El asesinato del presidente electo Álvaro Obregón, perpetrado el 17 de julio de 1928, significó un duro golpe a la clase gobernante posrevolucionaria. Entonces Plutarco Elías Calles, presidente en funciones, optó por una transformación radical: la transición del caudillismo a un régimen institucional por medio de la creación de un partido político nacional que aglutinara los intereses de los distintos sectores sociales.
Con esa nueva estructura, los comicios de 1929 estuvieron marcados por un par de controversias: la elección de Pascual Ortiz Rubio como candidato del recién creado Partido Nacional Revolucionario y la acusación de fraude electoral por parte del grupo opositor encabezado por José Vasconcelos.
Ortiz Rubio creía que su elección como candidato era un premio a sus labores revolucionarias. Nada más lejano de la realidad, pues Calles tenía otros planes: convertirlo en mandatario de la nación y aprovechar su falta de conocimiento del terreno político mexicano –debido a la lejanía que había experimentado al estar como embajador en Brasil– para poder manipularlo. Así, el siguiente sexenio estaría dominado por él mismo como Jefe Máximo de la Revolución.
La toma de posesión del presidente Ortiz Rubio se realizó en el Estadio Nacional el 5 de febrero de 1930. Más tarde, se trasladó a Palacio Nacional para recibir las felicitaciones de sus amigos y los miembros del partido. Al salir, su automóvil fue baleado por Daniel Flores González, quien desde la calle disparó contra el mandatario y le causó una herida en el rostro. El hombre fue detenido y de inmediato sometido a interrogatorios.
Se acusó a la oposición vasconcelista de un atentado político. Sin embargo, nada se pudo probar y Flores insistió en que era un comerciante recién llegado de Charcas, San Luis Potosí. Sostuvo que había votado por Vasconcelos, pero que no formaba parte de ningún grupo político, y que al ver a Ortiz Rubio sintió una enorme indignación, ya que su elección no había sido regular y había sido impuesto.
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