¡Viva Juárez!

El día en que el presidente se salvó de la explosión en un barco

Ricardo Lugo Viñas

Cuesta trabajo creer que la actual avenida La Viga fue, hasta principios del siglo XX, un bello, arbolado y acuático canal por el que a diario navegaban cientos de canoas y chalupas, procedentes de los pueblos ribereños del oriente y sur de la cuenca, cargadas de flores, frutas, verduras y legumbres para el abasto de los habitantes de la otrora anfibia Ciudad de México.

En el actual cruce que hacen dicha vía y la avenida Morelos (Eje 3 Sur) estuvo la famosa Garita de La Viga, una pequeña casa arqueada con un puente de piedra construida en 1604, la cual funcionaba como puerta de entrada a la ciudad, aduana y puesto de control, desde donde se regulaba el tránsito de las canoas –mediante una viga, de ahí el nombre del canal– y se administraba el intenso trasiego de mercaderías (no es casual que a unos pasos se encuentre el mercado de Jamaica) que arribaban al centro de la ciudad por las varias acequias que discurrían por las ahora calles de Roldán, Alhóndiga y Corregidora.

Pero la Garita de la Viga –en cuyo lugar ahora se levanta un negocio que sigue manteniendo el sino acuático del sitio: los Baños Granada– también funcionaba como embarcadero. Desde ahí partían navíos con destino a los confines surorientales de la ciudad: las frondosas comarcas de Tláhuac, Chalco y Xochimilco.

El paseo de La Viga –como se le conoció después al recorrido por dicho canal– se convirtió desde épocas muy tempranas en una de las distracciones y salidas de descanso más gozosas de los capitalinos y de los viajeros que visitaban la Ciudad de México, al grado de que competía con los otros paseos favoritos de la ciudad: el de Bucareli y el de la Alameda. Virreyes y presidentes, como Antonio López de Santa Anna, disfrutaron de ese recorrido.

En 1850 el canal comenzó a adecuarse para que por sus aguas pudieran navegar pequeños barcos de vapor. El primero llevó el nombre de Esperanza. Años más tarde, ya restaurada la República, se invitó al presidente Benito Juárez al viaje inaugural del lujoso vapor Guatimozin.

Así pues, el 10 de julio de 1869, cerca del mediodía –así lo refiere el diario El Siglo Diez y Nueve–, el presidente Juárez abordó dicha embarcación en la Garita de La Viga con destino a Chalco. Lo acompañaban los ministros José María Iglesias, Ignacio Mejía, Blas Balcárcel, Manuel Saavedra, entre otras personalidades.

Pero a los pocos minutos de iniciado el viaje, y mientras los pasajeros disfrutaban desde la popa la vista de los enverdecidos y floridos jardines flotantes a las veras del canal, un estallido ensordeció a todos.

¿Acaso se trataba de un atentado contra Juárez? El ministro de Guerra, Mejía, cubrió de inmediato con su cuerpo al presidente. Sin embargo, pronto quedó todo aclarado: resulta que la caldera de la embarcación había explotado causando un gran borlote.

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