La población prosperó principalmente debido a las salinas del norte de Altamira y a la pesca, gracias a lo cual, hacia mediados del siglo XVI el virrey reunió de la población cinco mil pesos para enviarlos al rey de España. Carlos V, en agradecimiento, envió una imagen de Cristo, recibida en el puerto y colocada en el altar principal de la iglesia de San Luis con grandes fiestas y celebraciones.
En abril de 1684, por el río entraron unos barcos sin banderas. Cuando finalmente las izaron se vio que eran piratas encabezados por el que llamaban “Lorencillo” (el holandés Laurent Graff), quienes durante varios días y sus noches saquearon la población y la dejaron envuelta en llamas, junto con el convento y la iglesia de San Luis, donde se hallaba la tumba de fray Andrés de Olmos.
Ante la devastación, los vecinos se disgregaron, algunos hacia Altamira para dedicarse a la explotación de las salinas, otros se establecieron en lo que hasta entonces era un centro de reunión de pescadores, para hacer crecer Pueblo Viejo a las orillas de la laguna. Los que salvaron del incendio la imagen regalo del rey se fueron a establecer al otro lado del río, en un punto elevado donde erigieron una capilla, lugar que llamaron Villa del Salvador de Tampico, para quedar luego como Tampico Alto, nombre que conserva hasta esta fecha. Tampico, de nuevo, quedó prácticamente abandonado.
Esta publicación es un fragmento del artículo “Las fundaciones de Tampico” del autor Jesús M. Govela y se publicó íntegramente en la edición de Relatos e Historias en México, núm. 36.
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