El Rito Nacional Mexicano

Elena Díaz Miranda

En 1825, además de la formalización del Rito de York a instancias de Poinsett, nació otra organización dentro de la masonería del país: el Rito Nacional Mexicano, el único que sobreviviría al Decreto de Proscripción de Sociedades Secretas (1828) y cuyo desarrollo correría en una línea diferente a los de York y de Escocia. Su creación obedeció a la necesidad de una solución que conciliara las exaltadas manifestaciones políticas en que habían caído tanto yorkinos como escoceses después de la proclamación de la primera república federal en 1824.

Mientras el Rito de Escocia representaba los intereses españoles dentro de la facción conservadora; el de York, sostenedor de la idea de la soberanía popular, representaba a la facción republicana federal y correspondía a los intereses norteamericanos. Era necesario entonces un rito que con una visión futurista hiciese una síntesis de ambas tendencias y que, previniendo la caída de una o de las dos –como sucedió tres años después–, continuara la obra política que aquellas no pudieron lograr.

El antecedente histórico de la formación de un rito nacional –dicen los autores masones Luis Zalce y Ramón Espadas y Aguilar– se encuentra en la Sociedad del Águila Negra, fundada por el fraile betlemita exclaustrado Simón Cruz, por órdenes del presidente Victoria; sin embargo, este grupo masónico fue absorbido en un principio por el cada vez más poderoso Rito de York.

El Rito Nacional Mexicano pretendía basar sus postulados en la variante de la Francmasonería Primitiva Universal, cuya cuna había sido la Francia revolucionaria de 1795. “Los Ideólogos”, como comenzó a llamarse a sus integrantes, luchaban en contra del control de la educación por el clero y procuraban que la enseñanza liberal armonizara con los principios proclamados por la Revolución francesa.

Esta ideología desechaba todo lo que no fuese de utilidad al desarrollo social y científico del ser humano; sus exponentes adjuraban de toda religión practicando únicamente el deísmo (doctrina que reconoce un dios, aunque sin admitir revelación ni culto externo). En México, estos principios se infiltraron por órdenes del presidente Victoria, a partir de 1824, mediante una comisión enviada a Francia para investigar cuáles eran los mejores medios de educación liberal que en esa nación había. El gobierno galo los puso en contacto con Destutt de Tracy, quien fungía como presidente de un grupo masónico llamado Rito de Francia, que trabajaba bajo la consigna “Libertad, Igualdad, Fraternidad”. A él recurrieron los masones mexicanos para conformar una agrupación semejante en nuestro país.

Primero, el gran maestre francés comisionó a Guillermo Gardette y Guillermo Labot para auxiliar en su empeño al pequeño grupo de masones mexicanos. Así fue como el 22 de agosto de 1825 se fundó un Supremo Consejo masónico bajo la denominación de Rito Nacional Mexicano, cuyo lema se basó en la premisa: “Distinto en sus propósitos y objetivos como distinta es en sus necesidades políticas la nación mexicana”. Gardette, Labot,[1] José Ma. Mateos, Luis Luelmo y Goyanes, los hermanos Cayetano y Carlos Rinaldi, Juan María Mathus, Francisco Campos y Mariano Rodríguez fueron sus fundadores.

Cinco logias fueron autorizadas por la Convención constituyente del Rito Nacional, las cuales organizaron la primera Gran Logia Nacional Mexicana del nuevo rito, instalada el 26 de marzo de 1826 bajo el nombre de La Luz; Gardette fue su primer gran maestro.

 

Esta publicación es un fragmento del artículo “El poder de la Masonería” de la autora Elena Díaz Miranda y se publicó íntegramente en la edición de Relatos e Historias en México, núm. 80.

 

[1] Mateos lo refiere como Lamot, no así Espadas e Ignacio de la Peña, quienes señalan que era francés y se apellidaba Labot.

 

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