Motor de la industrialización

Fundidora de Fierro y Acero de Monterrey, pionera entre el río Bravo y la Patagonia

Mario Cerutti

La Fundidora de Fierro y Acero de Monterrey fue la primera siderúrgica integrada entre el sur de Texas y la Tierra del Fuego. Surgió para abastecer el mercado interno, al cual amarró sus buenos y malos momentos entre 1903 y 1986. Con fuertes vínculos con el Estado, su etapa más exitosa se nutrió del ciclo de industrialización que imperó en México desde los años treinta, acentuado tras la Segunda Guerra Mundial. Asimismo, su declive coincidió con el agotamiento del modelo proteccionista, la crisis global del sector siderúrgico, severos problemas sindicales y una desmesurada intervención estatal en la economía.

La empresa  fue constituida como sociedad anónima en mayo de 1900. Era la cuarta planta de metalurgia pesada instalada en esta urbe norteña desde 1890. Las otras tres, una de ellas de capitales estadounidenses, se dedicaron a la transformación de minerales en bruto para producir el plomo que requería la segunda revolución tecnológica en el país vecino. Fundidora, en cambio, surgió para abastecer el mercado interno, al cual amarró sus buenos y malos momentos entre 1903 –primera colada– y su paso a manos del Estado, en 1975.

En su fundación, promovida por el inmigrante italiano Vicente Ferrara, participaron como accionistas los principales hombres de negocios de la ciudad y de su entorno geográfico. Estaban acompañados de empresarios de origen extranjero que con frecuencia –como Ferrara– habían cincelado sus experiencias y su fortuna en México (ver cuadro en esta página). Con una inversión de arranque de cinco millones de dólares, pusieron en marcha la primera siderúrgica integrada entre el sur de Texas y la Tierra del Fuego, y que funcionó durante décadas.

Desde el comienzo, y en especial tras los tumultuosos años de la Revolución (1910-1917), la sociedad matriz implementó un proceso de integración que incluyó importantes yacimientos mineros, medios de transporte ferroviarios, sectores de transformación, elaboración de productos relacionados, redes de comercialización, miles de obreros y empleados y una notable irradiación de inversiones por la geografía nacional. Ya en 1967 se estimaba que el conjunto empresarial de Fundidora reunía a casi 12,300 hombres y mujeres, y sus inversiones en minería se prolongaban desde Monterrey hacia Durango, Coahuila, Chihuahua, Zacatecas, Guerrero, Michoacán, Colima, Jalisco y Oaxaca.

En alianza con otras grandes compañías regiomontanas, Fundidora amplió sus operaciones hacia la producción y distribución de insumos estratégicos: gas, electricidad, agua. Fue propulsora de instituciones bancarias y de otros intermediarios financieros. Con fuertes y muy estables vínculos con el Estado, su etapa más exitosa se nutrió del ciclo de industrialización protegida que imperó en México desde los años treinta, acentuado tras la Segunda Guerra Mundial. Su declive coincidió con el agotamiento del modelo proteccionista, asfixia articulada a su vez con la crisis global del sector siderúrgico, con severos problemas sindicales y una desmesurada intervención del Estado en la economía. La compañía entró en bancarrota en 1986. 

El Estado y un ícono de la industrialización
Fundidora de Fierro y Acero atravesó fases críticas y momentos de prosperidad. Sus primeras amenazas de extinción emergieron con la Revolución, con los cambios que trajo la Constitución de 1917, los difíciles años veinte y la crisis de 1929. Pero desde esos mismos tiempos la empresa y sus directivos instrumentaron un par de mecanismos estratégicos que habrían de perdurar al menos hasta los años setenta: a) un acercamiento cada vez más estrecho con los gobiernos locales y federal; b) su tendencia a integrar eslabones productivos, administrativos y de distribución, cuya fase más prominente se manifestó entre la Segunda Guerra y fines de los años sesenta.

En 1907, tras algunos cambios en la conducción y la llegada de Adolfo Prieto, los dirigentes de la empresa abordaron de manera abierta los influyentes círculos del poder político concentrado en la hoy Ciudad de México. El gobierno federal se había hecho cargo de la administración de gran parte de la red ferroviaria y creó Ferrocarriles Nacionales; por ello, se estaba convirtiendo en un sistemático comprador/consumidor de maquinaria, insumos y materiales. Las amables relaciones de Fundidora con el equipo ministerial del presidente Porfirio Díaz propiciaron el alza de los aranceles aplicados a rieles, ruedas, vagones y otros derivados del acero que se importaban de los Estados Unidos; desde entonces y hasta la década de los cincuenta Fundidora tuvo en el sistema ferroviario vernáculo (de 24,000 kilómetros de extensión) su principal mercado.

Desde el Estado estuvieron muy atentos a su marcha, ya que la consideraban vanguardia de un sector estratégico. Más aún: se la asumió como un auténtico ícono de la industrialización en México. Esta tesitura no fue modificada, por supuesto, por los gobiernos posrevolucionarios, y menos aún por quienes orientaron el país desde los años cuarenta. En la medida en que se consolidaba la intervención del Estado en la economía, y que ello impactaba en la gestación o perfeccionamiento de una vasta infraestructura (carreteras, puertos, presas y distritos de riego, generación de electricidad, control y procesamiento de petróleo, el mismo sistema ferroviario), más importancia adquirieron insumos como el petróleo, el cemento y el acero. Además de convertirse en mercado semicautivo de Fundidora durante décadas, el Estado le concedió numerosos estímulos fiscales, le sirvió de aval para conseguir préstamos tanto en México como en los Estados Unidos, acompañó sus más vigorosas etapas de expansión (entre 1940 y 1970), acentuó la protección para muchos de sus productos, y hasta operó como conciliador con un sindicato que reunía miles de asalariados metalúrgicos y mineros.

Presencia en Latinoamérica
Pero Fundidora habría de destacar a Monterrey también en el contexto latinoamericano. Su puesta en marcha se adelantó por décadas a las plantas acereras de gran tamaño que empezaron a surgir entre el río Bravo y Tierra del Fuego a partir de la década de los cuarenta. Por eso interesa revisar con atención los años y países en los que surgen siderúrgicas en la región, de lo que resulta que Fundidora destacó por ser pionera, privada y norteña (ver cuadro en esta página).

Fundada doscientos kilómetros al sur de la ultradinámica Texas, Fundidora comenzó a producir en 1903. Las siguientes grandes plantas que se citan en el cuadro, incluida la gigantesca brasileña Companhia Siderúrgica Nacional, empezaron a surgir desde el primer lustro de la década de 1940, es decir, cuarenta años más tarde. Eran tiempos en que se generalizaba la intervención del Estado en la economía, que se hacía cargo de los llamados sectores de base, y casi todas esas plantas surgieron como proyectos de sus nuevas funciones. Fundidora, en cambio, fue fruto exclusivo de la inversión privada: otro indicador de la marca que Vicente Ferrara y sus asociados suscribieron en el noreste de México.

Competencia contra expansión
Dos situaciones que llegaron a lastimar de manera parcial a Fundidora fueron la fundación en 1943 de la siderúrgica estatal Altos Hornos de México, en Monclova (Coahuila), y la decisión federal –a partir de los años cincuenta– de volver a adquirir los materiales ferroviarios en Estados Unidos. Ambos datos coincidieron, curiosamente, con fases de expansión y modernización de la empresa regia: en 1943 instaló su horno alto número 2, y en 1968 puso en marcha el número 3. La demanda del mercado nacional se había expandido tanto en cantidad como en diversidad, y pasó a competir en el segmento de los aceros planos con otra firma de Monterrey: Hojalata y Lámina (HYLSA, constituida también con capitales locales en 1943).

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