La Carta del Cielo y las señoritas invisibilizadas

Participación femenina en un proyecto astronómico internacional a finales del siglo XIX

Consuelo Cuevas Cardona y Salvador Cuevas Cardona

En 1989 el historiador Steven Shapin publicó en la revista American Scientist el artículo “The Invisible Technician”, en el cual analizó el trabajo de laboratorio del científico Robert Boyle, en el siglo XVII. Narró que muchas de las labores eran hechas por técnicos a los que Boyle pagaba, sin que él les diera el crédito nunca, o casi nunca, en los escritos. Muchos de estos técnicos ciertamente ayudaban a mover las máquinas o a manejar el instrumental y no tenían conocimientos profundos de física y química, pero hubo otros casos en los que fueron ellos los que hicieron las observaciones, experimentos e interpretaciones. Tal fue el caso de Denis Papin, inventor del uso del vapor para mover máquinas, y Robert Hooke, inventor de las bombas de vacío que Boyle utilizó en sus experimentos. Aunque el famoso científico reconoció algunas de las colaboraciones de estos personajes, ellos permanecieron en el anonimato.

En el caso de las mujeres, ese tipo de invisibilización fue común durante varios siglos, no sólo en el campo de la ciencia. Se sabe de escritoras que firmaron sus obras con nombres masculinos para evitar el rechazo o evadir los ataques de aquellos que consideraban vergonzoso que las personas de género femenino ejercieran un oficio distinto al del cuidado del hogar. En la literatura del siglo XIX son bien conocidos los casos de Mary Ann Evans, quien firmaba como George Eliot; Aurore Dupin, cuyo seudónimo era George Sand; y Cecilia Böhl de Faber, el “famoso” Fernán Caballero.

En la ciencia, se sabe de algunas mujeres que hicieron lo mismo, como la matemática Sophie Germain, que firmaba sus trabajos como A. A. Leblanc o Mr. Leblanc. Sin embargo, es poco conocido el caso de las mujeres que colaboraron en un proyecto astronómico internacional, realizado en México, cuyos nombres nunca se supieron.

La Carta del Cielo

El 16 de abril de 1887 se llevó a cabo en París, Francia, un congreso de astrónomos de todo el mundo en el que debían ponerse de acuerdo para realizar un mapa fotográfico del cielo: La Carte du Ciel. La invención de la fotografía había abierto las puertas para registrar la posición exacta de las estrellas en el cielo, con las magnitudes y coordenadas de las más brillantes. En el Observatorio Astronómico de París ya se habían hecho algunas pruebas desde 1884, pero para tener un mapa general se necesitaba la participación de la mayor cantidad de astrónomos posibles, provenientes de todo el mundo.

Se decía que la idea de la Carta del Cielo se debía a Ernest Mouchez, director del Observatorio de París, quien quería que un invento francés –la fotografía– “contribuyera a la gloria de la ciencia francesa”. De acuerdo con un artículo escrito por el francés Emilio Nol para el periódico Le Figaro –traducido en el periódico El Minero Mexicano del 19 de mayo de 1887–, hubo un congreso el 16 de abril en el que los astrónomos debían resolver varios problemas, como la dimensión de los aparatos fotográficos que debían utilizarse, el tamaño lineal y angular de las placas que se tomaran, los modelos de proyección y de publicación, la elección de los lugares en los que se realizarían las observaciones y otras cuestiones técnicas.

De acuerdo con la nota, el número de estrellas que contendría la carta sería mayor a veinte millones. Señalaba que William Herschel (1738-1822) había logrado obtener imágenes de estrellas de 15ª magnitud. Con los aparatos existentes en 1887 podían captarse estrellas de 16ª y hasta 17ª magnitud. Nol escribió: "Para que se comprenda la importancia de la nueva carta basta fijarse en que el catálogo más rico de estrellas que existe es el de Argelander, publicado en 1862, y que llega a las de 10ª magnitud; este catálogo contiene algo más de 300,000 estrellas. Pues bien, uno de los mapas levantados por el Observatorio de París contiene en una superficie de cuatro grados cuadrados 5,000 estrellas, mientras que en la carta de Argelander sólo constan 170, en el mismo espacio".

Todos los observatorios participantes utilizaron telescopios semejantes al de París, con una óptica colectora de 0.33 m de diámetro y placas fotográficas de 4 grados cuadrados. Sin embargo, el proyecto de tener un mapa del cielo resultaba colosal y ambicioso, pues la esfera celeste consta de 64,800 grados cuadrados, por lo que se requerían más de 16,000 fotografías para completar el trabajo con esa clase de telescopios, sin mencionar el tiempo necesario para medir la posición de cada estrella en cada placa fotográfica y anotarla en un cuaderno.

En el periódico El Diario del Hogar, del 18 de mayo de 1887, se publicó la interrogante hecha al director del Observatorio Astronómico de México, Ángel Anguiano, sobre la razón por la que el país no había sido invitado al congreso del 16 de abril. Él señaló que se debió a que apenas se había iniciado el uso de la fotografía para realizar observaciones astronómicas, aunque tal vez este comentario fue una mala interpretación del periodista, pues hay evidencias de que desde 1874 una delegación mexicana que fue a Japón a observar el tránsito de Venus fotografió el evento.

Anguiano también comentó que hacía poco se había enviado al señor Bouquet de la Grye, en Francia, una fotografía de la Luna tomada por el coronel Teodoro Quintana, quien había ingresado como parte del equipo del observatorio en 1882. El director hizo ver que De la Grye presentó la instantánea a la Academia de Ciencias de París con las siguientes palabras: "Tengo el honor de poner a la vista de la Academia un primer ensayo de fotografía lunar obtenido en el nuevo Observatorio Nacional de México por el teniente coronel Quintana, bajo la dirección del señor Anguiano. El anteojo empleado tiene un objetivo de 0.38 m de diámetro y este primer resultado muestra el partido que la ciencia podrá sacar de un aparato colocado a una altitud de 2,000 metros en un país en que la pureza del cielo es muy grande".

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