La creación de la Secretaría de Educación Pública (SEP) en 1921 llevó también a la fundación, un par de años después, de la Escuela de Educación Física y la Dirección General de Educación Física, ambas necesarias para el modelo vasconcelista que no solo incluía pedagogía, sino diferentes instrumentos para materializar la nueva sociedad posrevolucionaria: mente sana en cuerpo sano.
Desde la SEP, se incorporó una serie de ejercicios en todas las escuelas del país, pero también una metodología para practicar deportes, cuyo acceso estaba socialmente relacionado a los clubes con llamativas instalaciones para golf, cricket o tenis. Las adecuaciones no se hicieron esperar, y dentro de los espacios escolares aparecieron actividades como el novedoso baloncesto de origen estadounidense, que fue adoptado, a la par, en las ramas varonil y femenil, por su utilidad y bajo requirimiento de infraestructura.
Para 1934 surgió la Federación Nacional Femenil de Básquetbol, que reglamentó los primeros torneos, los cuales resultaron tan populares que fomentaron la participación de las mejores jugadoras en los Juegos Centroamericanos y del Caribe de Panamá en 1938.
A diferencia de otros juegos de contacto, la sociedad no relacionó drásticamente la “carencia” de feminidad con el baloncesto, aunque los gobiernos subsiguientes brindaron apoyo preferencial a la rama varonil por medio de becas y facilidades de transporte, mientras que escatimaron recursos para las mujeres. A pesar de ello, en todos los estados surgieron ligas femeniles de diferentes edades y niveles, e incluso el Comité Olímpico Nacional comenzó a realizar campamentos de verano para jóvenes que midieran más de 1.70 cm.
Una sociedad cambiante permitió la participación en esos campamentos de varias adolescentes, reclutadas en los diferentes torneos escolares. A pesar de organizarse en la Ciudad de México, representantes de Chihuahua, Jalisco y Baja California acudían con entusiasmo a las convocatorias.
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