En la Ciudad de México de mediados del siglo XX, las gallinas y establos de casas-granjas de las periferias formaban parte del paisaje cotidiano. Esta habitual convivencia entre sociedad y animales fue trastocada de manera extravagante –y casi surrealista– durante la madrugada del 30 de julio de 1958, cuando una elefanta deambuló por las calles de la capital del país, entre la estación de ferrocarril de Buenavista y la colonia Santa María la Ribera.
Era casi la media noche cuando a la estación de Buenavista arribó un tren que transportaba cinco elefantes provenientes de Miami, Florida, que habían sido adquiridos por el Departamento del Distrito Federal para destinarlos al Zoológico de Chapultepec. Mientras los paquidermos bajaban por las rampas del vagón que los transportaba, el ruido emitido por el silbato de un tren los asustó de tal manera que los cinco animales perdieron el control y se apresuraron hacia las calles.
Cuatro de ellos transitaron tranquilamente por la ciudad por aproximadamente dos horas, tiempo en el que fueron controlados; no así Judy, una elefanta proveniente del circo Ringling Brothers y que, con un comportamiento por demás alterado, cruzó la avenida Insurgentes en dirección norte, hacia las colonias San Cosme y Santa María la Ribera.
El domador a cargo, el estadounidense Charles Robert Butler, siguió al animal con desesperados intentos por calmarlo, pues sabía que Judy era la más peligrosa de los cinco elefantes. En su alocado deambular por las calles, el paquidermo desprendió con su trompa el balcón de una casa, hizo destrozos en una gasolinera y entró a un estacionamiento donde dañó algunos automóviles. A su paso por la colonia Anáhuac, rompió puertas y ventanas de casas cuyos habitantes creían estar soñando cuando veían que era un elefante el que dañaba su propiedad.
El frenesí de Judy aumentaba con las escandalosas sirenas de patrullas, motociclistas de tránsito y ambulancias que la seguían. A esto se sumó la imprudencia de decenas de curiosos que no sólo fisgoneaban semejante espectáculo, sino que también arrojaban piedras y palos al desconcertado animal. Sólo un vecino demostró tener mejor juicio y propuso que llevaran paja o alfalfa para despertar el apetito de la elefanta, y de esa manera poder calmarla.
La situación, que hasta entonces parecía un gozoso sinsentido, se convirtió en desgracia cuando la elefanta llegó a la casa 122 de la calle Carpio, donde un vecino tuvo la infeliz ocurrencia de jalarle la cola. Esto enfureció al animal, quien azotó con su trompa al hombre para después darle muerte a pisotones. Transcurrido un par de horas, el domador Butler, con ayuda de otras personas, logró echar una cadena al cuello de Judy. El animal, sin embargo, no se dejó controlar y, tras enfurecer más, golpeó a tres mujeres –dos adolescentes y una adulta–, quienes fueron trasladadas a un hospital con lesiones leves.
Cuando el administrador del Zoológico de Chapultepec, Humberto Ortiz Monteverde, llegó al sitio, observó que todo estaba tan fuera de control que optó por solicitar al jefe del Departamento de Distrito Federal, Ernesto Uruchurtu, la autorización para sacrificar al animal. Al filo de las 6:30 de la mañana, un patrullero de nombre Adolfo Carrillo Vera se colocó frente a Judy para dispararle siete tiros en la frente y uno más detrás de la oreja. La descarga fue suficiente para matar a la elefanta, que todavía en su caída mortal derribó una barda.
Una vez muerta, nueve personas interpusieron una demanda contra quien resultara culpable y solicitaron indemnizaciones por los daños que la elefanta ocasionó a sus viviendas y/o automóviles. Lo rocambolesco del caso despertó el interés de algunos productores de cine, quienes pensaron que la loca aventura de Judy podría inspirar una película. Por su parte, la Escuela de Veterinaria de la UNAM solicitó los restos del animal para fines científicos. También trascendió que algunos cazadores pedían que se les regalara el cuerpo.
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