Aquí presentamos una selección de historias, anécdotas y recuerdos en torno a las banderas mexicanas.
Durante la invasión estadounidense a México de 1846-1848, el Batallón Activo de San Blas, creado en 1823 en el actual territorio nayarita, tuvo una participación destacada en la defensa del país. Dicho cuerpo militar combatió en Monterrey, la Angostura (Coahuila) y Cerro Gordo (Veracruz). Cuando las tropas yanquis llegaron a la capital mexicana, en 1847, el batallón estaba bajo el mando del coronel Felipe Santiago Xicoténcatl y participó en la defensa del Castillo de Chapultepec el 13 de septiembre de ese año.
Algunos autores han atribuido a Xicoténcatl la acción de morir defendiendo la bandera (justo la del Batallón de San Blas) durante el combate en Chapultepec, con lo que se ha puesto en duda el relato legendario sobre Juan Escutia. Lo cierto es que, muchos años después, al inaugurarse el Museo Nacional de Historia en el antiguo castillo en 1944, el presidente Manuel Ávila Camacho decretó que dicha pieza sería la insignia del nuevo recinto, a razón de su gran significado histórico y patriótico que rememora la defensa de la nación.
El nicho que hoy resguarda la bandera del Batallón Activo de San Blas en el Museo Nacional de Historia del Castillo de Chapultepec fue diseñado especialmente para albergar la pieza por el arquitecto y pintor Juan O’Gorman. Se exhibe en la Sala de la Batalla, ubicada en el Alcázar.
Durante la batalla del 13 de septiembre de 1847 contra los invasores estadounidenses en Ciudad de México, sobre el torreón o Caballero Alto del Castillo de Chapultepec, entonces sede del Colegio Militar, ondeaba esta bandera mexicana. De acuerdo con el investigador Ahmed Valtier, con la derrota de las fuerzas nacionales, la enseña cayó en poder de las tropas extranjeras, que la remitieron a Estados Unidos como botín de guerra, junto con otros 66 estandartes, guiones y banderas mexicanas.
Las piezas, incluida la enseña del Castillo, permanecieron en la Academia de West Point hasta 1950, cuando en un gesto de amistad del presidente Harry S. Truman y a pesar de las reticencias en el Congreso estadounidense, fueron devueltas a México en una solemne ceremonia llevada a cabo en Chapultepec el 13 de septiembre de ese año.
Desde entonces, los pabellones quedaron bajo resguardo del Museo Nacional de Historia. Sin embargo, la bandera de Chapultepec, a la que le falta la franja roja, presentaba manchas de humedad y graves daños, por lo que se decidió mantenerla en una bodega del museo, bajo estrictas condiciones de conservación, para evitar aún más su deterioro. Debido a ello, hasta la fecha no se ha puesto en exhibición.
Con la invasión francesa iniciada en 1862 y la pretensión de establecer una monarquía en el país, el gobierno republicano encabezado por Benito Juárez tuvo que salir de la capital nacional y huir hacia el norte. Por otro lado, se conformó una regencia imperial, en espera de que Maximiliano de Habsburgo aceptara el trono de México. En septiembre de 1863, ese órgano cambió de nuevo el escudo, a tono con el nuevo régimen. Aunque conservó el símbolo mexica del águila devorando una serpiente y parada sobre un nopal, aludiendo a –y a la vez legitimándose– la “historia de la Monarquía Mexicana”, le agregó elementos como un manto imperial que cubriera el emblema, un listón tricolor con el lema “Religión, Independencia y Unión”, en referencia al régimen de Agustín de Iturbide, así como un penacho de siete plumas que evocaba a los “antiguos monarcas aztecas” y la Gran Cruz de la Orden Imperial de Guadalupe, recién reestablecida.
En 1864, al llegar Maximiliano y Carlota a México, el nuevo emperador no tardó en modificar, otra vez, el emblema nacional, aunque conservó los elementos principales del anterior: “El escudo de armas del Imperio es de forma oval y campo azur: lleva en el centro el águila de Anáhuac, de perfil pasante, sostenida por un nopal, soportado por una roca inundada de agua, y desgarrando la serpiente; la bordura es de oro, cargada de los ramos de encina y laurel, timbrado con la corona imperial”. Como soportes agregó dos grifos mitológicos “de las armas de Nuestros mayores” (la casa real de Austria), así como un cetro y una espada, todo “rodeado del Collar de la Orden del Águila Mexicana”, por divisa se estableció: “Equidad en la Justicia”. El pabellón conservó el diseño tricolor.
Durante la invasión francesa y el Segundo Imperio, el gobierno juarista nunca dejó de usar el emblema establecido por el primer régimen republicano en 1823, aunque con variaciones en su estampación. Con la derrota del imperio de Maximiliano, quedaron fuera las coronas y demás símbolos monárquicos para dar paso a la sencillez: el águila sobre el nopal devorando una serpiente.
Sin embargo, ante la diversidad de versiones del escudo nacional, en diciembre 1880, durante la presidencia de Manuel González, el gobierno se vio obligado a emitir una circular, debido a que, tanto en las oficinas del interior como del exterior, “no hay uniformidad alguna en el escudo de las armas nacionales contenido en los sellos que ellas usan; pues, mientras que en unos está debidamente dibujado, en otros se han añadido montañas, trofeos militares, un sol naciente, etc.,según la fantasía del artista que las ha grabado”.
Ante ello, llamaba a respetar el emblema establecido por el Congreso mexicano en abril de 1823, aunque como este no incluía un modelo gráfico a seguir, se encargó al artista Juan de Dios Fernández la elaboración de uno. De esta manera, el gobierno de González instaba a que los estados usaran solo el escudo de armas de su entidad y dejaran el nacional para el poder federal, o en todo caso, que retiraran los sellos que no cumplieran la ley y los sustituyeran por los correctos. Por lo demás, las variaciones producto de la imaginación de algunos creadores no terminaron.
El escudo y la bandera nacional se mantuvieron sin cambios durante el Porfiriato, así como la diversidad de versiones. Pese a todo, el pabellón con el águila y la serpiente continuaba como un símbolo de unidad de todos los mexicanos, sin importar, por ejemplo, la filiación política o religiosa. Así se demostró en plena lucha revolucionaria, cuando en 1914, durante la Convención de Aguascalientes, los miembros de las facciones en pugna estamparon su firma sobre la bandera como símbolo de acuerdo, a pesar del altercado protagonizado por Antonio Díaz Soto y Gama, quien al principio se negó a hacerlo por considerarla una herencia de la “reacción clerical encabezada por Iturbide”, pero ante las protestas de los demás convencionistas, al final accedió.
Luego de que con la Convención no se consiguiera la unión de las facciones revolucionarias, en septiembre de 1916, Venustiano Carranza, como Primer Jefe del Ejército Constitucionalista y encargado del poder Ejecutivo, indicó que seguía vigente el emblema establecido en 1823, pero considerando que “se ha prestado a diferentes interpretaciones en su expresión gráfica, dando lugar a una infinita variedad en las figuras de las águilas usadas por las diversas autoridades de la República, faltando así una forma precisa de escudo nacional”, decretaba que el modelo de escudo se depositara y conservara en la Dirección General de las Bellas Artes, el cual será “el único que debe usarse por las autoridades civiles y militares de la República y por los representantes diplomáticos y cónsules acreditados en el extranjero”, además de que se distribuirían copias a los gobernadores de los estados y en las oficinas del poder federal. El nuevo emblema también sería estampado al inicio de la Constitución de 1917.
Pese a las buenas intenciones de Carranza y a que el dibujo se publicó en la prensa de la época, por lo menos hasta 1920 y de acuerdo con el investigador Juan B. Iguíniz, no se había depositado ningún modelo en dicha institución, aunque lo más seguro es que se tratara del que “formaron los artistas D. Antonio Gómez y D. Jorge Enciso, inspirado en el escudo que aparece en las monedas de a un peso de 1824, en el que el águila figura de perfil”, el cual es la base del diseño que se mantiene hasta la actualidad.
Esta publicación es solo un fragmento del artículo "Banderas mexicanas" del autor Ricardo Cruz García que se publicó en Relatos e Historias en México número 126. Cómprala aquí.