En noviembre de 1810, la oleada insurreccional llegaría a la opulenta y tranquila Guadalajara entre el temor de los habitantes. Además de los problemas de hacinamiento, alimentación y sanidad que surgieron con la ocupación, allí el cura Miguel Hidalgo mandó a degollar a centenares de civiles españoles. Al final, la ciudad agradecería la expulsión de los insurgentes.