La literatura es siempre sorprendente por cuanto adelanta los temas que después serán propios de los historiadores. Uno de ellos es el desencanto revolucionario. Apenas terminada la etapa maderista de la lucha armada, a fines de 1911 apareció la novela breve de Mariano Azuela llamada Andrés Pérez, maderista, que ha pasado a la historia como la primera novela de la Revolución. En ese año Azuela era un joven médico de San Juan de los Lagos, Jalisco, aficionado a la escritura de novelas de corte naturalista e inspirado con mucho por los franceses como Balzac, Zola, los hermanos Goncourt y otros, según él mismo confesaba. Había escrito en 1903 María Luisa, en la que describe la vida de algunos estudiantes de Medicina en Guadalajara y, en particular, sobre un tema de la época: la joven seducida y abandonada.
Además, publicó relatos y ensayos breves en periódicos de Jalisco. Para Azuela, como para muchos otros, “la bola” –como se le decía entonces a la ahora llamada Revolución– fue un vendaval que los levantó de sus asientos: “La aventura maderista fue, a la verdad, disparatada, digna de gente de manicomio”, escribió años después.
Azuela, jefe político
Cuando los más destacados porfiristas olfatearon el apoyo estadounidense a Francisco I. Madero y el poco disimulado disgusto por Porfirio Díaz, unos apuraron la renuncia del dictador y otros, al mismo tiempo, se pasaron al maderismo. Entre ellos, la prominente familia jalisciense de Manuel Rincón Gallardo, jefe político porfirista en Lagos de Moreno, levantado en armas en vísperas de las victorias maderistas de mayo de 1911 en Ciudad Juárez y cuando ya se negociaban abiertamente los acuerdos en esa población.
En Lagos, Azuela, sin mencionar a los Rincón Gallardo, recordó así aquellos días: "Los primeros que mi pueblo recibió en medio de vivas y aplausos estruendosos, todavía sin identificarlos, resultaron ser unos pobres jornaleros al servicio de un hacendado de alta prosapia, autonombrado coronel maderista; peones con sus deslavadas ropas de mezclilla, sus deshojados sombreros de soyate desgarrados, pobres diablos que no habían olido más pólvora que los cohetes para espantar las urracas de la milpa, se enseñorearon de la ciudad".
En cuanto se instauró el gobierno provisional de Francisco León de la Barra, se procedió al cambio de autoridades en algunos lugares. En Lagos de Moreno, el joven doctor Azuela fue nombrado jefe político en una asamblea pública de maderistas. Pero… Me ocurrió entonces algo singular y grotesco: cuando me presenté en la jefatura política del cantón para tomar posesión del puesto que se me había conferido, ratificado ya por el gobernador del Estado, me encontré con los maderistas a las órdenes del llamado coronel Manuel Rincón Gallardo estorbándome el paso. Tuve entonces que ocurrir al destacamento de soldados federales de guarnición en la plaza para desalojar a los seudo maderistas y a las autoridades que ellos sostenían e instalarme.
La escritura como catarsis
La ilusión de Azuela por la causa maderista duró poco tiempo, pues Rincón Gallardo hizo un viaje a la Ciudad de México y, para sorpresa del joven doctor, él fue destituido: “para colmo de mofa hube de entregarlo [el poder] a la misma persona a quien por la fuerza había tenido que desalojar”. La clave de lo anterior quizá esté en que Gustavo Adolfo Madero, hermano de Francisco Ignacio, fue socio en las empresas de los Rincón Gallardo, específicamente en la fábrica de hilados y tejidos La Victoria, en Lagos de Moreno. Recién casado en 1898, Gustavo se trasladó a esta ciudad, donde nacieron sus hijos Francisco y Carolina, y él fue presidente municipal.
Sin duda, Azuela no desconocía la amistad de los Rincón Gallardo con Gustavo Madero, pero nunca lo mencionó y mucho menos acusó al hermano de Francisco como responsable del regreso del cacique, quizá porque, desde que apareció la novela Los de abajo, Mariano fue considerado en algunos círculos como “reaccionario”, debido a que esta obra es muy crítica de la Revolución; por lo tanto, es posible que no quisiera sumar a aquella recriminación la de “antimaderista”.
Ante la burla de los Rincón Gallardo, la vergüenza frente a sus coterráneos y la rabia por sentirse engañado, Azuela escribió: Esto me dio la medida cabal del gran fracaso de la Revolución. Fue para mí el máximo instante de la desilusión de irreparables consecuencias […] y en aquellos días de incertidumbre, de fiebre y de angustia, yo seguía emborronando cuartillas al correr de la pluma […] en Andrés Pérez, maderista, vertí todo mi desencanto.
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