El cambio sociorreligioso en su laberinto

La astucia de los indios de Sonora ante la dominación colonial española

José Luis Mirafuentes

Los límites de la evangelización
Este artículo trata de los problemas enfrentados por los misioneros de la Compañía de Jesús para realizar la función que les tocó cumplir en apoyo de la expansión del dominio colonial español en Sonora: la conversión al cristianismo de los grupos indígenas de esa región del noroeste novohispano. Aquí insistiremos en que el logro de ese propósito, lejos de ser “inmediato y directo”, más bien fue lento, variable y hasta de lo más incierto, porque las posibilidades de entendimiento de los misioneros con su contraparte indígena si no eran en todo punto irrealizables, distaban mucho de ir más allá de lo meramente elemental.

Partimos del supuesto de que ese problema tenía su origen en dos cuestiones principales y hasta cierto punto complementarias. En primer lugar, la no correspondencia entre los modos de vida de los españoles y los de los indios sujetos a su dominio: eran mutuamente excluyentes o extraños entre sí. Y, en segundo lugar, las actividades de los misioneros tendientes a lograr la conversión religiosa de dichos indios, las cuales por fuerza se fundaban en su etnocentrismo. Este consistía –de acuerdo con el Diccionario de Etnología y Antropología– en la “adhesión… exclusiva a sus propios valores”, o dicho en otras palabras, en su “repudio de las formas culturales” de los indios que intentaban evangelizar. Debemos precisar que esta actitud de los misioneros no era para nada banal, ni mucho menos, sino que, más bien, les servía de justificación a sus empeños de imponer a los indios las formas religiosas de los españoles, empezando por instruirlos en los principios de la doctrina cristiana.

Así pues, los religiosos ignacianos empezaron por echar las bases materiales que sirvieran de apoyo a sus actividades propiamente espirituales. Pero, en este último campo, paradójicamente, las cosas les resultaron menos prometedoras porque no lograron percibir en sus feligreses rastro alguno de religiosidad, al menos no como ellos mismos la concebían y llevaban a la práctica. Conviene que veamos, si bien un tanto resumidamente, lo que decía acerca de esta importante cuestión el padre Ignacio Pfefferkorn.

Para este religioso, los indios de Sonora tan sólo creían y aceptaban “lo que sus sentidos percibían”, por lo que estimaba que “eran incapaces de desentrañar cosas complicadas y mucho menos elevar su espíritu o para comprender la existencia de un ser superior y eterno”. Así, afirmaba: “en el lenguaje de los sonoras no se encuentra una sola palabra que pueda dar a entender por deducción, algo que signifique alma, gloria y otras cosas similares”. Para mayor abundamiento destacó: “[los sonoras] no reconocían ni fuerza primaria alguna ni tenían tampoco un concepto real de las leyes de la naturaleza. Vivían sin siquiera pensar que ellos eran seres humanos ni cuál sería su destino. Para abreviar, vivían como lo hacen los animales irracionales que siguen ciegamente sus instintos y deseos”.

Los problemas de la conversión religiosa
Una cuestión fundamental que de seguro contribuyó al desconocimiento de los misioneros sobre las creencias religiosas de sus feligreses y que, en general, limitó su capacidad para comprender el comportamiento y la cultura de éstos fue, con varias excepciones, el limitado y casi inexistente dominio de sus lenguas. En 1764, el misionero Manuel Aguirre se quejó de que casi no se predicara a los indios en su propio idioma, sino en español, “lengua que entienden muy poco o no entienden nada los hijos. Todas las misiones he andado, mi padre, y en pocas se les platica en su lengua, y esto es porque no la saben. ¿Cómo cumplen los padres con su obligación en esto? Yo no lo sé. Fuera de que no pueda uno cumplir con su conciencia en la administración sin saber la lengua de los que administramos”.

Para el religioso Carlos de Rojas, ese desconocimiento de las lenguas de los indios por los misioneros tenía su origen en dos diferentes causas: por un lado, el hecho de que los misioneros que llegaban a Sonora pasados de los cuarenta años difícilmente se hallaban en capacidad de aprender el idioma de sus catecúmenos. Y, por el otro, el problema de que los misioneros fueran cambiados continuamente de una a otra misión. En 1744, por ejemplo, el misionero Alejandro Rapicani escribió: “una cosa suplico, que en adelante no me muden tan a menudo de una misión a otra, pues ya estuve con los pimas, los seris, los eudeves y ahora con los ópatas. Porque de otra manera nunca podré entrar bien en la lengua de los indios, cosa que tanto se encarga y tanto importa”.

Debemos decir que aun en los casos en los que los misioneros llegaban a tener un buen conocimiento de las lenguas de los indios, todavía enfrentaban el problema de que éstos comprendieran la doctrina cristiana. Al respecto, el misionero Tomás Pérez afirmaba: “estas cosas las oyen los indios, los más, como cosas de cuento”, por lo que sostenía que se hallaban en la fe cristiana “muy al amanecer o romper el alba”. Por su parte, Rapicani sostenía: “Nosotros les decimos [a los indios] que el santísimo sacramento, debajo de las apariencias del pan está nuestro señor Jesucristo, Dios, y hombre verdadero, y que esto lo han de creer porque Dios mismo lo dijo, que no puede mentir ni errar. Ellos lo oyen y callan y hacen después lo que quieren, porque sus sentidos les persuaden otra cosa ni les ha hablado Dios a ellos inmediatamente… Yo no acabo de conocer a los indios ni puedo afirmar con certidumbre que ellos verdaderamente creen”.

Estos problemas, con todo, no impidieron a los misioneros recurrir a distintas alternativas con la esperanza de hacer comprensibles para los indios los principios religiosos que predicaban. Una de esas opciones consistió en el empleo de auxiliares didácticos, tales como las pinturas en lienzos de algunos aspectos de la doctrina cristiana. Este recurso, debemos decir, no dejó indiferentes a sus catecúmenos. Por el contrario, despertó en ellos un cierto interés que los misioneros no pudieron aprovechar, porque inevitablemente infiltraron en sus lienzos su postura etnocentrista, es decir, su “adhesión exclusiva… a sus propios valores”, en demérito de los de sus feligreses. Éstos, como veremos, no pudieron menos que interpretar dichas representaciones más que en función de sus propios intereses o, dicho de otro modo, de conformidad con sus creencias particulares y sus formas tradicionales de vida. No nos parece aventurado, ni mucho menos, advertir que esa postura de los indios bien podía llevar implícita su oposición a la influencia de quienes pretendían erigirse en sus dominadores.

A continuación trataremos de ilustrar esta actitud por medio de dos ejemplos. El primero trata del esfuerzo que en vano realizó un religioso jesuita para explicar a los indios ópatas –un grupo de agricultores sedentarios de Sonora– la existencia del infierno como un medio para inducirlos a observar los preceptos de la doctrina cristiana. El segundo ejemplo se refiere a la actitud de un grupo de cazadores, recolectores y pescadores nómadas de California, ante los intentos de un misionero de incorporarlos a la vida de las misiones mediante su conversión al cristianismo y el cambio en su modo de vida nómada por el sedentario. Empecemos por el primero de los ejemplos.

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