Delicias literarias

El Duque Job y la comida

Ricardo Cruz García

“En dulce charla de sobremesa,/ mientras devoro fresa tras fresa,/ y abajo ronca tu perro Bob,/ te haré el retrato de la duquesa/ que adora a veces el Duque Job”. Así inicia Manuel Gutiérrez Nájera su delicioso poema “La duquesa Job” (1884), en el que resalta, además del jugueteo, la referencia culinaria. Y es que, quizá sobra decirlo, los escritores también deben comer, aunque, a veces, el amor al arte no alcance para alimentarse. Al Duque Job le alcanzaba, si bien a duras penas, pues para ir pasándola tenía que escribir y escribir y publicar y publicar en la prensa de la Ciudad de México del último tercio del siglo XIX.

Pero volvamos a lo importante: la comida. Dijimos que Gutiérrez Nájera también comía y, por supuesto, bebía y conocía de tragos espirituosos, pues, aunque la “duquesita” no era de aquellas que tomaban el té a las five o’clock, él la imaginaba rociada por el famoso champán francés Veuve Clicquot o con rizos tan rubios como el no menos francés coñac. Un antojo de mujer por donde se le vea, por eso quizá el Duque Job clamaba en 1879: “¡Comer! ¡Supremo placer!/ ¡Dadme algún otro mejor:/ ¿La mujer? ¡Pues la mujer/ no es más que un plato de amor!”.

Por lo demás, la “coqueta de ojitos verdes” estaba inspirada –según José Emilio Pacheco– en una joven llamada Marie, quien trabajaba en el almacén de Madame Anciaux, sobre la calle de Plateros (hoy Madero) del centro de la Ciudad de México, y con la cual el escritor habría tenido relaciones antes de casarse, en 1888, con Cecilia Maillefert Olaguíbel. Incluso –ha indicado Vicente Quirarte– intentó suicidarse por ella. Como fuere, el Duque Job pensaba en salir con esa mujer por las mañanas: “Toco; se viste; me abre; almorzamos;/ con apetito los dos tomamos/ un par de huevos y un buen beefsteak,/ media botella de rico vino,/ y en coche juntos, vamos camino/ del pintoresco Chapultepec”.

La relación de Gutiérrez Nájera con la gastronomía no terminó ahí, pues entre 1893 y 1895 publicó la columna igualmente deliciosa “Plato del día”, firmada bajo el seudónimo Recamier, en alusión a Carlos Récamier, propietario del reconocido restaurante Maison Dorée (en la calle de San Francisco, continuación de Plateros), uno de los favoritos de la clase adinerada porfiriana. Aunque el poeta aclaró: “yo no soy D. Carlos Récamier. Si lo fuera, comería mejor y mi firma valdría más en la plaza. El Sr. D. Carlos Récamier hace platos y platas. Yo soy un platónico de los platos; yo platico. [...] Este muy obediente servidor de ustedes guisa prójimo”.

Para conocer más de esta historia, adquiera nuestro número 183 de enero de 2024, impreso o digital.