Nueva ruptura sonorense
En 1929, después de la rápida derrota de la rebelión escobarista, Calles comenzó a formar un nuevo grupo gobernante y reconstruyó su base de poder político, en la cual Abelardo L. Rodríguez tendría un lugar después de demostrar que su lealtad era infalible, ya que había contribuido de diversas formas a preservar la posición de su mentor ante la amenaza que suscitó el asesinato de Álvaro Obregón el 17 de julio de 1928, en la celebración de su triunfo electoral en una comida en el parque de La Bombilla, en la Ciudad de México.
La conmoción política por el suceso volvió a generar divisiones dentro del grupo sonorense, ya que algunos obregonistas consideraron que el presidente Calles estaba involucrado en el magnicidio. Bajo esta idea se organizaron amigos y discípulos del difunto Obregón, como José Gonzalo Escobar, Francisco R. Manzo, José M. Ferreira, Roberto Cruz, Jesús M. Aguirre, Arturo Ríos Zertuche y Marcelo Caraveo. Por el otro grupo, de los fieles a Calles, estuvieron los generales Adalberto Tejeda, Joaquín Amaro, Saturnino Cedillo, Juan Andreu Almazán, Manuel Pérez Treviño, Lázaro Cárdenas y el propio Abelardo L. Rodríguez.
A finales de agosto de 1928, jefes de operaciones militares y gobernadores descontentos viajaron a la Ciudad de México con el propósito de acudir al último informe presidencial de Calles. Aprovecharon su estancia para realizar reuniones con el propósito de organizar un grupo que presionara al mandatario saliente respecto a la candidatura para la presidencia provisional y, después de las elecciones extraordinarias, para la presidencia constitucional. En dichas reuniones, intentaron atraer a políticos y militares de importancia, entre ellos a Rodríguez, quien se negó a asistir. No obstante, luego de externarle el asunto a Calles, este le solicitó que participara y le diera cuenta de lo que se discutía.
En víspera de la rebelión, Rodríguez intentó desalentar los planes levantiscos de sus antiguos correligionarios. A inicios de 1929, el general recibió la invitación de Fausto Topete, gobernador de Sonora, para unir sus fuerzas a la de los generales descontentos. De nueva cuenta se negó y le escribió a uno de los líderes del movimiento, Gonzalo Escobar, advirtiéndole que la rebelión tendría consecuencias funestas para el país. Posteriormente, buscó la manera de minar la base de apoyo de Francisco Manzo, jefe de las operaciones militares en Sonora, al contactar a sus subordinados para convencerlos de que lo desconocieran como jefe de la zona militar.
Tiempo después, un grupo de generales norteños desconoció la autoridad de Calles y la designación de Emilio Portes Gil como presidente provisional, por lo que emprendieron la lucha armada para retomar su posición en la élite política que habían perdido con el asesinato de Obregón. Durante la campaña militar, Rodríguez envió ayuda a las fuerzas establecidas en Naco, Sonora, atacadas por el contingente armado del gobernador Topete. Por último, organizó una fuerza con voluntarios para tomar el puerto fronterizo de Sásabe, que estaba en control de Topete.
Las demostraciones de lealtad y los servicios prestados por Rodríguez al gobierno provisional y a quien se había convertido el “Jefe Máximo de la Revolución” le permitieron ascender en la nueva élite política después de un lustro como gobernador del Distrito Norte de la Baja California, en donde esperaba dejar como sucesor a uno de sus leales colaboradores para dar continuidad, sobre todo, a sus intereses económicos. Sin embargo, el presidente Pascual Ortiz Rubio buscaría restringir la injerencia de Rodríguez.
La presidencia de Ortiz Rubio
Abelardo L. Rodríguez intuyó que en 1929, con el inminente cambio de gobierno federal, algunos colaboradores y acompañantes del candidato oficial, Pascual Ortiz Rubio, intentarían desplazarlo de la posición de poder político y económico que había construido en Baja California. Ante dicha posibilidad, comenzó a realizar acciones calculadas que le aseguraran la permanencia de su cercano colaborador, José María Tapia.
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