Los panaderos austriacos fueron los inventores de lo que derivó en lo que en México se conoce como cuernito, aunque en Francia se le dio el nombre de croissant.
En México les decimos cuernitos. O cuernos, a secas. Podemos comerlos solos o enmermelados, o cercenarlos para darles tratamiento de torta. Sin embargo, este bollo hojaldrado se llama formalmente cruasán, representa una luna y su origen es austriaco.
En el verano de 1683 Viena es sitiada por el soberbio ejército otomano al mando del visir Kara Mustafá, que está dispuesto a conquistarla. Desde que el sultán Mehmet II se apoderó de Constantinopla, en 1453, el imperio turco inició una ambiciosa expansión hacia el centro de Europa. Viena, por su ubicación, resultaba un punto estratégico para los intereses del imperio de la luna y la estrella.
Es el tercer asedio turco que soporta la pequeña Viena. Su emperador, Leopoldo I, se ha refugiado en el vecino poblado de Linz. La ayuda viene en camino, bajo el amparo del rey de Polonia, Juan Sobieski. Mientras tanto, los vieneses resisten atrincherados en la catedral de San Esteban. El ataque es despiadado, incluye catapultas, arietes y morteros. Pero todos lo proyectiles rebotan contra la fuerza ciclópea de la muralla que circunda la ciudad.
Por las noches, un silencio sepulcral lo invade todo. Entre el miedo y la zozobra que supone un estado de guerra, los sitiados vieneses intentan recuperar la vida cotidiana bajo la luz de la luna. Afuera, impotente, el pulpo imperial otomano de poderosos tentáculos planea una fórmula para socavar la inexpugnable coraza de piedra que protege la ciudad. Deciden cavar túneles para cruzar por debajo de la sólida pared. Lo hacen con cautela y de noche, para no ser descubiertos.
Pero Viena no duerme. Los panaderos, que trabajan de madrugada, son los primeros en percatarse. Escuchan el crujir de picos y palas del otro lado de la muralla. De inmediato alertan a la reducida tropa austriaca que defiende la ciudad. Gracias a ello, y a los refuerzos de auxilio que coordinó el rey Sobieski, Viena logra salir victoriosa del embate turco.
Tras dos meses de asedio, en septiembre los derrotados otomanos abandonan Viena. En el campamento tuco quedaron algunos costales con preciados granos de café arábigo. Se dice que, a partir de ello, el consumo de ese grano se esparció por toda Europa; también que, algunos años después, Leopoldo I pidió a los panaderos vieneses que diseñaran un bocadillo para acompañar el café turco y conmemorar la victoria sobre los otomanos.
Los reposteros diseñaron un bizcocho que llamaron “halbmond” –media luna en alemán–, en referencia a la luna creciente del escudo imperial otomano. El panecillo se consumía los días de fiesta, remojado en el café, anteponiendo la frase “me como un turco” como símbolo de victoria.
A México los cruasanes llegaron en la segunda mitad del siglo XIX con la repostería francesa, que lo adoptaría y rebautizaría como croissant (creciente). En septiembre de 1910, durante las fiestas del Centenario de la Independencia, se inauguró el reloj de diseño morisco –en la esquina de Venustiano Carranza y Bolívar, en el centro de Ciudad de México– obsequiado por la “colonia otomana”, conformada principalmente por libaneses residentes que en ese momento aún formaban parte de dicho imperio.
Sobre la cúpula bizantina del reloj aún se puede ver el escudo de la bandera turca, que nos recuerda el histórico nombre y origen de nuestros “cuernitos”.
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Así nacieron los “cuernitos”