La historia de un pueblo originario que resistió durante siglos la dominación colonial española en Sonora, y gracias a ello logró llegar hasta nuestros días.

El desastre

En el año de 1771, los seris rebeldes deponían las armas ante el coronel de Dragones de España, Domingo Elizondo. Su rendición era general y sin condiciones, producto de una humillante derrota, patente, además, en el deplorable estado al que habían sido reducidas sus fuerzas. Estas incluían a sus aliados pimas altos o piatos, y pimas bajos o sibubapas, que eran apenas los restos informes de una tropa otrora vigorosa y decidida. Algo todavía peor ocurría con otros de sus adherentes indígenas más esforzados, reclutados incluso a última hora, como era el caso de no pocos yaquis y el de un número indeterminado de pápagos: todos estaban muertos o habían desertado.

Los propios seris no estaban en mejores condiciones. Por el contrario, habían ido tan a menos que no es exagerado decir que se hallaban en riesgo de desaparecer como entidad étnica diferenciada. Para mayor abatimiento, los refuerzos por ellos esperados de los rebeldes mayos, tarahumaras, varohíos y tepehuanes, que por entonces desafiaban con éxito a las tropas españolas entre las sierras de Chínipas y Guazapares, nunca les habían llegado, frustrando de ese modo las expectativas que abrigaban de dar un último impulso a su movimiento, en lugar de verse irremediablemente forzados a dar cauce formal a la rendición que los españoles aguardaban.

En suma, cuando por último empezaron a dar muestras ciertas de su intención de someterse, el grueso de sus ejércitos no era ya ni la sombra del que por años enfrentara exitosamente a las fuerzas españolas: estaba prácticamente diezmado. De 600 familias que reunían en conjunto con los pimas altos y bajos luego de su alianza con ellos, tan solo quedaban 171, las que vistas por separado según la pertenencia a cada uno de los tres grupos alzados, mostraban con mayor nitidez la dramática pérdida de sus efectivos causada por la guerra. Los seris apenas reunían 51 familias, mientras que los piatos 58 y los sibubapas 74.

A continuación trataremos de responder a la pregunta: ¿por qué y cómo enfrentaron los seris al dominio español en Sonora?

Su entorno étnico

Los seris eran un grupo peculiar, al menos en Sonora. Allí, en efecto, se hallaban por completo fuera de lo común, sin parecido alguno con los otros grupos indígenas originarios de la provincia, porque con su sola excepción llevaban un modo de vida nómada. Vivían de la caza, la recolección y la pesca, por lo que carecían de residencia fija. Los grupos autóctonos restantes eran agricultores sedentarios, como los yaquis, pimas altos y bajos, jovas, ópatas, eudeves y pápagos. Estos se hallaban más bien distantes de los seris. Habitaban en las tierras fértiles del sur, el centro, el este y el norte de la región. En contraste, los seris residían en la parte más inhóspita de Sonora, localizada en las áridas llanuras occidentales y la franja costera, así como en la isla Tiburón.

A diferencia también de la aparente unidad y homogeneidad cultural de los agricultores, los seris estaban fragmentados en seis grandes agrupaciones, cada una de las cuales, además, tenía un nombre distinto, como tepocas, salineros, tiburones, guaymas, upanguaymas y los propiamente seris. Estas colectividades, por otra parte, se subdividían en pequeñas partidas autónomas del nivel de banda, no obstante, compartían el mismo territorio y se relacionaban del mismo modo con este.

En cuanto a su población, los seris distaban mucho de competir en tamaño con sus vecinos sedentarios. Sumaban alrededor de 5,000 individuos, mientras que los otros grupos eran mucho más numerosos. Los ópata-eudeve reunían 60,000 efectivos, los pimas altos 30,000 y los pimas bajos 25,000. No menos importante debió ser la magnitud poblacional de los yaquis y pápagos, de la cual, sin embargo, carecemos de cifras.

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