La discusión sobre las estatuas en los espacios públicos

La Redacción

Robert Milligan fue un destacado comerciante de las Indias Occidentales, esclavista, propietario de plantaciones de azúcar en Jamaica, y fundador del centro comercial mundial de Londres, West India Docks. La estatua fue retirada y el alcalde de Londres Sadiq Khan apoyó la remoción porque: "es una verdad incómoda que nuestra nación y nuestra ciudad deben una gran parte de su riqueza a su papel en el comercio de esclavos".

 

En mayo de 2015 el joven Dylann Roof disparó a mansalva contra los parroquianos en una iglesia de Carolina del Sur. No era un loquito, como suele decirse, sino un fanático obsesionado con la idea de que los negros eran un peligro para los blancos (como se supo en el juicio). Mató a nueve personas, y en esa iglesia estaba el senador Clementa Carlos Pinckney, quien también murió, y organizaba manifestaciones en Charleston en repudio al asesinato de otro afroamericano por la policía.

Pero hay ciudades en las que, en lugar de hacer un esfuerzo por comprender las causas de las protesta, han echado más gasolina al fuego con arrestos y agresiones de la policía a los activistas. En Charlottesville, Virginia, en 2017, se registraron violentos choques entre quienes exigían el retiro de una estatua del general Robert Lee y los racistas del “Unite the Right” (Ku Klux Klan y neonazis), en los que murió una chica y hubo nueve heridos, frente a un enorme despliegue de fuerzas policiales y de la Guardia Nacional.

El presidente Trump condenó por igual la violencia de ambos bandos; pero de ese modo equiparaba las causas de los supremacistas con las del rechazo al racismo. No obstante, algunas autoridades locales entendieron el problema, como en Nueva Orleans, y decidieron remover las estatuas de los confederados y prohibieron la exhibición de las banderas sureñas en edificios públicos.

El brutal asesinato de George Floyd en Mineápolis, en mayo de 2020, fue difundido por las incontenibles redes sociales y la oleada de indignación alcanzó todos los rincones de Estados Unidos y su onda expansiva llegó a más de 60 países. En cada uno se ligó a casos locales de brutalidad policial y en México, se fusionó a las protestas por el asesinato de Giovanni López, un albañil quien había sido arrestado en Jalisco por policías locales por no usar cubrebocas afuera de su domicilio. El caso provocó manifestaciones en distintas ciudades, no exentas de choques enfrente de la embajada de EUA, e incluso intervino el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos en México.

El modo en el que Floyd fue asesinado por los policías reflejaba el secular desprecio a los negros, y así revivió la añeja exigencia de remover los monumentos de los confederados y las representaciones del esclavismo y el colonialismo en Eritrea, Nueva Zelanda, India, el Congo, Chile, Inglaterra, Bélgica, etcétera.

En Richmond, Virginia (que fue la capital de los rebeldes confederados), las pretensiones de perpetuidad que los vecinos de la Monument Avenue le habían asignado a las estatuas de generales sureños, terminaron con las manifestaciones del Black Lives Matter en 2020. Unas fueron derribadas, otras graffiteadas y algunas más removidas por las autoridades. Cuando las marchas alcanzaron la del general Robert Lee (comandante del ejército confederado en la guerra civil), el gobernador Ralph Northam decidió retirarla porque representaba “un sistema que se basaba en la compra y venta de esclavos” y era una “versión falsa de la historia, que pretende que la Guerra Civil se trataba de derechos estatales y no de los males de la esclavitud”. Entonces surgieron las demandas de los descendientes de los virginianos para que fuese repuesta en su lugar, porque aquellos habían donado el terreno para su construcción, 130 años antes, y firmaron un acuerdo de perpetuidad. La figura del general Lee se volvió un caso en los tribunales, y cuatro meses después el fiscal Mark Herring ganó la batalla: un juez determinó que el monumento se planteó “en un contexto de supremacía blanca y que es contrario a la política pública mantenerlo”. El presentismo había ganado otra batalla.

Otro monumento removido en esa avenida en Richmond fue el de Jefferson Davies, el proclamado presidente de los “Estados Confederados de América” que provocaron la guerra civil que costó la vida de cientos de miles de norteamericanos. Quien sabe si los manifestantes sabían que Davis renunció en 1846 a su escaño en la Cámara de Representantes para ponerse al mando de los Rifleros del Mississippi, en el ejército que comandó Zacchary Taylor en la guerra de invasión a México.

Las ideas de los supremacistas se simbolizan en esos monumentos pretendidamente defendidos como una inocente “herencia nacional” o una abstracta “obra de arte"; en cambio, para los ciudadanos que protestan en su contra, glorifican el odioso sometimiento forzoso de los negros transportados desde África como esclavos.

 

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