Las contradicciones del Milagro Económico

Gustavo Díaz Ordaz: origen y destino

Arno Burkholder

En industrializar al país, y los campesinos vieron reducidas sus posibilidades a vivir en las ciudades y convertirse en obreros o emigrar a Estados Unidos. Díaz Ordaz repartió cerca de 24 millones de hectáreas de tierra entre los campesinos, pero sabía que eso no era suficiente para terminar con la pobreza. En el norte y en el sur de México había amenazas de sublevaciones campesinas ante un Estado que luego de décadas en el poder no había acabado con la miseria. Hubo que recurrir entonces al Ejército y a los caciques para poner orden en esas regiones. Si bien durante su sexenio comenzó un importante brote guerrillero en el estado de Guerrero, al final la inestabilidad vino de los centros urbanos, especialmente Ciudad de México.

 

Esa nueva generación empezó a cuestionar seriamente a sus gobiernos, sin importar si eran democracias occidentales o regímenes comunistas; cuestionó a sus familias y al matrimonio; consideró que tenía derecho a asumir la soberanía sobre sus cuerpos y por eso veían con agrado la revolución sexual y la experimentación con drogas; también les pareció que las instituciones religiosas ya no servían para darle sentido a la existencia humana y por eso se acercaron a las religiones orientales y al chamanismo.

Los jóvenes se manifestaron por todo el mundo: en Estados Unidos protestaban por los derechos de las minorías y contra un sistema que les parecía corrupto, autoritario y que los obligaba a morir en la Guerra de Vietnam. En Francia e Inglaterra los universitarios se enfrentaban a la policía para exigir cambios en los programas universitarios y en una sociedad que les parecía injusta. En Checoslovaquia exigían mayores libertades y un socialismo con rostro humano. En todo el mundo la consigna era hacer la revolución.

Cuba era vista por muchos como el modelo a seguir. La historia de esos jóvenes barbudos que comenzaron una guerra contra un dictador y luego se enfrentaron a Estados Unidos (y que estuvieron a punto de provocar la tan temida guerra nuclear) tenía un aura de romanticismo que envolvía a muchos jóvenes del planeta. La figura del Che Guevara, muerto en Bolivia en 1967, estaba en las calles de París, Tokio y Nueva York. Había pocas críticas al autoritarismo y la represión del régimen de Fidel Castro. Cuba parecía la posibilidad de crear el paraíso comunista en el Caribe: una bella isla donde no existía la pobreza ni la injusticia porque todo era compartido por todos. El idealismo fue un elemento fundamental y la propaganda cubana se encargó de difundirla por todo el planeta.

Cuando Gustavo Díaz Ordaz se convirtió en presidente de México, el país tenía poco más de 44 millones de habitantes. Durante los dos sexenios anteriores había crecido gracias a seguir el modelo que se aplicó en todo el mundo: una economía regulada por el Estado, la creación de empleos y una fuerte inversión en infraestructura, una iniciativa privada apoyada por el gobierno a cambio de que siguiera invirtiendo en el país (y en el caso mexicano que no se involucrara en la política), subsidios a los precios de los alimentos básicos y el control del precio del dólar.

Entre 1946 y 1968 México vivió un gran crecimiento. Si a principios del gobierno de Miguel Alemán (1946) había solo 18 mil kilómetros de caminos, para el final del sexenio de Díaz Ordaz ya eran 70 mil. Al fin todas las capitales del país estaban conectadas por carretera, lo que le dio un gran impulso al mercado nacional y permitió también que la gente pudiera conocer su país y migrar a otras ciudades. Con estas medidas, México había vivido una etapa “milagrosa” de enorme crecimiento económico como no había ocurrido por lo menos desde los años del Porfiriato y las Reformas Borbónicas del siglo XVIII.

“La estabilidad macroeconómica se convirtió en un pilar no solo de la política económica, sino también de la estrategia política y social del gobierno”, dijo Antonio Ortiz Mena, secretario de Hacienda del gobierno de Díaz Ordaz. Entre 1963 y 1971 la economía mexicana creció 7% anual, la inflación se mantuvo en 2.8%, aumentó el empleo y el PIB per cápita se incrementó en más de 3% anualmente. El tipo de cambio se mantuvo constante en 12,50 pesos por dólar.

Para un Estado que entendía la democracia como desarrollo económico y mejoras sociales (pero no como alternancia política), los saldos de la Revolución parecían excelentes: entre 1950 y 1970 la población creció de 26 millones a 49 millones de habitantes. El mejoramiento de la salud pública (lo mismo por la ley del Seguro Social, la construcción de hospitales, las campañas de vacunación y las obras de infraestructura para que cada vez más mexicanos tuvieran agua potable) provocó que también en México nacieran más niños y la gente viviera más tiempo. Si antes de cada cien nacidos morían 25, a partir de los años sesenta solo morían siete; si los hombres tenían una esperanza de vida de 40 años y las mujeres de 42, eso se incrementó a 60 y 64 respectivamente. México al fin había resuelto uno de sus más grandes problemas históricos: la falta de población.

Ya no se trataba de tener más habitantes, sino de mejorar sus condiciones de vida. Las políticas económicas aplicadas desde los años cuarenta lograron al fin que la población mexicana abandonara el campo, se volviera urbana y formara parte de la clase media.

En los años sesenta el 40% de la población tenía esas características y gozaba del 53% del PIB. Eso le permitía contar con las comodidades de la vida urbana: teléfono, televisión, radio, refrigeradores, tocadiscos y otros aparatos. Había más de once millones de mexicanos entre los 10 y los 19 años. De estos, 786 mil estudiaban la secundaria y 146 mil la educación media superior. Las grandes ciudades (y la más importante era Ciudad de México) presumían sus avenidas, edificios, aeropuertos, centros comerciales, nuevas colonias, ríos entubados y una expansión que parecía interminable.

Sin embargo, este panorama tan optimista no alcanzaba a todos los mexicanos. A pesar de sus esfuerzos y de que una parte importante de la población accedió a la clase media, el gobierno de la Revolución jamás pudo terminar con la pobreza. Para 1970 menos de la mitad de los hogares mexicanos tenía agua corriente y millones de amas de casa todavía cocinaban con leña o carbón. El 35% de la población de más de seis años jamás había ido a la escuela. Solo 13% había terminado la primaria, 5% la secundaria y únicamente 1.5% había llegado a la educación superior. El 30% de las mujeres mayores de quince años no sabía leer ni escribir. El PIB per cápita en el Distrito Federal era de 13 mil pesos, mientras que en Tlaxcala apenas llegaba a 1,300. El DF y el norte del país eran los más beneficiados en este modelo económico planificado por el Estado, mientras que la pobreza se concentraba en el campo, y para Díaz Ordaz, esa era una zona peligrosa para la viabilidad del Estado mexicano. El Desarrollo estabilizador se había enfocado en industrializar al país, y los campesinos vieron reducidas sus posibilidades a vivir en las ciudades y convertirse en obreros o emigrar a Estados Unidos.

Díaz Ordaz repartió cerca de 24 millones de hectáreas de tierra entre los campesinos, pero sabía que eso no era suficiente para terminar con la pobreza. En el norte y en el sur de México había amenazas de sublevaciones campesinas ante un Estado que luego de décadas en el poder no había acabado con la miseria. Hubo que recurrir entonces al Ejército y a los caciques para poner orden en esas regiones. Si bien durante su sexenio comenzó un importante brote guerrillero en el estado de Guerrero, al final la inestabilidad vino de los centros urbanos, especialmente Ciudad de México.

 

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