La noche del 24 de noviembre de 1914 se hizo realidad aquello que tanto temían los habitantes de la Ciudad de México. Por todos era bien sabido que las tropas zapatistas llevaban al menos dos semanas asediando las fronteras surorientales de la metrópoli. Las trémulas fogatas que los morelenses encendían por las noches en las montañas del sur de la cuenca aterrorizaban a toda la urbe. Parecía inminente que el Ejército Libertador del Sur, al mando del general Emiliano Zapata, se apoderaría de la capital. Y esa noche finalmente sucedió.
Entre octubre y noviembre de aquel año, los entresijos y el destino del país se discutían acaloradamente en el Teatro Morelos, en Aguascalientes, en la llamada Convención Revolucionaria, que congregó a representantes de las tres facciones más poderosas del momento: carrancistas (constitucionalistas), villistas y zapatistas. Se trataba de un intento político por evitar una guerra civil que enfrentara a estos bandos.
Así, el 31 de octubre un importante grupo de delegados de la Convención –que se declaró Soberana– acordó destituir a Carranza como Primer Jefe del Ejército Constitucionalista y encargado del Poder Ejecutivo. Días después, el 6 de noviembre, la Convención eligió a Eulalio Gutiérrez como presidente provisional de la República. Desde luego, Carranza desconoció los acuerdos, abandonó la Ciudad de México e instaló un gobierno paralelo en el puerto de Veracruz.
Por su parte, el presidente Gutiérrez nombró a Pancho Villa –el poderoso líder de la División del Norte– como comandante del Ejército Convencionista y le ordenó tomar la Ciudad de México para garantizar el control del país. A partir de la Convención, Villa y Zapata entablaron comunicación con miras a tejer una alianza militar; como parte de esa alianza, convinieron tomar juntos la capital mexicana.
Los primeros en llegar fueron los zapatistas, luego de que la mañana del 24 de noviembre los últimos carrancistas –al mando del general Lucio Blanco– abandonaran la ciudad. De inmediato tomaron Palacio Nacional en nombre del presidente Gutiérrez. Zapata llegó a los dos días, el 26, y se hospedó en un modesto hotel detrás de Palacio Nacional, en la antigua calle de los Siete Príncipes –hoy Emiliano Zapata, número 107–, muy cerca de la antigua estación de ferrocarril de San Lázaro, en donde el sureño estableció su cuartel provisional.
Para Zapata –y para los zapatistas en general– la Ciudad de México resultaba hostil, insegura e incompatible. Él era un hombre de campo y ahí se sentía seguro. Días después le confesaría a Villa: “De que ando en una banqueta hasta me quiero caer”. Y Villa coincidiría: “[Sí], este rancho está muy grande para nosotros”. Zapata sólo permaneció dos días en el hotel de la calle Siete Príncipes, bebió unos coñacs en la cantina La Potosina y el 28 de noviembre se regresó a Morelos en tren. Esta ciudad no era para él. Sin embargo, el ejército zapatista, al mando de su hermano Eufemio, permaneció en la ciudad en espera de Villa y del presidente Gutiérrez.
Una noche, algunos sureños que pernoctaban cerca del cuartel de San Lázaro escucharon mucho ruido y el repiquetear de unas campanas. Asustados, se apertrecharon y prepararon sus fusiles. Salieron a la calle y vieron un coche muy raro. Se trataba de un camión de bomberos en acción, pero los zapatistas le vieron cara de artillería enemiga.
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