La historia de una fachada del siglo XVIII

Sede de la Academia Mexicana de la Historia

Óscar Mazín

La casa de la fachada barroca que pasaría a la sede de la Academia Mexicana de la Historia podría considerarse modesta si se le compara con otros palacios del siglo XVIII, como el de los condes de San Mateo de Valparaíso, sede fundacional del Banco Nacional de México.

 

Al mediar el siglo XX un grupo de historiadores se entusiasmó con un vestigio arquitectónico de la Ciudad de México, hasta el grado de hacer todo para que les fuera donado, y aun tuvieron que buscar un predio de dimensiones exactas donde acomodarlo. Se trata de una fachada barroca que fue trasladada, piedra por piedra, desde el primer cuadro de la capital a la plaza Carlos Pacheco, en la antigua parcialidad de San Juan Moyotlan. Gracias a ella, la Academia Mexicana de la Historia contó con una sede propia. El vestigio, pues, viajó, concretó un sueño y abrió un cerrojo. Estamos ante un auténtico “lugar de memoria” de la capital de Nueva España que, al ser resignificado, sigue dando acceso a un recinto del saber histórico.

Esa fachada correspondió a una casa señorial, aunque de proporciones no grandilocuentes, más bien sobrias, quizá porque allí hubiera una edificación previa del siglo XVII; sobre todo si la comparamos con las majestuosas residencias de San Mateo de Valparaíso (1772, hoy parte del Banco Nacional de México) o San Bartolomé de Xala (1764), esta última restaurada no hace mucho para la cadena Sanborns. Las tres se ubicaban sobre la calle de Capuchinas, la actual Venustiano Carranza, cuyo nombre hacía alusión al convento de monjas franciscanas de estricta observancia que allí se ubicó desde 1673 hasta 1861.

En las décadas de 1930 y 1940, historiadores del arte insignes como Diego Angulo Íñiguez y Manuel Toussaint ya no pudieron salvar el interior. La destrucción acarreada por la modernización no conocía límites y, aun hoy, conoce poco freno. Los últimos restos de la casa desaparecieron por el año de 1925 al ser transformados para negocios y despachos. Solo quedó la fachada cuya planta baja fue también alterada para ser adaptada para banco. Se salvó de ser demolida porque su porción alta se conserva intacta.

La señorial casa de Capuchinas

A causa de “las ménsulas, a guisa de capiteles [corintios] que enmarcan las ventanas del piso alto”, esos estudiosos concluyeron que la casa había sido “de fecha próxima a mediados del siglo”. Un testimonio del año 1779 pone de manifiesto que en ella residían el primer conde de Rábago y su familia, sus más célebres propietarios.

Al destacar el remate de la fachada correspondiente al 62 de la calle de Capuchinas, a base de arcos invertidos delimitados por almenas, Diego Angulo Íñiguez dijo que le hacía pensar en la Real Casa de Moneda de México. Esta alusión revela la inteligencia y destreza visual de esos maestros cuya entrenada mirada sondeaba conexiones posibles entre los elementos más eminentes del repertorio arquitectónico.

Angulo hizo esa analogía ignorando que el “primer director” de la Casa de Moneda ejerció un papel relevante en la ejecución de la de Capuchinas. Adelanto que se trata del futuro suegro del primer conde de Rábago: me refiero al ingeniero, matemático y “maestro principal de moneda” don Nicolás Peinado y Valenzuela, que llegó a la Ciudad de México en diciembre de 1730, tras ser nombrado, efectivamente, director de la Casa de Moneda por el rey Felipe V. Traía el encargo de poner en marcha un nuevo sistema de acuñación. A partir de 1732 la nueva maquinaria industrial produjo la “columnaria” o peso troquelado de plata de a ocho reales, que sustituyó a las monedas martilladas o “macuquinas”.

No menor fundamento histórico tiene una insinuación de Angulo Íñiguez acerca de la posible influencia del arquitecto Lorenzo Rodríguez en ambas casas. En efecto, Nicolás Peinado y Lorenzo Rodríguez viajaron juntos desde la península ibérica y estuvieron vinculados durante sus años iniciales en Nueva España. A partir del 21 de febrero de 1731 el segundo fue designado aparejador de la obra de madera de la Real Casa de Moneda. Esa designación no habría tenido lugar sin la anuencia del director.

En diciembre de 1734 el nuevo edificio de la Moneda quedó concluido y fue inaugurado por el arzobispo virrey Juan Antonio de Vizarrón y Eguiarreta, quien encargaría a Rodríguez obras muy importantes en la catedral. Como en la casa de Capuchinas, llamó la atención de los viejos maestros el festón del antepecho o remate a base de arcos invertidos rematados por pináculos. Rodríguez echaría mano de este recurso décadas más tarde, en la casa de San Bartolomé de Xala. Por ahora, la probable influencia del artífice Rodríguez en la fachada de Capuchinas parece indirecta a falta de sustento documental.

Nicolás Peinado contrajo nupcias en 1747. Se casó con doña Rosa María Miranda Tristán del Pozo, nacida en la Ciudad de México. El 23 de enero de 1754 les nació su única hija sobreviviente, María Josefa Peinado Miranda. Se sabe que Nicolás fue aquejado de una “enfermedad” grave y que falleció en el año 1762. Es bastante probable que haya hecho edificar la casa de Capuchinas para servir de residencia principal para su mujer y de dote para su hija.

Nicolás Peinado parece haber concertado para esta última un enlace matrimonial conveniente, no obstante ser aún niña. Contraería nupcias con Domingo de Rábago, un importante almacenero miembro del gran comercio de Nueva España. El matrimonio se celebró el 30 de enero de 1766. A causa de sus negocios, Rábago debió haber entrado en contacto con su futuro suegro, al fin director de la Casa de Moneda de México. Obtuvo el título de conde en 1774.

 

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Una fachada del siglo XVIII