Los ahuehuetes de Miravalle

Juan Antonio Reyes Agüero

Muchos ahuehuetes están cubiertos de una planta del género Tillandsia conocida como paixtle o heno, el cual cuelga de sus ramas imitando cabelleras encanecidas, lo que les da el aspecto venerable y druídico.

 

El 12 de junio de 1864, Maximiliano y Carlota llegaron al centro del Segundo Imperio mexicano: el Castillo de Chapultepec; la nostalgia por Miramar los hizo bautizar al recinto como Miravalle. A la condesa Paula Kollonitz Kolonitz, dama de honor de la emperatriz, le impresionaron los ahuehuetes con su altura inmensa, adornada con elegantes rizos vegetales. Con ojo ecológico apuntó que los árboles estaban a una buena distancia unos de otros y que el suelo estaba bastante pantanoso.

El gusto por el paixtle como adorno se impulsó con Maximiliano y Carlota, quienes en la época navideña abrían, magnánimos, el bosque al público para “todos los que quieran proveerse de heno […] del bosque de Chapultepec, donde se les dará gratis”. Pero no faltó quien los criticó. El 20 de diciembre de 1865, el periódico La Orquesta publicaba que era una lástima que se les corten las canas a los ahuehuetes, privándolos de su hermosura.

El general Miguel María de Echegaray fue un liberal moderado, que de tan moderado estuvo en el bando conservador durante la Guerra de Reforma y luego, sin más, pasó al republicano para combatir la segunda invasión francesa. En julio de 1864 Echegaray, mientras luchaba contra los invasores, pasó por el Tule. Se cuenta que eliminó parte de la corteza del ahuehuete monumental y sobre la madera viva talló una poesía; pero, para julio de 1870, una buena porción de corteza nueva cubría el poema.

EL SARGENTO, UN “ALTAR A LA PATRIA”

Tiempo después de fusilar a Maximiliano, los republicanos reivindicaron a los ahuehuetes como los mudos testigos de la heroica defensa contra los estadounidenses en 1847. El presidente Benito Juárez decretó, en 1871, el 13 de septiembre como de luto nacional.

Sebastián Lerdo de Tejeda, quien lo sucedió en el poder, inició la conmemoración anual a los cadetes héroes, siempre a la sombra del ahuehuete de Moctezuma que luego fue llamado el Sargento por los estudiantes del Colegio Militar, quienes además lo usaban, sin saberlo, como “Altar a la Patria”. Así lo fue hasta 1952, cuando se inauguró el monumento a los Niños Héroes.

En 1882 el presidente Manuel González inauguró un obelisco entre los ahuehuetes del lugar en donde, se dice, cayó el cadete Juan Escutia envuelto en la bandera durante aquella batalla del 13 de septiembre de 1847. La retórica aludía que la sangre de los patriotas nutrió a los ahuehuetes del bosque.

La belleza del bosque la captó José María Velasco en 1871 en su pintura Ahuehuetes de Chapultepec. El siguiente año, un 2 de mayo, cuenta el profesor Maximino Martínez que una persona prendió fuego al ahuehuete de la Noche Triste, molesto por la mucha sombra que daba a su casa, pero los vecinos y las autoridades lograron apagar el incendio.

Entre los vecinos estaba don José María Enríquez, descendiente de don Martín Enríquez de Almanza y Ulloa, cuarto virrey de la Nueva España (1568-1580). Este último encomendó la custodia del árbol a una parte de su descendencia. Todavía en 1921, se cuenta, la señorita Isabel Enríquez era la guardiana del árbol de Popotla. Antes, el poeta porfiriano Juan de Dios Peza escribió: Dadme el rumor del viento que sacude / Los viejos ahuehuetes del Anáhuac, / Cuando de noche en el sagrado bosque / Surgen los manes de la edad pasada.

Para 1878 Ciudad de México, que se fundó sobre un gran lago, empezó a padecer la falta de agua. El periódico El Monitor Republicano afirmó que la escasez se debía al derrumbe de los ahuehuetes de Chapultepec y a las parásitas (el paixtle) que los abruman, y solicitó mantenimiento para las tres albercas: la Grande, la de Moctezuma y la Condesa, de las que los ahuehuetes bebían agua.

En 1891 la Sociedad Mexicana de Historia Natural comisionó a Manuel de la Bárcena para hacer un diagnóstico. El comisionado llegó a la conclusión de que, en efecto, la disminución del agua en las albercas afectaba a los ahuehuetes; destacó que el paixtle es una planta epífita, pero no parásita, que poco afecta a los árboles y recomendó cubrir con tierra vegetal el pie de los troncos y así proteger las raíces de los árboles.

Porfirio Díaz usaba Chapultepec como castillo de verano, pero en 1896 se estableció ahí de manera permanente. De los 250 ahuehuetes que había en 1827, en 1895 solo quedaban 54. Para evitar que avanzara el deterioro del parque se formó la Dirección de Mejoras del Bosque de Chapultepec que presidió José Ives Limantour; entonces se aumentó el tamaño del bosque y se creó el lago artificial.

El aire parisino se lo dio la construcción de la Casa del Lago –que fue la sede del “Club del Automóvil”–, pasarelas, un restaurante para la élite y puestos de refrigerios. Se prohibieron los días de campo para evitar incendios con las fogatas que los paseantes usaban para calentar las viandas.

En 1906, en la esquina de las avenidas Reforma e Insurgentes se plantó el ahuehuete para festejar el centenario del natalicio de Benito Juárez. Cuatro años después, cerca del monumento a Louis Pasteur, también en esas inmediaciones, se plantó el Árbol del Centenario por la Independencia, a iniciativa del señor Lauro Ariscorreta.

Menos ceremoniosos fueron otros ahuehuetes. Se cuenta que los de la región de Zimapán, Querétaro, y los de Lagos de Moreno, Jalisco, como seguramente en otras regiones de México, fueron el patíbulo para que ejércitos de todos los credos (insurgentes, realistas, intervencionistas, liberales, conservadores, republicanos, imperiales, federales, maderistas, constitucionalistas, villistas, zapatistas y cristeros) y las infaltables bandas de ladrones que medran alrededor de ellos, colgaran en los ahuehuetes a sus enemigos y, a veces, hasta a sus amigos.

EL RELICARIO DE LOS HÉROES

Así como la celebración del Centenario de la Independencia en 1910 fue la despedida del Porfiriato, la fiesta menos ostentosa por su culminación en 1921 fue la bienvenida para una Revolución mexicana que se afianzaba en el poder. Los sonorenses que entonces gobernaban el país eran poco afectos a la épica de 1847, pero en 1921 el general y presidente Álvaro Obregón asistió a la conmemoración.

Como parte del acto se plantaron ahuehuetes en honor a los cadetes héroes. Otros viejos ahuehuetes, los que se asomaban sobre la calzada del lago de Chapultepec, escucharon el estruendo de la dinamita que militantes de la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa lanzaron al vehículo de Álvaro Obregón aquel domingo 13 de noviembre de 1927. El general resultó ileso, en la tarde se fue a la corrida de toros y después fusilaron a los hermanos Pro Juárez. Pero los ahuehuetes de las antiguas huertas de Chimalistac, en donde estaba el restaurante La Bombilla, atestiguaron, ocho meses después, los seis disparos con los que José de León Toral asesinó al caudillo sonorense. A León Toral también lo fusilaron.

En los años veinte del siglo XX, los guardabosques de Chapultepec comentaban que los ahuehuetes eran el relicario de los cadetes héroes, porque por ahí estaban enterrados. El centenario de la Batalla de Chapultepec, en 1947, fue el momento ideal para buscarlos y para ello se comisionó a zapadores del ejército nacional al mando del general Juan Manuel Torrea. Cinco días después, al pie de los ahuehuetes-relicario, encontraron seis cráneos que, según dictamen antropológico, pertenecían a cinco hombres jóvenes y un adulto. Con eso fue suficiente para declarar de facto que sí eran los restos de los cadetes héroes.

Para la década de 1940, los manantiales de Chapultepec abastecían con muy poca agua a la sedienta Ciudad de México. Las nuevas perforadoras que exploraban a mayor profundidad, combinadas con bombas modernas que extraían más litros de agua por segundo, rodearon el bosque, dándole fin al ecosistema que, hasta 1950, tenía cerca de quinientos ahuehuetes, según el botánico Maximino Martínez.

 

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En busca del árbol nacional