Andrés Quintana Roo ha figurado como un ejemplar patricio que fue un insigne luchador por la emancipación política de la Nueva España. Su participación como ideólogo en el Congreso de Chilpancingo es notable, sólo actualmente opacada por la participación de su noble y valiente esposa, Leona Vicario, a quien se le ha rescatado recientemente del olvido. Su historia personal se funde en casi una novela romántica y de aventuras, pero la vida que siguió a la independencia de México tiene una oscura mancha durante el periodo en el que también era magistrado de la Suprema Corte de Justicia.
Leona Vicario (10 de abril de 1789-21 de agosto de 1842) que, como se ha visto en otros artículos de esta revista, entre 1813 y 1818 vivió años de persecución, penurias y heroísmo junto al abogado yucateco Quintana Roo (30 de noviembre de 1787-15 de abril de 1851), en favor de la causa insurgente e inicialmente bajo el mando de José María Morelos, aunque al final tuvieron que acogerse al indulto de las autoridades de Nueva España.
Tras consumarse la independencia de México en 1821, Vicario solicitó al nuevo régimen la recuperación del capital y los bienes incautados por el gobierno virreinal durante la Guerra de Independencia. En 1823 se le concedió que, a cambio de su capital perdido (más de 112,000 pesos de entonces), recibiera la hacienda de San Francisco Ocotepec, en los Llanos de Apan, además de la casa de cocheras del Tribunal de la Inquisición, en la calle de Santo Domingo, núm. 2, en la Ciudad de México.
Los bienes de Leona Vicario
En la carta de respuesta de Vicario al ministro Lucas Alamán (26 de marzo de 1831), se lee que al saber que el país no contaba con capital del Consulado de Veracruz, había aceptado retribución en predios:
"Las fincas, de que se cree que saqué ventajas, no había quien las quisiese comprar con la rebaja de una tercera parte de su valor y yo las tomé por el todo: la casa en que vivo tenía los más de los techos apolillados y me costó mucho repararla. De todas las fincas, incluyendo en ellas el capital que reconocía la hacienda de Ocotepec, que también se me adjudicó, sólo sacaba la nación al año 1,500 [pesos] pues que, como usted ve, es el rédito de 30,000 y con eso me pagaron 112,000".
Desconocemos si Leona Victoria realmente habitó su hacienda, pero se deduce que incentivó el cultivo del maguey de aguamiel, la siembra de granos de consumo y aumentó el hato ganadero. Se ha dicho que, en 1838, ofreció al gobierno nacional sus bienes con el fin de auxiliar al ejército federal con caballos, ganado, semillas y los servicios que requirieran, debido al estallido de la Primera Intervención francesa (o “Guerra de los Pasteles”).
El 21 de agosto de 1842 Vicario falleció en la Ciudad de México y al año siguiente la hacienda pasó a manos de Quintana Roo. En su testamento del 30 de mayo de 1839, publicado en los Anales del Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnografía, se menciona que su marido, al casarse con ella, “no trajo a mí ningún bien, [pero] dejóle casi toda la quinta parte de sus bienes”. Por lo anterior, puede pensarse que la propiedad de sus inmuebles y su acrecentamiento fueron la principal actividad de la heroína.
Durante seis años, la situación productiva de dicha hacienda como propiedad agrícola y pecuaria se mantuvo en calma, hasta que en 1848 estalló una lucha social por el uso del agua.
¿Agua por merced o apropiación?
Hay testimonio de ello en un litigio suscitado por el supuesto despojo de aguas que los indígenas de Almoloya habían infligido a la hacienda de Ocotepec, propiedad de Quintana Roo. Este suceso se enmarca en una época en la cual se temía una posible “guerra de castas” que no sólo asolaría a Yucatán, sino al país entero.
Como ha mencionado la investigadora María del Pilar Iracheta, el pleito duró un considerable lapso de tiempo y fue ventilado en folletos o diarios de la época, lo que muestra cómo fue llevado el juicio, la actitud de los distintos funcionarios que intervinieron en el problema y el nacimiento de una conciencia cívica de los pobladores indígenas del pueblo de Almoloya, de la subprefectura de Apan, entonces parte de la prefectura de Tulancingo, del Estado de México.
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