Nuestro país atesora en sus tradiciones una gran cantidad de historias y leyendas sobre espectros y seres de todo tipo; algunas hacen referencia a seres elementales de la naturaleza, otras a brujas y espíritus que vagan en las tinieblas.
La oscuridad es el escenario lúgubre, misterioso, propicio para las apariciones y seres nocturnos. El filósofo irlandés Edmund Burke (1729-1797), en su obra De lo sublime y de lo bello, apunta que “todo el mundo estará de acuerdo en considerar cuánto acrecienta la noche nuestro horror, en todos los casos de peligro, y cuánto impresionan las nociones de fantasmas y duendes, de las que nadie puede formarse ideas claras, a aquellas mentes que dan crédito a los cuentos populares concernientes a este tipo de seres”. En el caso de México, nuestro país atesora en sus tradiciones una gran cantidad de historias y leyendas sobre espectros y seres de todo tipo; algunas hacen referencia a seres elementales de la naturaleza, otras a brujas y espíritus que vagan en las tinieblas.
Muchos de estos mitos tienen su origen en tiempos precolombinos, pues la riqueza cultural y complejidad cosmogónica contribuyó a la construcción de maravillosos relatos que mezclan lo divino y sagrado con lo humano. El historiador Alfredo López Austin nos brinda una acertada síntesis del imaginario indígena: “repleto de dioses y seres invisibles. […] Las fuerzas de los antepasados eran guardianas de la honra familiar. […] las noches se llenaban de fantasmas. Los males penetraban en los cuerpos y se adueñaban de los centros de fuerza. Las almas de los hombres se comunicaban con los fuegos del destino y salían a soñar”.
La famosa Llorona
Es conocida entre los pueblos una afección conocida como “mal de espanto”. Se piensa que la persona que la padece pierde su alma debido a un susto o sobresalto, y para encontrar el remedio se busca a los “curanderos”, quienes les ayudan a quitar el espasmo y la angustia al corazón. De ahí también la frase popular: “Me regresó el alma al cuerpo”.
Entre las leyendas más conocidas no se puede dejar de mencionar la de la Llorona, aquella mujer que vaga por las noches clamando y llorando por sus hijos con frases como esta: “¡Hijitos míos ya tenemos que irnos lejos!, hijitos míos, ¿a dónde os llevaré?” –como refiere Miguel León-Portilla–; o, como aparece en otros relatos, con el grito aterrador de “¡Ay, mis hijos!”. Esta historia al parecer se relaciona con la diosa Cihuacóatl, quien gritaba y lloraba por las noches; en este sentido, su presencia habría sido uno de los funestos presagios que anunciaron la llegada de los españoles al territorio mexica. El fraile dominico Diego Durán (1537-1588) y los informantes del franciscano Bernardino de Sahagún (1500-1590) confirmaron este importante relato en sus crónicas.
De la Llorona se pueden encontrar diferentes versiones y adaptaciones dependiendo de la región geográfica, así como también de las diferentes épocas de la historia de México. Tal ha sido su trascendencia que en la actualidad todavía se siguen dando testimonios de su aparición.
Apariciones
También Sahagún, en su Historia general de las cosas de Nueva España, describe otras temibles entidades. Una de ellas se asociaba a Tezcatlipoca (“espejo humeante”) que, según la mitología mesoamericana, era “tenido por verdadero dios, e invisible, el cual andaba en todo lugar, en el cielo, en la tierra y en el infierno; y tenían que cuando andaba en la tierra movía guerras, enemistades y discordias, de donde resultaban muchas fatigas y desasosiegos”. Pero también era sabio, otorgaba prosperidad, riqueza, protección ante los peligros y desgracias; tenía la capacidad de transformarse en animal y en ocasiones se mostraba en forma de lobo para acompañar y proteger a los viajeros o caminantes.
Asimismo, estaban las llamadas tlacanexquimilli, que –según la obra de Sahagún– “no tenían pies ni cabeza, las cuales andan rodando por el suelo y dando gemidos como enfermo”. Para quien las llegaba a ver, se interpretaba que iba a morir pronto en una guerra, de enfermedad o por un desastre. También los guerreros mexicas las buscaban por las noches para pedirles espinas de maguey, que eran símbolo de buena fortuna, y ellas las entregaban diciendo: “Doyte toda la riqueza que deseas, para que seas próspero en el mundo”.
En la obra de Sahagún también se habla de la cuitlapanton o centlapachton, una mujer enana con cabellos largos que se hacía presente en la noche, anunciaba la muerte una catástrofe; podía moverse rápidamente de un lugar a otro como burlándose de su espectador. Asimismo, se relata la existencia de un espectro en forma de calavera que iba detrás de las personas o sobre sus piernas haciendo ruidos y asustando, además de otro que era como un cadáver amortajado que se quejaba o gemía.
Nahualas y hechiceras
En la tradición oral tlaxcalteca se registra la existencia de las tlahuelpuchis o tlaltepuchis, que identifican a mujeres nahual. Se dice que tienen la capacidad de convertirse en animales, principalmente en lobo, y son consideradas como brujas, ya que han desarrollado poderes de sanación y para hacer el mal. Se alimentan de la sangre que absorben de bebés y niños, por lo que también es conocida la frase “se lo chupó la bruja” en dicho contexto popular. Al parecer, se les podía ahuyentar de los hogares colocando alfileres, cuchillos o tijeras abiertas debajo de las camas de los niños, ya que no soportaban las puntas de los metales.
En otros pueblos esa entidad es asociada con Mometzcopinqui, una hechicera que tenía la capacidad de quitarse las piernas para convertirse en ave o guajolote y se llegaba a ver recorriendo los caminos como bola de fuego. Esta narración aún continua viva en el contexto cultural de México.