La historia de las Grutas de Tolantongo y la lucha agraria en el Valle del Mezquital

Consuelo Cuevas-Cardona y Carmen López-Ramírez

A finales de 1995 los habitantes de San Cristóbal conformaron la Sociedad Cooperativa Ejidal Grutas de Tolantongo, que fue reconocida como tal en 1998. Esto les aseguró la autonomía necesaria para manejar el proyecto turístico con el que cuentan ahora.

 

Santiago Ixtacapa y la lucha agraria La hacienda Santa Rosa La Florida, de acuerdo con la documentación encontrada, perteneció a la Compañía de Jesús a partir de 1724 y, cuando la orden religiosa fue expulsada de la Nueva España en 1767, pasó a manos de don Pedro Romero de Terreros, el famoso conde de Regla. Los descendientes del conde la vendieron a particulares y en 1916 llegó a manos de un extranjero de nombre Alejandro Athié.

Athié se caracterizó por ser un hacendado que maltrataba a los peones, pues existen varias evidencias de esto. Para la época en que él compró la hacienda, el reparto agrario, una de las demandas más importantes de la Revolución mexicana, ya se había echado a andar y los pueblos luchaban porque se les devolvieran las tierras de las que habían sido despojados o que se les entregaran las que trabajaban día a día.

La primera localidad en solicitar tierras de la mencionada hacienda fue Santiago Ixtacapa, el 18 de marzo de 1926. Para entonces, en el poblado se sembraba maíz, frijol, chile y jitomate en terrenos que eran parte de uno de los ranchos de la hacienda llamado El Tecomate. Aquí también había caña de azúcar, nogales, zapotes, plátanos de diversas clases, naranjos, mangos y limas.

Athié alegó que ese pueblo estaba muy lejos de sus propiedades y que los habitantes solo actuaban por codicia, ambición y “ganas de causar perjuicios al prójimo”. Sin embargo, los ingenieros que fueron a corroborar la situación observaron que el poblado efectivamente colindaba con el rancho y que las tierras eran sembradas cotidianamente por sus habitantes. Narraron, además, algunos abusos cometidos, como el caso de un vecino que tuvo que llevar una carta a la presidencia municipal de Metztitlán, de parte del Comité Ejecutivo que había solicitado tierras. A su regreso fue despedido por el mayordomo del rancho y se le quitó la casa donde vivía con su familia y la herramienta con que trabajaba por haberse metido al “agrarismo”.

Las arbitrariedades cometidas por Athié durante los años de gobierno de Plutarco Elías Calles (1924-1928) no fueron resueltas. En ese periodo se retuvieron numerosos expedientes de los pueblos y fueron entregadas pocas tierras. Hay autores que opinan que, de hecho, hasta este mandato la estructura agraria porfirista en el fondo continuaba ilesa.

En 1934, dado que aún no se les resolvía la entrega de tierras, los campesinos de Ixtacapa formaron el Sindicato de Obreros de Agricultura e Industria reconocido por la Junta de Conciliación y Arbitraje. Exigieron a Athié el pago del salario mínimo y como respuesta fueron suspendidos del trabajo. Después de eso, y dado que no tenían otra forma de vivir, solicitaron su regreso a las labores, pero Athié quiso obligarlos a trabajar por solo cincuenta centavos y no por un peso como se les había pagado hasta entonces. Les aseguró que prefería dejar las tierras baldías a darles una paga como la que hasta entonces habían tenido.

Poco a poco, sin embargo, el nuevo presidente Lázaro Cárdenas (1934-1940) logró un reparto más justo de la tierra y para 1938 la hacienda Santa Rosa La Florida ya había sido afectada en beneficio de diferentes poblaciones, pero no de Ixtacapa, que continuó con su solicitud. Ante esto, Athié se inscribió en el Sindicato de Pequeños Agricultores de la República Mexicana y, en una carta del 28 de julio de ese año, describió sus propiedades ante el Jefe de la Oficina de la Pequeña Propiedad.

De acuerdo con lo que él mismo declaró, en su haber tenía el rancho de Tolantongo, en Cardonal, ubicado a las orillas del río Blanco. Además era dueño del “ranchito” El Tecomate, de quince a dieciséis hectáreas, ubicado entre las orillas de los ríos Blanco y Amajac y plantado de árboles frutales “muy crecidos y muy frondosos”. En este rancho también se sembraba caña de azúcar que se beneficiaba con un trapiche inglés que había costado tres mil pesos de oro nacional. Para trasladar la maquinaria se había hecho abrir un cerro con dinamita, de lo que Athié se sentía muy orgulloso porque, según él, las obras serían de beneficio público.

Un ingeniero que fue a realizar estudios vio que dichos ranchos formaban en realidad una unidad que conformaba toda la hacienda de Santa Rosa La Florida. Pero, además, el “pequeño propietario” contaba con más bienes, como la hacienda de Ocozha, en Ixmiquilpan, que se componía de cuatro fracciones: el terreno de Ocozhá propiamente y los ranchos anexos Bojay, la Sierrita Linda y Debodé.

Pese a las acciones de Athié, el 31 de octubre del mismo 1938 por fin se entregaron a Ixtacapa más de ochocientas hectáreas de la hacienda.

San Cristóbal y las grutas de Tolantongo

Otro poblado que solicitó tierras fue el de San Cristóbal, de Cardonal, el 28 de febrero de 1930. Alejandro Athié presentó un plano para mostrar que no existía tal población y, por tanto, no había núcleo para ser dotado de ejido. Sin embargo, de acuerdo con los estudios de los ingenieros de la Secretaría de Agricultura y Fomento, el plano era de 1892, por lo que no reflejaba la realidad. La ranchería había sido formada con los trabajadores de la propia hacienda y, por lo tanto, se encontraba dentro de sus terrenos, de manera que se les dotó con 1,490 hectáreas. El hecho de que Athié desconociera a una población completa establecida dentro de su hacienda habla de la indiferencia y falta de empatía hacia sus propios trabajadores.

En 1934 se concedió al pueblo la dotación de tierras y las grutas de Tolantongo fueron parte de la entrega. Unos años después, un empresario llamado Eduardo Jiménez, habitante de la Ciudad de México, solicitó permiso para establecer ahí un balneario. Se decía que los ejidatarios habían dado su autorización para este desarrollo, sin embargo, esto no fue así y, además, el individuo resultó ser un prestanombres de algún exgobernador. A los ejidatarios se les ofreció una permuta de terrenos y una indemnización económica por las hectáreas de riego que supuestamente estaban cediendo. Para su fortuna, tiempo más tarde metieron un amparo y lograron recuperar las grutas.

En 1995 otro empresario, acompañado de Jesús Murillo Karam, el gobernador hidalguense de entonces, les ofreció invertir en la barranca y trabajar con ellos para lograr un desarrollo turístico. Después de reunirse en asamblea, los ejidatarios rechazaron la oferta. Ese mismo año, la Secretaría de Turismo y la de Medio Ambiente, Recursos Naturales y Pesca les propusieron integrar las grutas dentro de un área natural protegida; sin embargo, las condiciones estipulaban que ellos mismos tuvieran que pedir permiso para ingresar, de manera que también rechazaron la propuesta. Esto, por supuesto, tuvo implicaciones, pues hubo numerosas amenazas e intentos de coerción.

A finales de ese año conformaron la Sociedad Cooperativa Ejidal Grutas de Tolantongo, que fue reconocida como tal en 1998. Esto les aseguró la autonomía necesaria para manejar el proyecto turístico con el que cuentan ahora. Gracias a que son dueños de una mina de mármol, tienen el material necesario para levantar la infraestructura que actualmente les permite dar alojamiento a los visitantes y establecer algunos comedores. También poseen una huerta en donde siembran diferentes árboles frutales. Todos trabajan en conjunto para el bien común y, además, tienen la capacidad de dar trabajo a personas de otros poblados a los que les pagan mucho más que el sueldo mínimo, de acuerdo con un video que trata de la cooperativa y está disponible en la plataforma del Centro para la Justicia Social (https://globaljusticecenter.org).

En dicho video, los ejidatarios también mencionan con frecuencia que ellos son indígenas ñähñu, de lo cual se sienten muy orgullosos. Además de que han logrado manejar una economía propia, están conscientes de la importancia de conservar la naturaleza que los rodea porque la flora y la fauna foman parte de su vida y de su proyecto.

 

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