La primera exhibición del cinematógrafo en México ocurrió el 14 de agosto de 1896, propiciada por los agentes de los hermanos Lumière, Fernando Bon Bernard y Gabriel Veyre. Algunas de las proyecciones de ese día fueron El regador y el muchacho, Llegada del tren y La comida del niño, cortos de poca duración que presentaban situaciones de la vida cotidiana.
Días después de aquella exhibición, los encargados de traer el invento a México comenzaron la filmación de las primeras cintas en suelo nacional, entre las que destacó El presidente Porfirio Díaz montando a caballo por el bosque de Chapultepec.
En estricto sentido, los primeros cineastas mexicanos fueron los que pudieron comprar un cinematógrafo, como Salvador Toscano o Enrique Rosas. En los años iniciales abundó el cine documental, que a partir de 1910 alcanzó su clímax con el movimiento revolucionario.
Concluida la lucha armada comenzaron a ser más los largometrajes de ficción. En aquellos años destacaron las cintas: Santa (Luis G. Peredo, 1918), El auomóvil gris (Enrique Rosas, 1919), El Zarco (José Manuel Ramos, 1920) y El puño de hierro (Gabriel García Moreno, 1927), hasta que llegó el cine sonoro con la segunda adaptación de la novela Santa.
Esta publicación es un fragmento del artículo “Santa, Santa mía” del autor Fernando Cruz Quintana y se publicó íntegramente en la edición de Relatos e Historias en México, núm. 41.
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