Los ahuehuetes se niegan a morir

Juan Antonio Reyes Agüero

El tronco del ahuehuete es uno de los más grandes del mundo y su longevidad es una muestra de la efímera existencia humana.

 

Los poetas decimonónicos vaticinaron que los ahuehuetes sobrevivirán a la presencia humana. Es probable que así será. La especie está por ahora a salvo de la extinción, pero hay casos de desaparición local. Los españoles pudieron haber llorado o no en su Noche Triste. Pero ahora sí se llora quinientos años después, porque la modernidad dejó al coloso de Popotla y al Sargento hechos cadáver de palo. Cómo no llorar, por ejemplo, por los 570 ahuehuetes que derrumbaron para construir la presa de Jalpan, Querétaro.

Pero no todo está perdido cuando la acción ciudadana está presente. Alumnos y docentes de la Universidad Autónoma de Chapingo cuidan sus ahuehuetes y los de Texcoco; la señora Guadalupe Robles Guzmán registró y adoptó los 230 ahuehuetes que crecen en la alcaldía de Azcapotzalco, Ciudad de México; la Secretaría del Medio Ambiente y Recursos Naturales catalogó los árboles monumentales del país y consignó trece ahuehuetes notables.

Los científicos generan conocimiento sobre biología, genética y ecología de los ahuehuetes, como en la Universidad Autónoma de Querétaro, la de San Luis Potosí y el Instituto Nacional de Investigaciones Forestales, Agrícolas y Pecuarias. En este último, el dendrocronólogo José Villanueva informa que la edad de los grandes ahuehuetes fluctúa entre cien y seiscientos años. El decano es el de Santa María del Tule, con unos dos mil años; le siguen la Maximina, en Los Peroles, Rioverde (San Luis Potosí), con 1660 años, y luego los de la Barranca de Amealco, en Querétaro, con más de 1250 años de edad.

Los grandes ahuehuetes que en 2003 aún vivían en Chapultepec, tenían una edad superior a los ochocientos años. El Sargento murió con cien años menos. En la longevidad de los ahuehuetes se registra la volubilidad meteorológica del país: al principio del siglo XX los periodos lluviosos retornaban cada quince años y ahora es cada cuarenta, mientras que las sequías extremas que por 1970 regresaban cada veinte años, ahora vuelven cada diez. También que entre los años 897 y 1539 hubo cuatro grandes sequías en Mesoamérica, con duración de unos veintitrés años cada una.

EL ÁRBOL QUE SIGUE SIENDO SAGRADO

Los ahuehuetes y sus historias se resisten a morir. Arqueólogos y antropólogos como Rosalba Galván, Ricardo Pacheco, Rafael Monroy y Anuschka Van ’t Hooft han recogido los relatos contemporáneos de las culturas prehispánicas que persisten. El Viernes Santo en la huasteca, la Casa del Señor se construye con ramas de ahuehuete; a San Antonio de Padua se le envuelve con raíces de ahuehuete para pedir lluvia y se le entierra junto al río.

Los tlahuicas de Jiutepec, Morelos agradecen a los chaneques la provisión de lluvia y les ofrendan en los manantiales varas adornadas con hojas de ahuehuete, cempasúchil y maíz. En la montaña de Guerrero los nahuas y tlapanecas visitan en abril a San Marcos, su santo labrador, en la punta de los cerros y le ofrendan hojitas de ahuehuete; y si la estación seca se prolonga, lo visitan en un lugar llamado Tlalocan y le llevan flores con manojitos de ahuehuete. A los zapotecos de El Tule, el viento que cruza las ramas del árbol les trae el rumor de sus ancestros.

Para las culturas originarias el ahuehuete es casa de dios, dador de lluvia, santo agrícola y ancestros presentes. Para los científicos es un calendario vegetal. Para México, el ahuehuete se entretejió con la historia del país hasta llegar a ser el árbol nacional.

 

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En busca del árbol nacional