Mientras Estados Unidos bombardeaba Veracruz por mar y tierra, los refuerzos mexicanos nunca aparecieron por el horizonte, pues, en la capital del país, la llamada rebelión de los polkos impidió que las tropas nacionales, enfrentadas en la disputa local, defendieran el territorio veracruzano.
La invasión estadounidense de 1846-1848 fue un episodio triste y doloroso para los mexicanos, tanto que son escasos los registros artísticos nacionales de lo sucedido. Cada región la vivió de manera distinta, y Veracruz ocupó un papel protagónico en esta historia.
La importancia de tener al principal puerto comercial se conjugaba con la fuerza de Xalapa, sede de los poderes políticos estatales desde 1840 y residencia de las élites regionales que se habían fortalecido de la relación mutuamente beneficiosa con el general Antonio López de Santa Anna, sobre todo cuando fungía como presidente del país. De ese modo, el gobierno veracruzano conservó cierta estabilidad social, mejoró las aduanas y el muelle, además de abolir las monedas de cobre. Y a pesar de que Santa Anna iba y venía, y luego había partido al exilio, ante la amenaza de invasión regresó a liderar la resistencia.
La guerra en Veracruz
Estados Unidos, ansioso de que México firmara la cesión de sus territorios norteños, desplegó ejércitos por mar y tierra para invadir el país. Al mismo tiempo que el general Zachary Taylor entraba a territorio nacional por el rumbo de Monterrey, a mediados de 1846, la flota norteamericana inició un cerco a los puertos del Pacífico y del Golfo, y el de Veracruz fue de los primeros en sufrir los estragos del bloqueo naval.
El 8 de junio de 1846, el ayuntamiento del puerto de Veracruz solicitó auxilio para la defensa de la plaza y apoyar la evacuación de sus habitantes, para lo que solicitaba recursos pecuniarios, tropas y municiones. Abandonada por el gobierno central, contaba únicamente con un préstamo al cabildo xalapeño de cuatro mil pesos para cubrir la emergencia.
Una escuadra estadounidense llegó a la isla de Lobos y, en marzo de 1847, los cañones extranjeros entraron en duelo con los mexicanos que estaban emplazados en los baluartes y murallas. Después de sangrientos combates, el puerto fue ocupado el 29 de marzo, mientras Santa Anna se dirigía hacia allá para intentar detener el avance norteamericano. En el choque, miles de soldados se dieron a la fuga y cerca de dos mil hombres fueron hechos prisioneros con toda la artillería y demás materiales de guerra.
Ante esa circunstancia, Xalapa se convirtió en un apoyo financiero y el refugio para los heridos, aunque con insuficientes víveres o auxilios para socorrerlos durante la desgracia.
Convivir con el invasor
El lunes 19 de abril, las tropas extranjeras entraron a la capital veracruzana. Nadie salió a recibirlos, pero tampoco nadie les hizo ofensa alguna. Todas las casas estaban cerradas. El disgusto por la derrota en la batalla de Cerro Gordo cubría con un velo fúnebre a la ciudad.
Veracruz se preparó y emitió decretos para su defensa y se nombró vicegobernador del estado a José Gutiérrez Villanueva. También se formó el Cuerpo Ligero del Estado de Veracruz. Para la defensa de la entidad, tanto el cabildo xalapeño como el porteño formaron guerrillas que estaban conformadas por los mismos capitulares. Asimismo, el gobierno veracruzano hizo circular un decreto para hacerle saber a los ayuntamientos y a la sociedad que ante cualquier hostilidad se debía recurrir a los jefes de las guerrillas.
El historiador xalapeño Manuel Rivera Cambas afirmó que las tropas estadounidenses catearon la capital con la finalidad de buscar municiones y armas. Los capitulares que ejercían las funciones municipales se encargaban de conservar y mantener la paz social, a la vez que se dispusieron para la defensa. José María Grajales, exalcalde, propició que el cabildo pidiera al jefe de los invasores, Mr. Lalley, las garantías para poder seguir con la vida cotidiana, a pesar de la ocupación.
La preocupación no era únicamente por parte de la sociedad, sino también de los políticos que se encontraban consternados, tanto por su deber público como por sus propios intereses, que incluían negocios y familias.
José María Roa Bárcena, joven escritor xalapeño y testigo de la invasión, describió con dramatismo los momentos sobre el asalto a la tranquilidad: “No hubo alumbrado en la ciudad y en la oscuridad se escucharon los gritos de los fugitivos al igual que el ajetreo de los saqueos de tiendas y casas”.
La guerra de guerrillas fue el recurso de los voluntarios provenientes de Xalapa, la Huasteca, la costa del Sotavento, la región cercana al río Pánuco y otras poblaciones, donde los grupos se mantuvieron activos. Se escuchaban los nombres de Carreón, Mata, Aburto, Jarauta y Rebolledo. También el de Francisco Garay. Es muy probable que lo que movía a estos hombres era el cuidado de los intereses locales, la amenaza de su identidad y de su estabilidad social, así como la defensa de un territorio y de la integridad nacional.
Xalapa y el poder local
Tomado Veracruz, el general estadounidense Winfield Scott comenzó el camino hacia la capital del país. Tomó Puebla sin obstáculo alguno. Ya en Ciudad de México, los combates prosiguieron durante semanas. Con la batalla final en el Castillo de Chapultepec, en septiembre de 1847, los invasores tomaron Palacio Nacional. Al amanecer del 14 de septiembre de 1847, entraron al Zócalo para marcar uno de los momentos más desgraciados para los mexicanos. La ocupación estadounidense era un hecho consumado.
En Veracruz, un norteamericano fue designado para regir el territorio. Esto ocurrió el 25 de noviembre y fue presenciado obligatoriamente por varios capitulares xalapeños. En ese acto, el nuevo jefe político, el general David Twiggs, exigió el reconocimiento y respeto al gobernador civil y militar de este departamento, representante del gobierno de los Estados Unidos, además de pedir un cabildo que buscara la protección de sus intereses, así como la tranquilidad pública.
Así, la corporación estatal y el gobierno estadounidense llegaron a un acuerdo. El cabildo xalapeño tendría como principal objetivo no dejar que el ejército invasor continuara generando miedo con su permanencia e intrusión política y territorial. Sin embargo, aún con este acuerdo de paz, algunos norteamericanos fueron robados y asesinados en las calles de la ciudad.
Para evitar que esos delitos continuaran, el gobernador yanqui impuso a los alcaldes una multa de trescientos pesos si no aprehendían a los asesinos y ladrones, pero esto generó que los alcaldes renunciaran a sus cargos.
Los acuerdos que se establecieron recayeron en el ayuntamiento xalapeño y formulaban una noción sobre la protección del gobierno y de la sociedad en la zona centro y norte, a la vez que establecían la postura de los estadounidenses como invasiva, imponente y puntual, con reglas que serían delimitadas por ellos mismos.
Si la negociación era parte de la guerra, Xalapa se manifestó como un cabildo que no estaba dispuesto a someterse a todas las imposiciones. Tenían claro que los acuerdos no tenían la intención de establecer una alianza con los extranjeros, sino de buscar la mejor alternativa para la tranquilidad de la sociedad.
El artículo "Cuando los yanquis llegaron a Xalapa" de la autora María de los Ángeles Magaña Santiago se publicó en Relatos e Historias en México, número 122. Cómprala aquí.