La raíz africana en México

María Elisa Velázquez Gutiérrez

Las personas originarias de África y sus descendientes son un pilar fundamental de la historia mexicana. La doctora Velázquez rescata parte de su pasado, que se identifica desde la llegada de los españoles a estas tierras, así como su legado y presencia en nuestra sociedad hasta la fecha. A pesar del olvido o desdén hacia esta población tan rica en cultura como en tradiciones, es innegable el gran valor de sus aportaciones para la construcción de la nación.

 

Nuestro país comparte con varias culturas de África un pasado casi desconocido por los mexicanos. A pesar de las muchas investigaciones que se han llevado a cabo en las últimas dos décadas, del trabajo pionero del antropólogo Gonzalo Aguirre Beltrán con su libro La población negra en México, publicado en 1946, así como de los esfuerzos de divulgación de algunas instituciones, poco se sigue conociendo sobre la importancia de las africanas y los africanos en la construcción económica, social y cultural de México.

Por ejemplo, no muchos saben que Juan Correa, uno de los más importantes pintores barrocos de la Nueva España, fue mulato, hijo de Pascuala de Santoyo, muy posiblemente oriunda de África, y un criollo barbero-cirujano de la Inquisición, y que entre sus obras podemos admirar el mural del Sagrario Metropolitano en la Catedral de la Ciudad de México, el cual pintó junto con Cristóbal de Villalpando. Tampoco es sabido que José María Morelos y Vicente Guerrero, líderes del movimiento de independencia, fueron mulatos, es decir, afrodescendientes; o que hoy en día en varias regiones de México siguen estando presentes rasgos físicos y culturales de aquellas miles de personas que arribaron de manera forzada a la entonces Nueva España durante prácticamente todo el periodo virreinal.

En casi todo el territorio mexicano podemos identificar la presencia de población de origen africano; en regiones como Guerrero, Oaxaca, Morelos, Michoacán, Guanajuato, Tabasco y Veracruz, por diversas causas históricas, las comunidades conservan fenotipos y expresiones culturales de origen africano mucho más notables que en otras zonas de México. No obstante, en ciudades tan grandes y diversas como la de México podríamos distinguir, si miráramos con atención, rasgos físicos que recuerdan que en el pasado miles de hombres y mujeres mandingos, wolofs o bantúes formaron parte de nuestra sociedad.

Tradicionalmente, a los descendientes de africanos se les conoce en México y países de América Latina o el Caribe como negros, mulatos, prietos o morenos. De esta forma fueron nombrados durante la época colonial, negando con ello su origen y características singulares. A partir de 2001 y en el marco de la Conferencia Internacional contra el Racismo, la Discriminación Racial, la Xenofobia y las Formas Conexas de Intolerancia, llevada a cabo en Durdan, Sudáfrica, las comunidades de Brasil, Colombia, Costa Rica, Ecuador, Perú, entre otras, decidieron ser nombradas afrodescendientes, como un acto de reivindicación a su pasado africano, el cual hace referencia no sólo a su color de piel y rasgos fenotípicos, sino a su herencia cultural.

 

Esta publicación es un fragmento del artículo “La raíz africana en México” del autor María Elisa Velázquez Gutiérrez y se publicó íntegramente en la edición de Relatos e Historias en México, núm. 61.

 

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