La extraordinaria expedición científica a Japón

En 1874 una comisión mexicana embarcó al Lejano Oriente para observar el paso de Venus por el disco solar
Rodrigo Azaola

Esta expedición científica fue una gesta heroica, inaudita, que dio a la ciencia mexicana un asiento a la altura de las potencias en la materia en aquella época. Este evento tan lejano y ajeno para el grueso de la población fue esencial para legitimar el proyecto de nación del grupo liberal y el pensamiento positivista, al tiempo que impulsó la imagen de un país moderno y científico.

 

Francisco Díaz Covarrubias (1833-1889), egresado del Colegio de Minería, fue uno de los ingenieros mexicanos más sobresalientes del siglo XIX. Especializado en geodesia, recibió a lo largo de su carrera distintos encargos del gobierno para establecer la posición geográfica de la ciudad de México y las latitudes de distintos puntos del valle de México. Bajo su dirección se fundó el Observatorio Astronómico Nacional, establecido en el Castillo de Chapultepec y de muy breve existencia (enero a mayo de 1863) debido a la invasión francesa iniciada en 1862.

Tras el triunfo de la República, en 1867 el presidente Benito Juárez lo nombró ministro de Fomento, y en 1869 tuvo a su cargo la subdirección de la Escuela Nacional Preparatoria, institución que él había ayudado a fundar. Años después, Díaz Covarrubias destacaría a la cabeza de la importantísima expedición científica a Japón de 1874.

La historia de dicho viaje tuvo un antecedente en 1872, cuando el ingeniero geógrafo y militar Francisco Jiménez publicó, por encargo de la dirección de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, un artículo sobre el paso de Venus que tendría lugar dos años después; a pesar de que el evento fue abordado en una reunión de la sociedad, nada se concluyó. Luego, en abril de 1874, Díaz Covarrubias presentó el documento “Exposición popular del objeto y utilidad de la observación del paso de Venus por el disco del Sol”, pero no fue hasta septiembre de ese año que el diputado Juan José Baz llevó el tema a la atención del presidente Sebastián Lerdo de Tejada.

Sin embargo, la realización de la misión científica presentaba dos obstáculos significativos: tendría lugar en menos de tres meses y seguramente el Congreso se opondría a sufragarla. Ante esta situación, Lerdo de Tejada decidió formar una comisión y para ello convocó a Díaz Covarrubias. De tal manera, la Comisión Astronómica Mexicana quedó establecida con el ingeniero como jefe de la expedición, a quien acompañaría Jiménez. Dos científicos más reforzarían el grupo: Manuel Fernández Leal y Agustín Barroso, ambos egresados del Colegio de Minería, cercanos a Covarrubias y con vasta experiencia como geógrafos, topógrafos y docentes de la Escuela Nacional Preparatoria.

El presidente quiso que el escritor Francisco Bulnes, de apenas veintisiete años, se les uniera en calidad de cronista de la misión. Tanto el líder del país como los integrantes de la Comisión Astronómica Mexicana reconocían que más allá del triunfo o la derrota de su encomienda, existían responsabilidades mayores por tratarse de la primera expedición científica al extranjero subvencionada por el gobierno en la historia del país: confirmar como viable un proyecto político y educativo, así como el compromiso de hacer patente la excelencia de las ciencias nacionales no sólo en el ámbito doméstico, sino ante la comunidad internacional. En suma, los expedicionarios llevaban en sus hombros el prestigio de México.

 

Esta publicación es un fragmento del artículo “La extraordinaria expedición científica a Japón” del autor Rodrigo Azaola y se publicó íntegramente en la edición de Relatos e Historias en México, núm. 93.