Como respuesta al vuelo de “buena voluntad” que había realizado en 1927 el afamado piloto estadounidense Charles Lindbergh, de Washington a la capital mexicana, Emilio Carranza decidió corresponder la hazaña en 1928. Tenía veintitrés años.
A bordo de un avión Ryan Brougham nombrado El México-Excélsior, despegó de los llanos de Balbuena en Ciudad de México con dirección a Washington, a donde llegó el 12 de junio. Su vuelo se vio afectado debido a la niebla y el pésimo clima, por lo que debió aterrizar previamente en Mooresville, Carolina del Norte. Es importante recordar que uno de los más grandes riesgos en la aviación, en especial en aquellos tiempos, son las condiciones meteorológicas, ya que pueden poner en riesgo la integridad de una aeronave y su tripulación.
A su arribo a la capital de Estados Unidos fue recibido por el canciller Robert Olds, el embajador de México en Estados Unidos, Miguel Téllez, y otros funcionarios de alto nivel. Al día siguiente se entrevistó con el presidente Calvin Coolidge y presentó sus respetos a los soldados y aviadores que perdieron la vida en la Primera Guerra Mundial, en el Cementerio Nacional de Arlington, Virginia. Después voló a Nueva York, donde fue recibido como un héroe por los habitantes del lugar y las autoridades le otorgaron las “llaves de la ciudad” en señal de honor y distinción frente al pueblo estadounidense.
Como parte de su gira, voló a la Academia Militar de West Point, donde recibió, de nuevo, los más altos honores militares. Lo destacable de este suceso es que estas distinciones rara vez se ofrecen a un capitán, pues normalmente están reservadas a generales. Estas noticias causaron desconcierto y tensiones en México, donde algunos altos mandos militares consideraron un exceso tales demostraciones de respeto a Carranza.
Voló de regresó a Nueva York, donde se organizó en su honor un gran banquete y baile, dándole el trato destinado a los héroes de guerra. A dicho evento fue invitado también su padre, Sebastián Carranza Cepeda, quien en ese momento era el cónsul general de México en Nueva York. Allí, Lindbergh, anfitrión de Emilio, le recomendó no regresar a su país hasta que mejorara el clima, dadas las altas condiciones de inseguridad, ya que el vuelo de retorno estaba programado para el día siguiente.
Cuestión de hombría
Sin embargo, debido al recibimiento ofrecido a Carranza, los altos mandos militares en México se encontraban extrañados e incluso incómodos con la fama adquirida por el aviador en tierras estadounidenses.
Desde principios de julio se le había ordenado al capitán regresar a territorio nacional, a lo cual respondió que era imposible debido al mal tiempo que amenazaba toda la región. Las instrucciones se repitieron y, con la acumulada molestia de los altos mandos mexicanos, el entonces secretario de Guerra y Marina, general de división Joaquín Amaro, le ordenó, enérgicamente, que regresara de inmediato a México. En el telegrama de aquel 12 de julio advirtió que con su negativa por cualquier circunstancia “quedaría en duda su hombría”.
Esta última expresión posee importantes repercusiones para el honor militar de un aviador mexicano, así como afectaciones jurídicas, ya que bajo este precepto Carranza habría podido ser procesado por el sistema de justicia militar nacional. Insultado en su honor, el capitán Emilio Carranza procedió inmediatamente a emprender el vuelo de regreso a México. El día siguiente despegó de Nueva York frente a la tormenta y poco después su aeronave se estrelló en los bosques de Nueva Jersey. El aparato y su cuerpo fueron encontrados el 14 de julio. En su chamarra se hallaba el telegrama del general Amaro.
¿Quién era el capitán Carranza?
Su vida comenzó el 9 de diciembre de 1905 en Ramos Arizpe, Coahuila. Pertenecía a una familia de renombre político en ese estado. Su padre, Sebastián Carranza Cepeda, fue comerciante y funcionario. Su tío Venustiano Carranza fue senador, gobernador y en 1913 llamó a la rebelión armada por la restitución del orden constitucional contra Victoriano Huerta; impulsor de la Constitución de 1917 y luego presidente de México hasta 1920, cuando fue asesinado.
Ante la difícil situación que se vivió en la región luego del arresto del candidato presidencial Francisco I. Madero en 1910, don Sebastián tomó la decisión de emigrar a San Antonio, Texas, en 1911, como lo hizo mucha gente de la frontera. Esa ciudad imprimió en el joven Emilio su vocación y pasión por la aviación.
En 1917 la familia regresó a México. En la capital del país, el joven Emilio visitaba diariamente el campo de aviación de Balbuena, en donde tenía amigos tanto en la Escuela Militar de Aviación como en los Talleres Nacionales de Construcciones Aeronáuticas, instalados en la base aérea. El joven se apasionó por la historia de la aviación, justo en el lugar donde Alberto Braniff había realizado el primer vuelo en Latinoamérica en un aeroplano motorizado pocos años antes.
Poco después logró su inscripción en la Escuela Militar de Aviación y en 1926, con apenas veinte años, se graduó como teniente piloto aviador de la Fuerza Aérea. Su tío, el coronel Alberto Salinas Carranza, fue el primer director de dicha escuela y en su carrera constaba el grado de primer jefe de la Aviación Militar de las fuerzas constitucionalistas, otorgado en 1915, durante la Revolución.