Caecilie Seler-Sachs provenía de una familia judío-alemana, que tuvo un estatus elevado en la sociedad berlinesa de finales del siglo XIX. Su padre, Hermann Jacob Sachs, era un conocido médico que le inculcó el amor por la cultura y el arte y la estimuló para pensar de manera autónoma. Sin embargo, ella no encontró un nicho para desarrollar sus inquietudes intelectuales sino hasta 1884, cuando, a los 34 años, contrajo matrimonio con el renombrado americanista Eduard Seler y decidió participar activamente en sus investigaciones, lo que la vinculó con México para el resto de sus días.
Seler emprendía sus estudios sobre las antiguas culturas americanas desde una perspectiva interdisciplinaria, siendo sus principales campos la lingüística, la etnohistoria y la arqueología. Tradujo obras clásicas, conformó diccionarios de distintas lenguas indígenas, describió ritos, costumbres o ceremonias y reunió el mayor número posible de objetos y testimonios sobre las
culturas americanas antiguas.
Desde los primeros días de su matrimonio, Caecilie Seler-Sachs adoptó la responsabilidad de gran parte del trabajo técnico que requerían estas investigaciones. Por ejemplo, hacer dibujos, copias y fichas; tomar fotografías, y archivar y clasificar objetos. Estas actividades, que desarrolló los 38 años que duró su matrimonio, la convirtieron con el tiempo en una experta en el campo de la americanística, como se puede constatar en sus obras, a las que me referiré más adelante.
Con los años, Eduard Seler se volvió uno de los americanistas más reconocidos de su tiempo. Ocupó las cátedras de lingüística, etnología y arqueología de la Universidad de Berlín, lo que le permitió formar a un sólido grupo de discípulos, entre los que cabe señalar a Pert Kutscher, Walter Lehmann y Walter Krickeberg. Llegó a ser director de la sección americana del Museo Etnográfico de Berlín, director de la Sociedad Berlinesa de Antropología, Etnología y Prehistoria, así como el primer director de la Escuela Internacional de Arqueología y Etnografía Americanas.
El matrimonio Seler estructuró su vida en torno a sus intereses científicos. Los viajes a los sitios arqueológicos se impusieron como una necesidad para realizar los proyectos de investigación: había que ubicar a las culturas antiguas dentro de su entorno geográfico; hacer observaciones etnográficas para comprender el pasado a la luz de los vestigios que de él existían; recopilar escritos y vocablos pertenecientes a las lenguas autóctonas; coleccionar el mayor número de objetos prehispánicos posible, y documentar edificios, monumentos y piezas, mediante fotografías, dibujos, acuarelas y calcas, entre otros.
Así, entre 1887 y 1911, realizaron seis viajes a América –en especial a México y Guatemala–, la mayor parte de los cuales se financiaron con la fortuna que Caecilie había heredado de su familia. Las condiciones de viaje no habían mejorado sustancialmente desde la época de Adela Breton y también el matrimonio Seler tuvo que enfrentar numerosas dificultades para subsistir en zonas no acondicionadas para visitantes.
Difícil era conseguir comida, encontrar hospedaje, tratar con las autoridades locales, soportar las inclemencias del clima y recuperarse de las enfermedades que los atacaron. Gran parte de la logística y las tareas prácticas estuvieron a cargo de Caecilie. El trabajo era agotador: había que hacer el levantamiento y la proyección de edificios, realizar dibujos, acuarelas y calcas de fachadas de edificios, monumentos, esculturas y piezas menores. Asimismo, ella tomó fotografías de muchos de los monumentos y piezas pararqueológicas, lo que la convirtió, junto con Désiré Charnay, Augustus Le Plongeon y la mencionada Adela Breton, en una de las primeras fotógrafas de antigüedades americanas.
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