La Novena sinfonía de Beethoven

A doscientos años del estreno del himno universal a la alegría

Ricardo Lugo Viñas

A la memoria de Eusebio Ruvalcaba

Hace doscientos años, el 7 de mayo de 1824, se estrenó la más celebrada y encumbrada sinfonía de Ludwig van Beethoven: la Sinfonía número 9 en re menor, op. 125, también conocida como Sinfonía Coral o, simplemente, Novena Sinfonía. La Novena, pues, es la última composición orquestal del huraño músico nacido en Bonn y también la más notoria y comentada dentro de su amplísimo e insigne repertorio, amén de que es considerada una de las sinfonías más innovadoras y extraordinarias de todos los tiempos dentro de la historia de la música universal.

Aunque Beethoven había pensado en Berlín como el escenario ideal para estrenar su última sinfonía, finalmente fue en el Teatro de la Corte Imperial y Real de Viena. La noche del 7 de mayo toda la ciudad se dio cita para atestiguar el mayor acontecimiento de la música beethoveniana, y tal vez de la música de ese siglo. El cartel anunciaba el concierto de la siguiente manera: “Las composiciones que serán ejecutadas son las obras más recientes del señor Beethoven. Primero. Gran Obertura. Segundo. Tres grandes himnos. Tercero. Gran sinfonía [Novena], con la entrada final de solos y coros sobre el lied de [Friedrich] Schiller a la Alegría. Los solos serán cantados por las señoritas [Henriette] Sontag y [Karoline] Unger y los señores [Anton] Haizinger y [Joseph] Seipelt”.

El concierto fue apoteósico. Beethoven lo dirigió, de espaldas al público, imaginando los sonidos (con la ayuda de dos talentos musicales del momento: Michael Umlauf e Ignaz Schuppanzigh), pues para entonces estaba completamente sordo. “Canturreaba a veces, levantaba la mano para indicar la entrada a los timbales en el scherzo. Lloró en el adagio, enardeció cuando cantaba el coro las palabras de Schiller”. Tuvo que imaginar, también, el sonido de los aplausos del público que, se dice, interrumpió en varias ocasiones a la orquesta.

Inicialmente, el tema de esta sinfonía nació como un lied (escritos para voz y piano, y con un poema lírico como letra, eran característicos del Romanticismo alemán) que aún se interpreta en las aulas de muchas escuelas mexicanas de educación básica. Beethoven lo tituló “Seufzer eines Ungeliebten-Gegenliebe”, a partir de un poema de Gottfried August Bürger que habla sobre un amor no correspondido. Posteriormente, lo retomó como tema principal para su “Fantasía coral”, y para el coro de su renombrada Novena, pero ahora con letra del poeta Friedrich Schiller que refería los deseos de paz, hermandad, prosperidad y libertad de la época.

Ese día quedó grabado en los momentos estelares de la historia universal. Sin embargo, para Beethoven la noche fue agridulce, pues, aunque el teatro estuvo a reventar, cuando le entregaron el estado financiero del concierto, ya descontando los gastos de músicos, cantantes, dirección, copistas y renta del teatro, sólo quedó para él un ínfimo pago de 120 florines. Para intentar compensarlo, el compositor Luis Antoine Duport, director del Teatro de la Corte, organizó un segundo concierto, pero este no resultó, pues todoslos beethovenianos de Viena ya habían asistido al estreno.

Beethoven en México
En México, la Novena fue estrenada en el otoño de 1910, en el marco de los festejos por el Centenario de la Independencia. El maestro Carlos J. Meneses fue el director artístico de la temporada de conciertos que interpretó las nueve sinfonías de Beethoven, con la mejor orquesta del momento: la Orquesta del Conservatorio Nacional. El tour de force de las nueve sinfonías beethovenianas conmocionó al público mexicano que semana tras semana, los jueves y los domingos por la tarde, se dio cita en el Teatro Arbeu para escuchar ese “mundo inmenso de bellezas, pasiones, de amores que creó para sí aquel sublime sordo”, como señaló por aquellos días el periódico El Correo Español.

Así pues, la tarde del domingo 6 de noviembre de 1910 se tocó por vez primera en México la Novena de Beethoven. Respecto al estreno de la obra más “elevada del divino arte […] de la cual deriva toda la música moderna”, el escritor Carlos González Peña, que firmaba como Maese Pedro, escribió en El Mundo Ilustrado: “En la Novena Sinfonía [Beethoven], transfigurado, magnífico, enorme, cantó a la Alegría, lanzando un hondo y conmovedor grito: el grito del genio que en la cumbre se siente hermano de sus hermanos los hombres”. Y aunque al maestro Meneses se le reclamó no haber programado la Novena sola, tanto en el programa del domingo 6 de noviembre como en el del siguiente jueves 10, en general las loas fueron más que las críticas y se le consideró el gran impulsor de “la buena música” beethoveniana.

Aquí cabe recordar, sólo para que quede constancia, que el introductor en México de la obra del genio de Bonn fue el maestro Melesio Morales, quien en 1870 tocó por vez primera dos sinfonías de Beethoven (la primera y la quinta) en el Teatro Nacional, como parte de las conmemoraciones universales por el centenario del natalicio del compositor.

Es cierto también que la música de Beethoven se coló subrepticiamente como música doméstica en los hogares de la aristocracia mexicana de principios del siglo XIX. En 1826, por ejemplo, un anuncio del periódico El Sol publicitaba la venta de “una numerosa y excelente colección de oberturas, sinfonías, entreactos y otras varias piezas de los autores más afamados como Rossini, Bethoven [sic], Kérubini”. Ese tipo de partituras eran consumidas por la élite mexicana que gustaba de amenizar las reuniones con música de piano y voz.

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