¿Han leído a Humboldt, Oliver Sacks y Eduard Mühlenpfordt? Los tres son extranjeros perdidos en México

Ricardo Lugo Viñas

 

Humboldt emprendió una tarea titánica: mostrar, en términos generales, la grandeza de un país mediante conceptos modernos y científicos. Cifras, gráficas, tablas, cuadros, estadísticas. “Difícilmente hay en toda Europa una ciudad que sea más hermosa. Ella tiene la elegancia, la regularidad y la uniformidad de los bellos edificios de Turín y Milán, de los encantadores barrios de París y Berlín”, apuntó al referirse a Ciudad de México.

 

Pocos extranjeros han sido tan bien recibidos en nuestro territorio como el prusiano Alexander von Humboldt, quien visitó Nueva España en 1803 con la intención de realizar una expedición erudita y de descubrimiento –a la luz de la ciencia y la historia ilustradas– de los territorios ultramarinos que entonces se hallaban bajo el manto de la Corona española en América.

Su presencia en estas latitudes fue un hito para el pensamiento de autores, políticos y científicos novohispanos de los años cercanos a la Independencia de México. Los resultados de aquel encuentro en materia de minería, geografía, vida cotidiana, botánica, economía y cultura, plasmados en su Ensayo político sobre el reino de la Nueva España, sumaron al ideario que comenzaba a forjarse entre algunos novohispanos que avizoraban una nación soberana y una América libre.

Humboldt emprendió una tarea titánica: mostrar, en términos generales, la grandeza de un país mediante conceptos modernos y científicos. Cifras, gráficas, tablas, cuadros, estadísticas. “Difícilmente hay en toda Europa una ciudad que sea más hermosa. Ella tiene la elegancia, la regularidad y la uniformidad de los bellos edificios de Turín y Milán, de los encantadores barrios de París y Berlín”, apuntó al referirse a Ciudad de México.

Como respuesta a sus estudios “tan lúcidos y acertados”, algunos novohispanos lanzaron la iniciativa para otorgarle la ciudadanía honoraria. Durante su breve y fructífera estancia, se le brindaron toda suerte de facilidades y prebendas: “[el virrey Iturrigaray] hizo poner a mi disposición todos los archivos [estatales], a fin de que yo extrajera de ellos nociones muy útiles para el público. […] hasta el punto que se me permitiese llevarlos a mi casa y copiar todo cuanto yo considerara de utilidad para las ciencias. […] Tan inusitado privilegio se debía a las bondades con que el virrey y toda su familia me honraron en las frecuentes visitas que les hice […] Ni en Santa Fe ni en Lima se me había tratado con tanta deferencia”.

Aunque también contó con detractores que lo acusaron de hurtar resultados de investigadores americanos o filtrar información sobre la Nueva España al gobierno estadounidense, Humboldt se convirtió en un ícono y referente de los viajeros y exploradores científicos, del hombre ilustrado y moderno. A partir de esa experiencia y aventura del insigne prusiano, muchos han tratado de continuar aquel épico viaje, o simplemente rendirle un homenaje. A continuación, la experiencia de dos de ellos.

 

El matemático Mühlenpfordt

 

Siguiendo los pasos de su coterráneo, el ingeniero en minas, botánico aficionado y escritor Eduard Mühlenpfordt escribió entre 1834 y 1843 el Ensayo de una fiel descripción de la República de México. Referido especialmente a su geografía, etnografía y estadística. Es un voluminoso compendio de dos tomos publicado en Hannover (ciudad natal del autor) en 1844. El estudio se ubica entre lo científico, la aventura y la ficción. Originalmente tuvo forma de diario, como el Ensayo de Humboldt; una suerte de bitácora que recogió a lo largo de su estadía en nuestro país, entre 1827 y 1834.

Eduard llegó contratado por la Mexican Company –una empresa de minas inglesa asentada en Oaxaca– como director de su Departamento de Obras. Había leído toda la obra de Humboldt; no solo su Ensayo, también Vistas de las cordilleras y monumentos de los pueblos indígenas de América y su celebrada Cosmos. Tenía el firme propósito de emular o continuar el Ensayo de Humboldt.

Quizá su formación científica –estudió matemáticas en la Universidad de Gotinga– le permitió ser un observador minucioso de la vida cotidiana de los mexicanos decimonónicos. Aprovechó su estancia en nuestro país para recorrer varias entidades y entrar en contacto con algunos científicos nacionales. En Toluca, Chiapas, Chihuahua, Ciudad de México y, sobre todo, Oaxaca, registró las celebraciones, la vida doméstica, los alimentos y bebidas, los animales, los ajuares, las calles y las sociedades. Todo lo plasmaría años más tarde en su Ensayo, con el cual pretendía contribuir “aunque solo sea en pequeña medida, a difundir entre el público alemán, su primer destinatario, un conocimiento más amplio y exacto sobre este Estado libre, digno de un interés no menor al de cualquier otro del Nuevo Mundo (incluido los alabados Estados Unidos)”.

Más tarde, renunció a la Mexican Company y se incorporó a la breve presidencia de Valentín Gómez Farías, sirviendo como director de caminos de Oaxaca, ciudad en la que “por la noche, las calles y plazas se encuentran bastante bien iluminadas mediante faroles de aceite”. En Morelia se maravilló con el “espléndido acueducto”; también con el “bello camino que diariamente recorre una diligencia, que une a Toluca con la capital del país”. Sobre la actual capital del Estado de México, señaló: “es bonita y está trazada a cordel […] Pocas leguas al suroeste de Toluca se levanta el Nevado de Toluca. Al pie norte del Nevado está la hacienda de La Huerta, a 9 265 pies de altitud; es una pintoresca región rodeada de campos de maíz y cebada”.

Mühlenpfordt fue uno de los primeros estudiosos que reconoció la presencia de las comunidades afrodescendientes en nuestro país: de “las diferentes castas” que “han desempeñado desde entonces cargos públicos” y del “valiente y patriota general Guerrero […] arriero de mulas antes de la guerra de independencia, miembro del poder Ejecutivo en 1824 y presidente de la República en 1829 –era de ascendencia indígena, con un fuerte ingrediente de sangre africana–”.

El historiador José Enrique Covarrubias ha señalado: “No creo exagerar al decir que ningún escrito extranjero o mexicano de la primera mitad del siglo XIX compendió tanta información sobre México”. El Ensayo de Mühlenpfordt fue publicado en español hasta 1993, traducido por el doctor Covarrubias y editado por el Banco de México en sus dos tomos originales.

 

El buscador de helechos

 

El neurólogo y escritor británico Oliver Sacks recuerda cuando en su adolescencia, mientras cursaba sus estudios en el St. Paul’s School en Londres, miró el Árbol del Tule en una de las páginas de un libro de biología. Era aquel enorme ahuehuete que Humboldt había mirado en 1803 en el pueblo de Santa María del Tule, Oaxaca, y que había registrado en su Ensayo. Desde ese momento, Sacks se prometió visitar México a la manera del barón prusiano, con fines de descubrimiento y azoro.

Tuvieron que pasar casi cinco décadas desde aquel feliz hallazgo para que Sacks arribara a nuestro país. En 1999, a los 66 años y ya consagrado como uno de los neurólogos más prestigiosos a nivel internacional y comendador de la Orden del Imperio Británico, abordó un avión con destino a Oaxaca acompañado de un pequeño grupo de expedicionarios botánicos semiprofesionales que tenían interés en la gran diversidad de helechos que ofrecía la geografía y la tierra de ese estado sureño.

Aunque los intereses de Sacks en México no fueron estrictamente científicos, sí trató de realizar un “homenaje”: un viaje de descubrimiento a la manera humboldtiana. Con algunas lecturas a cuestas, como la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España de Bernal Díaz del Castillo y, desde luego, las obras de Humboldt, planeó este viaje de exploración. El resultado de su expedición también tomó la forma de una bitácora personal. Lo tituló Diario de Oaxaca.

Sacks escribió: “el poderío y la grandeza de lo que he visto [en Oaxaca] me ha emocionado y ha alterado mi visión de lo que significa ser humano”. Su Diario puede ser leído como una novela o una bitácora de viaje. Fotografías y esquemas de plantas, comida y, sobre todo, helechos aparecen en sus márgenes. Oliver se interesó por los usos medicinales que en México se les da a ciertos helechos, como “la cola de caballo seca, los rizomas del Phlebodium (helecho conocido como pata de conejo) y las rosetas secas de la doradilla o helecho de la resurrección”.

Al igual que Eduard Mühlenpfordt y Alexander von Humboldt, Sacks poseía un ojo agudo para los detalles –quizá también por su formación en las ciencias– y supo plasmar en su diario su amor por la historia natural, la cultura, las plantas, la gente y las maravillas que halló en Oaxaca. “He deseado ver el famoso Árbol del Tule. La idea de que Humboldt viajó especialmente para verlo y de que ahora, casi 200 años después, estoy en el mismo lugar donde el naturalista pudo haber estado, es un estímulo adicional. Humboldt es uno de mis grandes héroes”, reconoció en su Diario.