Covarrubias y los otros miembros de la comisión tuvieron apenas dos meses para trasladarse a Yokohama, Japón, punto geográfico en el que el evento astronómico sería apreciado con mejor visibilidad, si el clima así lo permitía. Las aventuras comenzaron desde el primer día y la sola planeación del viaje representó un reto, pues tenían que cargar con docenas de cajas con telescopios, cámaras fotográficas y distintos equipos de medición.
Después de varias semanas, la comisión finalmente arribó, poco tiempo antes del evento astronómico. Cabe decir que en esas fechas México no tenía relaciones diplomáticas con Japón, país que –observó con asombro Covarrubias– mantenía el registro de sus cuentas públicas en pesos mexicanos de plata.
El jefe de la expedición se aprestó a calibrar el instrumental y alistó dos observatorios en las cimas de las colinas de Bluff y de Nogue-no-yama, a las afueras de Yokohama. Para formalizar el inicio de la misión científica, invitó a emisarios del gobierno japonés a una sencilla ceremonia de izamiento de la bandera mexicana: “Las brisas del Fusi-yama eterno hacían ondular el verde, blanco y rojo de nuestra enseña, y acariciaban su águila republicana”, registró don Francisco.
El éxito y el largo retorno
Finalmente amanece el 9 de diciembre de 1874 con una atmósfera impecable. Los miembros de la expedición esperan el minuto exacto en que Venus inicie su camino a lo largo del astro rey. Las condiciones climáticas son perfectas, así como los datos recabados, las imágenes fotográficas y las mediciones. Díaz Covarrubias, colmado de elogios por los otros miembros de la comisión, se apresura a enviar un telegrama al presidente Lerdo de Tejada: “Complete success in the observations - please receive my most sincere congratulations” (Éxito total en las observaciones - Por favor reciba mis más sinceras felicitaciones). El jefe de la misión dispone que se haga una copia de todos los resultados obtenidos para enviarse a México por una ruta distinta a la de ellos, previendo cualquier contratiempo.
Los trabajos de la comisión mexicana de 1874 y los de misiones científicas auspiciadas por Estados Unidos, Francia y Reino Unido, además de otras expediciones privadas, ayudaron a precisar la distancia entre el Sol y la Tierra, aunque a lo largo del siglo XX, con los avances en telemetría cósmica y la ayuda de sondas espaciales, finalmente se determinó el valor de la unidad astronómica en 150 millones de kilómetros (149 597 870 700 metros).
El retorno a México de los miembros de la comisión fue ampliamente celebrado y el presidente Lerdo de Tejada aprovechó su éxito para ponerlo como prueba de la efectividad de su programa educativo y científico, pues, en efecto, el triunfo de la expedición se apoyó en la solidez y profesionalismo de las instituciones donde sus integrantes se habían formado. Así, una circunstancia tan lejana y ajena para el grueso de los mexicanos, como lo fue el tránsito de Venus por el disco solar, fue esencial para legitimar un proyecto de nación e impulsar la identidad de un México moderno y científico.
Esta publicación es un fragmento del artículo “La extraordinaria expedición científica a Japón” del autor Rodrigo Azaola y se publicó íntegramente en la edición de Relatos e Historias en México, núm. 93.