Los pesos de plata mexicanos en el siglo XIX

Mario Contreras Valdez

Las autoridades del norte de México negociaron que caravanas estadounidenses transportaran al país bienes manufacturados y de consumo, los cuales se intercambiaban por los pesos de plata acuñados en las diversas casas de moneda.

 

La Independencia de México activó una nueva soberanía monetaria que tenía impacto mundial. Las tempranas autoridades del país recibieron la fortaleza de la diversificada masa monetaria para impulsar el comercio global y la unidad nacional. En ese momento, el peso de plata mexicano constituía un activo económico acreditado y fundamental para instrumentar políticas que atenuaran la crisis presupuestal mexicana y favorecer, al mismo tiempo, los programas económicos progresistas que tuviesen el objetivo de abatir la arraigada desigualdad extrema entre los poco más de 6.5 millones de mexicanos, número estimado de habitantes en nuestro país en aquellos años.

Los pesos de oro y de plata, y las monedas fraccionarias de ambos metales, circulaban con regularidad en cantidades diferentes a través de casas comerciales, unidades productivas y órganos del gobierno; ello se facilitaba con la acción de los intermediarios financieros y las oligarquías regionales, entre otros organismos y actores diversos. El uso cotidiano de monedas de cobre y las seudomonedas enriquecían la masa monetaria y hacía factible, por su misma baja denominación, las transacciones menudas, las del día a día en los espacios urbanos y rurales.

La variedad monetaria de entonces se volvió más compleja cuando se añadió de manera efímera, en tiempos del gobierno del emperador Iturbide, el papel moneda. Al respecto se conoce la propuesta publicada en septiembre de 1822, en la que se planteó emitir 142,200 “cédulas pagaré” o “haré-buenos” con denominaciones que iban desde mil pesos, la más alta, a las de quinientos pesos, trescientos pesos, cien pesos, cincuenta pesos, diez pesos y de cinco pesos. Se planteaba que “girarán en el Imperio como fuesen letras de cambio, endosándolos los tenedores [y] ganarán el interés de un seis por cien anualmente”. Se pensó en esta moneda para su uso en varios campos de la economía y para facilitar la vida diaria. El Proyecto sobre el establecimiento de papel moneda contemplaba alcanzar cuatro millones de pesos. Poco después, el 20 de diciembre de 1822, ese proyecto se ejecutó con modificaciones.

El peso fuerte de plata destacaba en el valor total de la masa monetaria. En 1822 se acuñaban en México casi diez millones de pesos y en 1830 la cifra era de 11.6 millones de pesos. Poco a poco se recuperó en esos años el nivel de amonedación alcanzado en los mejores momentos de la industria de la plata del final de virreinato. En esta tendencia destacaba la operación de las cecas de la Ciudad de México, Zacatecas, Guanajuato, Guadalajara Chihuahua, Durango, Sombrerete y San Luis Potosí.

A través de estos organismos, se involucraron en forma directa los diversos y arraigados intereses económicos,caracterizados por poseer habilidades y alianzas políticas, así como redes sociales suficientes en los niveles de gobierno. Casos concretos de ello se expresaron con las acciones coordinadas de José María Fagoaga y Lucas Alamán desde 1821 y 1822. Ambos integraron comisiones oficiales especiales activadas desde el poder político para documentar e informar sobre el importante ramo de minería. Fagoaga y Alamán fueron además representantes de intereses particulares, locales y foráneos, relacionados con la industria minera.

Las casas de moneda eran organismos que irradiaban riqueza, y atraían como poderosos imanes a variados intereses comerciales de importancia creciente en las entonces distantes entidades del norte del país. Las autoridades del norte mexicano animaron con “actitud notoriamente obsequiosa” para que caravanas estadounidenses transportaran sus productos valorados en decenas y centenares de miles de dólares; lo hicieron con pragmatismo, sin ningún tratado o acuerdo comercial, ni oficinas aduanales de por medio.

La información disponible indica que este tipo de acciones generaba ganancias que en los mejores años alcanzaban cientos de miles de pesos; eran transacciones que se concretaban de manera periódica o estacional cuando sus mercancías llegaban a Santa Fe, Albuquerque, a centros poblacionales de Chihuahua y en “ferias comerciales modestas”. Entonces los productos manufacturados y los bienes de consumo humano se intercambiaban por los pesos de plata acuñados en Zacatecas; o bien, aceptaban la plata en pasta extraída de los múltiples centros mineros del norte del país. Una vez que estos recursos monetarios se trasladaban a Estados Unidos, se convertían en el numerario de este país. Entonces podemos afirmar que nuestros pesos mexicanos ayudaron en esos años a robustecer la economía del vecino país del norte.

El crecimiento de esas cifras totales se registró en medio de un proceso productivo minero regional articulado, con la participación de las numerosas pequeñas y medianas minas explotadas en el centro y norte del país, favorecidas por las políticas fiscales, así como por la arraigada cultura productiva de los diversos grupos de trabajadores mineros y por la incorporación operativa y con el arrendamiento a particulares de nuevas casas de moneda en las siguientes décadas. Ya entre 1847 y 1856 se acuñarían veinte millones de pesos al año en “toda la República”.

 

Si desea leer el artículo completo, adquiera nuestra edición #164 impresa o digital:

“Plata y opio”. Versión impresa.

“Plata y opio”. Versión digital.

 

Recomendaciones del editor:

Si desea saber más sobre México y el origen del comercio mundial, dé clic en nuestra sección “Plata y Opio”.

 

Title Printed: 

Los pesos de plata mexicanos en el siglo XIX