El pacto en Londres llevó a las potencias europeas a asediar las costas veracruzanas. Más tarde, el gobierno mexicano negociaría el retiro de los barcos de Gran Bretaña, España y Francia. Pese a todo, en 1862 Napoleón III inició una invasión a México.
Es 1861. El Imperio británico bajo el mandato de la reina Victoria es más próspero que nunca y es sin duda la potencia marítima del momento; la España de Isabel II, quien ponía en ridículo el nombre de su ilustre antecesora, se empeña en demostrar que continuaba intimidante en Europa; mientras que en Francia, Napoleón III se esmera en superar a su enorme tío. Enemigas de innumerables guerras, alianzas incumplidas y gustosas de ver despedazarse una a la otra, ahora las tres potencias se reunían en Londres de manera insólita, inaudita, con un objetivo común: la nación mexicana.
Gran Bretaña, por medio de su ministro John Russell, tiró la primera piedra. ¿Las causas? La incertidumbre de un reembolso del gobierno mexicano, el descomunal robo de 660 000 dólares a la legación británica en Ciudad de México y una enorme pila con documentos de tenedores de bonos ingleses insatisfechos. España secundaba y don Xavier de Istúriz y Montero recordaba que el presidente Benito Juárez había ordenado la total suspensión de la deuda externa; por lo tanto, las arcas de la Corona ibérica no verían llegar ni una fracción de lo proporcionado a México en su Guerra de Tres Años. Por su parte, Francia, a través del conde de Flahaut, lamentaba que sus ciudadanos se encontraran sin protección en una tierra sin leyes ni garantías.
Los enviados de las potencias extranjeras convinieron en demostrar a Juárez que Europa no permitiría tales males y aquel 31 de octubre pactaron una gran expedición de carácter bélico a tierras americanas. Así, cada nación reunió una potente escuadra y, en un movimiento coordinado con efectivos de mar y tierra, asediaron las costas veracruzanas en diciembre del mismo año. Estaban autorizados, de ser necesario, a ocupar las principales posiciones del litoral mexicano hasta que nuestro país se responsabilizara de todos los cargos en su contra.
El artículo segundo de los Tratados de Londres era claro: “Las altas partes contratantes se comprometen a no buscar para sí, al emplear las medidas coercitivas previstas por la presente convención, ninguna adquisición de territorio ni ventaja alguna particular, y a no ejercer en los asuntos interiores de México ninguna influencia que pueda afectar el derecho de la nación mexicana, de elegir y constituir libremente la forma de su gobierno”. Gran Bretaña y España secundaron de buena gana. Más tarde, Napoleón III rompió la alianza, desestimó el acuerdo y, bajo el pretexto de hacer cumplir sus exigencias, inició una invasión a territorio nacional: la famosa Segunda Intervención francesa, que duraría de 1862 a 1867.