudanzas, en la manera de ser del hombre, reflejo, pues, de la impronta de su libre albedrío para que en el foco de la comprensión del pasado no se opere la degradante metamorfosis del hombre en mero juguete de un destino inexorable. (Edmundo O'gorman)
En defensa del patrimonio
La importancia del patrimonio cultural se ubica desde su origen en las comunidades. En los ayuntamientos, como base administrativa en la estructura gubernamental de nuestro país, el cronista, como figura institucional, tiene una importancia trascendental, toda vez que su función y actividad están reconocidas mediante la ley orgánica correspondiente.
El cronista hace oficio y recrea el oficio cuando registra el hecho o los sucesos de su entorno y a partir de ellos inicia su aportación a la historia o historias de cada localidad. Hacer tal registro, cualquiera que fuere su inclinación, es fundamental, más aún cuando se hace para dar fe de la pérdida de personas y orgullos que representen lo propio, como igual debe ser el registrar un anunciamiento o la glorificación de la victoria.
El quehacer del cronista
Esta breve presentación tiene la modesta intención de resaltar lo trascendente que es el trabajo del cronista y de su gran responsabilidad al escribir textos y vivencias de su entorno, como parte de su vida misma y por el solo gusto a este oficio.
El quehacer del cronista se cumple cuando, como lo dice muy bien la historiadora morelense María del Rosio García Rodríguez, “son historias contadas por hombres y mujeres que trabajan a partir de un oficio aprendido durante la vida misma [y no necesariamente en un aula]. A los autores de estas historias la gente los conoce como ‘el señor’, ‘el profe’, ‘el cronista’, o simplemente como ‘don’. Efectúan su labor contra sus propias limitaciones de tiempo y economía […], robando un poquito de los tiempos de la familia, del trabajo cotidiano, y de la esperanza que nunca muere, van creando un camino donde las puertas que se tocan son las de las amistades, del reconocimiento y de los ideales compartidos”.
Buscan por aquí y por allá datos o documentos del pasado del pueblo, registran las historias que contaban los abuelos, atesoran las fotografías de cuando la localidad tenía caminos de piedra. Sus investigaciones y búsquedas documentales son tan largas como sus vidas; algunas son terminadas y otras fatalmente olvidadas en los cajones de algún ropero, sin poder compartir a la comunidad todo ese fruto nacido del cariño con que fueron cultivadas.
El cronista, el historiador local por compromiso de vida, así como todos los que se han dedicado y se dedican a deleitarse con la evolución intensa y cercana de otros tiempos, han construido una alternativa para la memoria histórica colectiva y para hacer de la historia el recuento sencillo, la explicación del presente y la experiencia identitaria.
Los cronistas, con su trabajo, logran vincular el sentimiento de la participación de personajes cercanos a los acontecimientos más significativos de su comunidad. Además del recurso testimonial, sus narraciones están basadas en relatos certeros y documentos que apoyan la permanencia o ruptura con situaciones del presente. Y eso es “contar historias”.
El cronista en ningún momento compite o suple al investigador profesional de la historia; más bien aporta desde la perspectiva de su oficio, puesto que puede dar sustento a los hechos históricos y a aspectos del pasado relacionados principalmente con la vida cotidiana de un lugar y sus habitantes.
Historias locales
Se trata, pues, de rescatar la crónica, lo que nos permitirá leer la historia en su diversidad de vivencias e interpretaciones. El cronista, en el devenir de cada municipio o localidad, debe ganar su propio espacio al hacer el registro histórico, rescatar documentos y archivos, integrar el memorial y el acontecer del barrio, de la calle del pueblo, de la región, de los personajes olvidados, de la historia toda.
Ello solo se brinda cuando existe esa historia dispuesta a ser contada de forma vivencial y al mismo tiempo sustentada; cuando se tiene el apoyo documental; cuando es referenciada con el registro de lo cotidiano para que la historia sea un acontecer que tenga vida propia. Así, el cronista registra los hechos y las vivencias para compartir la historia, su propia historia.
Los cronistas deben saber contar las historias y describirlas con el compromiso único y noble de no olvidar los hechos. En la crónica, contando y dando fe de esa memoria, se van describiendo e hilando las historias locales, las de los otros que a la vez son las de todos nosotros.
Si quieres saber más sobre los cronistas busca el artículo completo “Los pueblos y sus cronistas”, del autor Víctor Hugo Valencia Valera que se publicó en Relatos e Historias en México número 118. Cómprala aquí.