La prensa europea calificaba a México de salvaje e ingobernable y afirmaba que por pura obstinación se negaba a hacer frente a sus obligaciones pecuniarias con sus acreedores. En las Cámaras de representantes de España, Francia e Inglaterra se discutía la necesidad de emprender una misión civilizadora que nos librara de la anarquía. Se comenzaba a construir el ambiente propicio para una intervención.
Con el fin de evitar males mayores, Juárez comisionó a sus mejores diplomáticos para que explicaran, fuera de las fronteras, las verdaderas circunstancias que se vivían e intentaran cambiar la imagen negativa del país ante la comunidad internacional y la opinión pública.
En la prensa europea se hablaba abiertamente no solo de intervención, sino de establecer un gobierno monárquico en el país, y se proponía al español don Juan de Borbón para el trono. No obstante, Napoleón III tenía en mente al archiduque Fernando Maximiliano, hermano del emperador austriaco Francisco José.
Jesús Terán recibió la delicada misión de acercarse a las personas más influyentes de las naciones firmantes de la Convención de Londres (España, Inglaterra y Francia), señalarles que habían recibido informes falsos acerca de la situación de México —sobre todo en lo relativo a la legitimidad del gobierno que encabezaba Juárez— y convencerlos de que no se podría imponer la paz mediante la intervención ni tampoco estableciendo una monarquía.
Los representantes mexicanos se encontraron ante mil dificultades, pero su labor no fue del todo inútil, pues hubo voces que se alzaron en su defensa. Carlos Marx publicó algunos artículos en los que exhibió la maquinación europea en contra de México, a la que consideró una república soberana amenazada: “La proyectada intervención de México por parte de Inglaterra, Francia y España, en mi opinión, es una de las empresas más monstruosas que jamás se haya registrado en los anales de la historia internacional”.
En la ciudad de México también se realizaron esfuerzos de acercamiento con las naciones signatarias de la Convención de Londres. Ante la cerrazón de Alphonse Dubois de Saligny, quien representaba tanto los intereses de Francia como los de España, Juárez instruyó a Manuel de Zamacona para que buscara un arreglo por separado con Inglaterra. Los acuerdos negociados con sir Charles Wyke y firmados el 21 de noviembre fueron rechazados por el Congreso mexicano, que los consideró demasiado onerosos.
Dos días más tarde don Benito derogó el decreto del 17 de julio. De esta manera, al no existir ya la principal excusa, se intentó detener la intervención, pero era demasiado tarde: un día antes el general español Juan Prim había zarpado con rumbo a América.
Esta publicación es un fragmento del artículo “El esfuerzo diplomático” del autor Raúl González Lezama y se publicó íntegramente en la edición de Relatos e Historias en México, núm. 45.
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