En busca del árbol nacional

El triunfo del ahuehuete en un concurso popular

Juan Antonio Reyes Agüero

Entre los siglos XVII y XVIII, las expediciones científicas que arribaban a Nueva España provenientes de Europa dejaron constancia en dibujos y documentos de las majestuosas dimensiones de los árboles mexicanos. Uno de ellos fue el de Santa María del Tule, un ahuehuete oaxaqueño con más de dos mil años de vida y que hasta hoy puede admirarse.

 

EL ÁRBOL SAGRADO

Antiguos vestigios del ahuehuete en México se encontraron en Tlapacoya, Estado de México, con una edad de 23 mil años; pero apenas hace dos mil años germinó o brotó el que es el monumental Árbol del Tule, en Oaxaca. El botánico Casiano Conzatti registró la leyenda de que este árbol fue plantado por Pecocha, un profeta que vino de Nicaragua hace 1500 años. Para los mixes es otra la historia: en el tule, el dios Kondoy clavó su bastón en la tierra blanda y húmeda, y del bastón surgió el ahuehuete gigante.

Según el mito azteca, el final de uno de los soles cosmogónicos trajo un diluvio y la pareja de Tata y Nene sobrevivieron adentro de un ahuehuete. Otra versión cuenta que fueron Coxcox y Xochiquétzal, quienes arriba del tronco de ese árbol, flotaron sobre el diluvio y llegaron a Culhuacán. Quienes saben leer los códices, como la etnóloga Úrsula Thiemer-Sachse, encuentran historias como la de la Tira de la Peregrinación, en la que un ahuehuete partido en dos señala el inicio del periplo azteca hacia el altiplano central.

En el Códice Tudela, el árbol quétzal huéhuetl marca el oeste junto con los dioses Ceontéotl y Tezcatlipoca, que protegen de las tempestades que vienen del poniente. En la historia fundacional, el oráculo señaló que antes que al águila, a la serpiente y al nopal, había que encontrar un lugar lleno de blancura, con el ahuehuete sagrado junto al junco, la rana, la culebra y el pez. Todos blancos. En el valle de México, la arqueobotánica Aurora Montúfar menciona que en la Catedral Metropolitana, Templo Mayor, Tetzcutzinco y Tlatelolco se desenterraron vestigios de hojas y de madera de ahuehuete que habían sido depositados como ofrendas en honor a Tláloc, Ehécatl o Quetzalcóatl.

Netzahualcóyotl era un tlatoani poeta, botánico y esteta. En las estribaciones de la sierra de Tláloc, a unos doscientos metros sobre el espejo del lago de Texcoco, en Tetzcutzinco, el tlatoani estableció su jardín botánico, pero para su bosque escogió un lugar a unos doce kilómetros al noroeste del jardín, en Atenco, que significa “en las orillas del agua”; un ambiente ideal para su bosque con dos mil ahuehuetes. En el tiempo de los aztecas, Chapultepec era tierra santa, pues Huémac, el último señor tolteca, murió en una cueva de ahí. En Chapultepec también hubo templos a Huitzilopochtli y Tláloc rodeados con ahuehuetes.

En el Códice Florentino se describe al ahuehuete como un árbol grande, con hojas menudas, siempre verdes, de madera olorosa, que se usa como combustible y material de construcción. Existe controversia sobre si los teponaztlis se hacían con ahuehuete, pero en el Museo Casa de Alfeñique, en Puebla, hay uno hecho con esa madera. El ahuehuete participaba también en la vida diaria. Fue una especie medicinal, ornamental y combustible, como lo muestran los vestigios de carbón estudiados por la etnobotánica Mariana T. Vázquez en Teotihuacan. De su madera se obtenían vigas, mesas y canoas. Con su resina se reparaban los cántaros para el agua. Los techos de los palacios de Mitla, en el valle de Oaxaca, eran vigas de ahuehuete.

 

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