El escenario escultórico y urbanístico que nació en México 68

La Ruta de la Amistad

Raymundo Fernández Contreras

México no tenía mucho que mostrar deportivamente  en  las  olimpiadas  de  1968,  pero sí deseaba proyectarse como una potencia cultural abierta al mundo. En ese sentido, la Ruta de la Amistad  representó  una  monumental  obra  de  arte  urbano  que  hizo  armonizar  a  diecinueve  esculturas abstractas de creadores de diversos países con el paisaje de una capital en pleno desarrollo. Este proyecto ideado por el artista Mathias Goeritz es hoy un símbolo de convivencia entre las naciones y un valioso patrimonio que se sigue transformando

 

La Ruta de la Amistad, ubicada sobre el Anillo Periférico Sur en la Ciudad de México, recobra de nuevo la gran importancia internacional que tuvo al nacer, tanto a nivel histórico como artístico, gracias a su carácter de unicidad, al valor plástico y representativo de sus diecinueve monumentos y al hecho de que se trató de una obra abstracta de carácter monumental apoyada por el gobierno mexicano.

Su construcción se realizó durante el cuarto año de gobierno del presidente Gustavo Díaz Ordaz y fueron los XIX Juegos Olímpicos los que la hicieron posible. Como parte de las manifestaciones culturales que acompañaron a dicha celebración, la Reunión Internacional de Escultores fue la sexta de veinte actividades que en su conjunto integraron la Olimpiada Cultural con la que nuestro país conmemoró, a lo largo de 1968, los primeros juegos olímpicos organizados en Hispanoamérica.

El fruto de dicha reunión fue la Ruta de la Amistad, proyecto del escultor Mathias Goeritz que significó la concreción de un sueño largamente acariciado por los artistas urbanos, relacionado con dotar de las cualidades del arte abstracto al funcionalismo vinculado con la construcción de una vía de alta velocidad, con el propósito no sólo de pugnar a nivel mundial por el establecimiento de un urbanismo moderno planificado artísticamente, sino además testimoniar la celebración por la paz y la concordia entre los pueblos del orbe, combinando la estética monumental con el uso de una autopista suburbana.

Para minimizar la limitada capacidad de lucimiento que le depararía al país enfrentarse deportivamente a las potencias, las autoridades del comité encargado de organizar las XIX Olimpiadas aprovecharon la justa para realizar diversas actividades no deportivas que le permitieran a México mostrarse ante el mundo como una nación que, además de ser capaz de realizar con éxito una festividad de semejante importancia, era una potencia mundial en el plano cultural, amante de la historia, las tradiciones y el arte en todas sus manifestaciones. En ello, la Ruta de la Amistad ocupó quizá el lugar preponderante.

Si bien la idea que vio nacer a la obra conjunta inició como un ejercicio de integración plástica entre escultura y arquitectura que tendría como verificativo el espacio interior de la recién construida Villa Olímpica, luego de varias propuestas y con la anuencia definitiva de Pedro Ramírez Vázquez, presidente del Comité Organizador, finalmente la obra logró concretarse en derredor de un insólito y cautivador escenario ubicado al sur de la Ciudad de México, ajeno a cualquier lugar común, sobre un segmento de diecinueve kilómetros de longitud de una funcional autopista de alta velocidad enclavada en medio de una gran extensión, rodeada de verdes campos de cultivo y suelos de roca volcánica: el Anillo Periférico Sur, con el cometido de embellecerla plásticamente.

Dicho segmento conectó a la avenida San Jerónimo, una importante vía de acceso al Estadio Olímpico de Ciudad Universitaria, con la zona de Xochimilco, donde se construyeron el Canal Olímpico de Remo y Canotaje de Cuemanco y la unidad habitacional del conjunto de Villa Coapa, utilizada temporalmente como residencia para jueces, prensa y funcionarios de los comités olímpicos participantes. El proyecto de embellecimiento surgido a raíz de la olimpiada incluyó la construcción de diecinueve esculturas monumentales recubiertas a base de pintura con vivos colores, integradas visualmente al paisaje natural circundante del pedregal de San Ángel.

Teniendo como centro del recorrido a la Villa Olímpica y como inicio y final a la ex glorieta de San Jerónimo y al canal de Cuemanco, según el sentido de la circulación, el proyecto dispuso que a las esculturas se les emplazara del lado derecho del automovilista, sobre terrenos de propiedad federal, de manera que los espectadores pudieran observarlas al desplazarse sobre vehículos que circularan a setenta kilómetros por hora, en intervalos de minuto y medio.

El objetivo de la obra conjunta pretendió darle un gran énfasis al espíritu de convivencia que acompañó a la celebración y se logró que participaran en el proyecto artistas de los cinco continentes, representando a todas las etnias e ideologías del mundo. Las condiciones de diseño para los invitados fueron el lenguaje abstracto de las esculturas, el uso del concreto como material de construcción y la escala monumental.

La ubicación de las esculturas y la aplicación de color fueron, en la mayoría de los casos, atributos que correspondió a Goeritz dar a cada uno de los trabajos. Fueron pocos los artistas que proyectaron sus propuestas conociendo el emplazamiento específico que éstas tendrían dentro del Periférico, así como las condiciones particulares del entorno circundante. Para concretar el reto que significó su acomodo dentro del escenario general, Goeritz se apoyó en las recomendaciones del escultor de la Bauhaus, Herbert Bayer, de manera que  juntos resolvieron el ordenamiento de los monumentos congeniando su tamaño, color, país de procedencia, así como el lenguaje abstracto que los caracterizó, ya fuera de tipo orgánico o geométrico.

Para acrecentar el impacto sobre la percepción de los espectadores, ambos buscaron que las  diferentes vistas a lo largo de los recorridos hicieran lucir las esculturas a distancia, de modo que de noche, mediante la iluminación artificial, los escenarios de cada pieza quedaran aún más dramatizados.

Fue también decisión de ambos que la representación de México abriera y cerrara el recorrido con las esculturas de Ángela Gurría y Helen Escobedo, e igualmente que la representación de Bélgica, con la obra de Jacques Moeschal, el escultor con más prestigio dentro de la disciplina, ocupara el lugar de honor, concediéndole la plaza central de Villa Olímpica y el derecho a ostentar la mayor altura de todas las piezas del conjunto, alcanzando los 20.50 metros. Valga señalar que previo a la construcción de este monumento, por decisión del gobierno federal su lugar dentro de la plaza central de Villa Olímpica pasó a ocuparlo un busto en bronce del cura Miguel Hidalgo, quien así le dio nombre a dicho conjunto, por lo que la obra de Moeschal debió colocarse fuera de aquella instalación, en las proximidades del cruce de Insurgentes con Periférico.

 

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