Caos en los estadios

Gerardo Díaz

Las tragedias en eventos deportivos multitudinarios son un fenómeno que lamentablemente no se logra erradicar.

 

La búsqueda de culpables también se vuelve una cacería de brujas que no necesariamente lleva a la concientización de lo que originó el siniestro o a un cambio en la dinámica para evitar su repetición.

Uno de los primeros sucesos de esta índole en la era moderna de México se remite al encuentro entre Asturias y Necaxa de 1939 que culminó con un fuego desenfrenado que transformó en cenizas un recinto de madera. Hasta la fecha se atribuye al enojo de los aficionados necaxistas, quienes, literalmente, echaron chispas de frustración al ver que su estrella Horacio Casarín abandonó el campo tras una dura entrada, situación aprovechada por los asturianos para empatar el partido en los últimos minutos por medio de un penal.

El árbitro Fernando Marcos fue acusado de favoritismo y de provocar con su actuación tal descontento. Sin embargo, el problema real fue la presencia de gasolina y los aficionados irracionales que iniciaron el incendio al primer pretexto. A partir de entonces las gradas de madera fueron abandonadas y se promovieron construcciones más seguras, pero no así la revisión exhaustiva de lo que ingresa al estadio.

Otro incidente que culminó con la muerte de ocho personas, y ha sido hasta ahora el más fatídico en nuestro futbol, fue en el Estadio Olímpico Universitario en 1985. La cantidad de fanáticos que acudió al segundo partido de la final entre Pumas y América desbordó a las autoridades. En principio la Universidad declaró que vendió únicamente el setenta por ciento del boletaje y el restante fue obsequiado entre académicos y alumnos. Sin embargo, a las puertas del campo llegaron entre treinta mil y cuarenta mil personas más.

Entre gritos que reclamaban tener un boleto válido exigiendo su acceso, y muchos más que simplemente querían colarse al encuentro del año, la multitud desbordó a los guardias e ingresó al túnel número 29. Se percibía la luz al final. Se escuchaban los cánticos de los que ya estaban en sus gradas. ¡Pánico!

Los primeros se detuvieron y xtomaron los barrotes. Agitaron con violencia, pero el metálico no cedió. De pronto empujones. Se golpearon contra la reja. El túnel se llenaba. Incapaces de observar, creyendo que no se avanzaba por los lentos, continuaron presionando. Los pectorales se hundieron. Los pequeños no respiraban. Se comenzaron a sofocar. La reacción fue tardía y caótica. Las cifras pudieron ser peores.

La culpa se atribuyó a Rectoría, a los boleteros, a los policías, aunque nadie fue castigado. En retrospectiva, se suele decir el “hubieran hecho tal cosa”. Bueno, en el siglo XXI continúan las fallas y se demuestra que no se ha aprendido  de los errores.

 

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