Ford y la fiebre del fortingo
Desde que Karl Benz mostrara en Alemania el primer modelo de un coche impulsado por un motor de combustión en 1886, una explosión de ideas y mejoras llevó en pocos años los escasos dieciséis kilómetros por hora del primer invento a un impulso que superaba con creces cualquier transporte de tracción animal.
En esta circunstancia de competitividad, el 16 de junio de 1903 Henry Ford fundó su fábrica en Detroit, Estados Unidos. Desde ese momento impulsó el modelo de trabajo de fabricación en cadena que lo convertiría en el empresario automotriz más importante de su tiempo. Con ese sistema de montaje y el diseño de su producto insignia, el modelo T, logró reducir los tiempos de ensamblado y los costos de producción, de tal modo que para 1913 prácticamente la mitad de los propietarios de un automóvil tenía un Ford.
Un mercado natural en esta fuerte expansión fue el mexicano y durante la primera década del siglo XX la fiebre del fordcito o fortingo ya se veía por las calles. Así, el 25 de junio de 1925, Ford Motor Company, S. A., inauguraba sus instalaciones en Ciudad de México, siendo la primera automotriz que decidía llevar su montaje y acabado a nuestro país.
Ese mismo año aparecieron los primeros distribuidores. Entonces la ciudad comenzó una transformación que haría ver coches particulares, camiones de transporte público y privado, y vehículos de gobierno hasta en la sopa. La perplejidad ante la compleja tecnología dio paso a un escenario automotriz que pronto se volvió cotidiano, al grado de que para 1930 ya había una producción de cien coches diarios y el propio Henry Ford contaba con una calle con su nombre en la capital.
La sociedad también cambió. Por ejemplo, con la implementación del modelo laboral de Ford, pero también con el cuidado con que se caminaba ahora por las calles, pues no fuera a ser que uno de esos despotricados jóvenes doblase de repente en una esquina.
Con el Ford T aprendieron el arte de conducir numerosos mexicanos. También muchos empezaron a ahorrar para adquirir uno, a lo que ayudaban sus precios asequibles que no requerían el esperar una vida para obtenerlo. Aparte, el fortingo estandarizó el volante a la izquierda, diseño que fue imitado posteriormente por la totalidad de los fabricantes, con excepción de los ingleses.
De esta forma, los sonidos de las grandes ciudades del país cambiaron para siempre y, tal como se había adoptado el ¡ring! ¡ring! de los teléfonos, ahora el chirrido del motor de los Ford se volvió muy natural.