Guerras y comercio en torno al río Bravo
Desde mediados de los años 50 del siglo XIX y hasta fines de la década siguiente, un fenómeno central enmarcó el funcionamiento de la flamante línea fronteriza dibujada por el río Bravo: la guerra. A uno y otro lado de su cauce se vivieron con singular rudeza los conflictos internos e internacionales que sacudían ambas sociedades. El plan de Ayutla abrió en México un periodo de choques militares que arreció desde 1858 por la Reforma y a partir de 1862 con la intervención francesa. En Estados Unidos, entre 1861 y 1865 estalló la Guerra de Secesión, motivada por la decisión de los plantadores del sur esclavista de separarse del tronco nacional.
Cuando se desató la Civil War, en 1861, las previas experiencias mercantiles en uno y otro lado del Bravo, las gigantescas y urgentes necesidades del sur confederado y el aparato militar-administrativo construido en Monterrey por el gobernador Santiago Vidaurri se entrelazaron para configurar una coyuntura de signos espectaculares. La dimensión que alcanzó el tráfico de mercancías y servicios en el ámbito regional-binacional que rodeaba al Bravo –abruptamente instalado en el corazón de la economía atlántica– facilitó la formación de grandes fortunas y propició, a la vez, la adquisición de una expertise empresarial apta para operar con éxito con los principales nichos económicos de Europa y los Estados Unidos.
Algodón para la revolución industrial
Como el sistema político-militar-administrativo montado desde Monterrey se encontraba en plena madurez, el extremo meridional de Texas y el noreste de México se convirtieron en la salida obligada, menos riesgosa para el algodón que el sur plantador proveía, en proporciones enormes, a las economías con mayor desarrollo fabril. Como los escenarios principales de la primera revolución industrial se contaban entre los más afectados por la Civil War (desde Manchester y algunas regiones francesas hasta Cataluña y el mismo noreste de Estados Unidos), un gigantesco tráfico se articuló en los desiertos que bajaban desde el norte de Texas hasta Monterrey, y desde Matamoros hasta más allá de Piedras Negras y Eagle Pass. Extraer el algodón por esos caminos se convirtió en un imperativo desde el momento en que el presidente Abraham Lincoln, en abril de 1861, decretó el bloqueo de los puertos confederados. Aunque concretada de manera parcial, la medida encauzó la salida de la fibra por el sur texano, una dinámica que se acentuaba debido a que los ejércitos norteños no dejaban de penetrar el profundo sur.
Si la invasión estadounidense y las guerras intestinas mexicanas habían estimulado años antes el tráfico mercantil en la región, los flujos alcanzarían una densidad impresionante a partir de 1861. El sur texano y el noreste de México quedaron singularmente conectados con el mundo atlántico: constituían la salida menos riesgosa –la única, en verdad– para que el algodón de la Confederación llegara a los ávidos, insaciables y urgidos mercados de la revolución industrial. El masivo torrente de exportaciones de algodón y de importaciones destinadas al consumo sureño fue descripto de esta manera en 1926 por Annie Cowling: "Detrás del río, en Texas, estaba acumulada una enorme cosecha de algodón de los estados del suroeste. En el ejército y entre el pueblo había un clamor incesante por ropa, medicamentos, municiones de guerra y casi todos los artículos manufacturados que requería una población dedicada a la agricultura. Al otro lado del río (en México, MC) esperaban los ansiosos compradores del algodón, y más allá, en el puerto, estaban los buques cargados con todas las cosas que tan ardientemente deseaban los estados del sur. Bajo tales condiciones, el comercio por la frontera tuvo un crecimiento descomunal".
Matamoros, en la boca del Bravo –río declarado neutral por el Tratado de Guadalupe Hidalgo– vivió horas irrepetibles debido al bloqueo que los buques del norte estadounidense impusieron a puertos como Nueva Orleans, Mobile y Galveston. En ese contexto, el cierre de Nueva Orleans hizo de La Habana una de las grandes estaciones de la cadena de distribución. Y desde la colonial Cuba, como puede suponerse, los intermediarios de origen español jugaron un papel privilegiado en los circuitos de abastecimiento a los confederados, tarea incentivada por la gestión de compatriotas que se enriquecían en el mismo Bravo o en ciudades próximas como Monterrey. El algodón se transformó con rapidez en la moneda de pago casi exclusiva de los rebeldes confederados, que clamaban simultáneamente por todo tipo de abastecimientos: desde armas, pólvora, pertrechos de guerras, alimentos, vestuario, animales para carga y transporte y medicamentos requeridos por sus tropas, hasta toneladas de cuerda (bagging) para atar y trasladar los centenares de miles de pacas de la fibra exportable.
Para conocer más de este relato, adquiere nuestro número 188 de junio de 2024, impreso o digital, disponible en nuestra tienda virtual, donde también puedes suscribirte.